Si Spritz se sale con la suya, robándonos el placer de leer además de ayudar a crear una sociedad cada día más embrutecida por su ciega entrega a la dominancia tecnológica que atenta con derrocar a aquél mismo que le creó.
Twitter cambió el protocolo de escribir imponiendo un límite de 140 caracteres a una nueva generación de comunicadores.
Ahora Spritz, un hasta ahora desconocido emprendimiento tecnológico, pretende revolucionar la lectura a través de un lector, próximo a salir al mercado, que emite dosis de 13 caracteres que le permiten al lector procesar hasta mil palabras por minuto y terminar un libro en sólo 90 minutos, así dando pie a un debate, de trascendencia existencial, sobre si la búsqueda del perfecto lector a través de la lectura exprés pone en peligro de extinción el placer de leer.
El dispositivo de lectura, de la empresa del mismo nombre que tuvo a su cargo el desarrollo que estará en el mercado inicialmente como parte del lanzamiento del Samsung
Galaxy 5, concentra la atención del ojo en un solo punto eliminando el 80 por ciento de ineficiencia que los estudios de la empresa revelan es producto de que el ojo divague en su recorrido por la página del texto. Esa mejoría en la eficiencia es la que permite devorar el texto en menor tiempo, propiciando que nos preguntemos si Spritz es para la lectura lo que el microondas ha sido para la alta cocina o un Tetra Brik para el mundo vinícola.
El placer de disfrutar el verso de un autor al igual que el de saborear el manjar de un chef o el caldo de un enólogo es harina de otro costal. Procesar palabras en vez de
degustar un texto no es lo mismo. Leer es una experiencia única. No tiene horario fijo. Le distingue su ubicuidad. Enriquece. Educa. Instruye. Acultura. Entretiene.
Es una placentera experiencia.
El objetivo de un lector no debe ser el de terminar un manuscrito, el propósito de leer ha sido y, tiene que ser, el de poder reflexionar sobre los vericuetos de la trama, disfrutar la maestría en el uso del lenguaje y diferenciar el estilo de cada autor como marca única de su creatividad.
Un buen escrito—independientemente de su formato—es una ocasión especial para saborear versos sazonados por verbos y adjetivos que fluyen de la imaginación de un
autor que, sin saberlo, se ha convertido en otro gran amigo.
La lectura, como un buen amante, es seductor. Spritz, con su depredadora tecnología, es un violador. Una es amor puro, el otro, sólo burdo sexo.
Por ello, temo que, si se logra establecer la lectura exprés como la normativa dominante de una sociedad que cada día quiere vivir una existencia de forma más desenfrenada por el afán de ser más eficiente, productiva y actualizada estaríamos en ruta de una peregrinación que lejos de encaminarnos a Santiago ha de llevarnos hacia el abismo existencial ante la incapacidad de poder llegar a la tierra prometida de la perfección, un destino que, simplemente, no existe.
No me interesa ser el perfecto lector. Ni me interesa embarcarme en un experimento mediante el cual una máquina manipula, cuan si fuera una pieza de publicidad subliminal, mi intelecto. ¿Qué garantías hay que Spritz, además de acortar el tiempo no ya de lectura, sino del procesamiento de palabras, también pueda servir para programar mi cerebro sobre qué compro, por quién voto y hasta a quién escojo como pareja?
Ya ha quedado demostrado que no tengo privacidad en la Red, ni cuando escribo un correo electrónico, ni tampoco cuando uso mi teléfono celular.
El único refugio que todavía controlo es mi cerebro y, ¿lo voy a exponer a su manipulación también simplemente por estar actualizado tecnológicamente?
No, claro que no.
No soy adverso a la innovación, ni contrario a la tecnología, pero poca utilidad le veo a la creación de dispositivos, como esos llamados teléfonos inteligentes, que cada día tienen una mayor intromisión en nuestras vidas y, si Spritz se sale con la suya, robándonos el placer de leer además de ayudar a crear una sociedad cada día más embrutecida por su ciega entrega a la dominancia tecnológica que atenta con derrocar a aquél mismo que le creó.
¿Qué os parece, Spritz, doctor Frankenstein?
– Radio Miami