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domingo, noviembre 24, 2024

Yeny Delgado ganó el desafío

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Había circunstancias poco frecuentes para la directora.

Salta, viernes 15 de noviembre de 2013. Iglesia de San Juan Bautista de la Merced. Solista: Miguel Buchhalter (violín), Orquesta Sinfónica de Salta. Directora Asistente Mª Yeny Delgado. Concierto para violín y orquesta en mi menor op. 64 de Félix Mendelssohn Bartholdy (1809-1847). Sinfonía nº 3 en do menor op.78 con órgano de Camille Saint-Saëns (1835-1921). Comienzo de la conmemoración de los primeros cien años del templo y su parroquia.

Miguel Buchhalter y Yeni Delgado se miraron. Todo listo para la bella música del elegante, fino, apasionado Mendelssohn. Inicia el violín con la orquesta discreta por detrás. Melodía pura, inspirada, una de las páginas cúspide del romanticismo de mitad del siglo XIX. Buchhalter prolijo, de buen arco parecía tener alguna frialdad carente de esa fuerza arrolladora que suele originarse en esta obra que exige “molto apassionato” y sin embargo su discurso fue de muy buen nivel. Delgado acompañó servicialmente y armó un “ripieno” ortodoxo para ello. El delicado “andante” y el fogoso “vivace” final encontraron a solista y directora libre de ataduras, flexibles, cómodos, en disposición para hacer lo que planeó el autor luciéndose con fraseos emotivos, el colorido conocido. Hubo cierta morosidad rítmica casi desapercibida y entonces su prolongada duración pasó inadvertida. La Iglesia colmada premió con sostenido aplauso.

¿Cuál fue el desafío? La tercera de Saint-Saëns. Muy poco interpretada en su tiempo, hoy está en muchísimos auditorios del mundo. Se trata de una sinfonía con órgano que, sin duda, le otorga una cierta atmósfera sacra no obstante sus explosivos pasajes. Claro, antes no había órganos en los teatros o los primeros auditorios. Tampoco había piano en las iglesias. Estos últimos podían llevarse pero no así un órgano verdadero. Por tanto, esta sinfonía era casi una excentricidad del autor. Además, en algunos casos, como el de La Merced, el órgano está a una distancia de unos sesenta metros de la orquesta y esto no puede obviarse. Había que calcular la tardanza en llegar el sonido de un lugar a otro para que el público reciba adecuadamente la combinación sonora. Entonces, más allá de las dificultades propias del entramado orquestal, había circunstancias poco frecuentes para la directora. Yeny Delgado resolvió muy bien. A pesar que solo consta de dos movimientos, en realidad sus cuarenta minutos contienen cuatro esquicios bien definidos donde el músico francés hace gala de una orquestación singular, polifónica, con variaciones, una estupenda fuga cerca del final que obligan a la orquesta a una dosis de virtuosismo para poder llegar a su imponente construcción. Otro detalle es encontrar la intensidad justa para que la homogeneidad entre las familias instrumentales sea requisito cumplido.

El ensamble final se debe a varios aspectos y al trabajo entre la conductora, el maestro interno Gonzalo Fernández Barrios y al pianista Javier Kamienski. Así pudo el excelente organista Fernando Oyarzún brindar su aporte a la idea original del compositor y por ello la tensión auditiva fue satisfecha.

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