«No estoy traicionando a nadie», dijo el vicepresidente Julio Cobos,y votó en contra de la ley de retenciones que envió la titular del Ejecutivo Nacional que él mismo integra. Sonia Escudero y Juan Carlos Romero fueron protagonistas en el Senado.
En un doble juego de traiciones, Cobos primero se lanzó desde el radicalismo hasta las huestes kirchneristas en una acción que le valió críticas de sus partidarios. Pero había toda una corriente de «radicales K» que se sumó a un peronismo sui géneris que inventó para esa sumatoria el concepto de «transversalidad».
Luego comenzó a jugar en contra de la política de Kristina y a respaldar a gobernadores que fueron a fondo contra la decisión presidencial de instaurar las retenciones móviles como modo de captar y redistribuir la renta extraordinaria que generan las exportaciones de soja.
Fue justamente él quien pidió que el tema fuera al Congreso en lo que aportó un respiro en el pico de la crisis con una clase media y alta urbana que comenzó a apoyar masivamente los intereses de los productores sojeros.
Entonces se transformó en la estrella de los medios que fogoneaban los embates del «campo» contra la presidenta. Lo presentaron como el representante de la mesura, el equilibrio y la racionalidad frente a una Kristina a la que trataban de «bipolar», «irracional» e «histérica». Se lo elevó a la categoría de «tercer presidente», frente a un «presidente de facto» (Néstor Kirchner) y a una «presidenta virtual» (Kristina).
Hasta que se llegó ayer a una situación definitoria en el Senado, en la que los representantes salteños Juan Carlos Romero y Sonia Escudero se lucieron como opositores al gobierno y defensores del «campo» en sendos discursos que los mostraron aplomados, inteligentes, sólidos y firmes. Dos representantes de lujo para los intereses de la «patria sojera» que apelaron a la crítica a fondo contra la falta de un auténtico federalismo y las distorsiones en el inequitativo flujo de los fondos coparticipables.
Pero a la hora de la verdad los números dieron empate: 36 a favor del gobierno y 36 a favor de la oposición. Y tuvo de definir Cobos, que momentos antes pareció sucumbir ante el dramatismo de la tensa situación y optar por la huída, ya que abandonó el recinto. Entonces quedó presidiendo la sesión Juan Carlos Romero, debido a que el salteño es el vicepresidente del Senado.
Sobre las 3 y media -cuando ya había retomado su banca de senador- Romero perdió la compostura y se enfureció cuando se sintió aludido por una referencia a quienes traicionan a la presidenta y a los ideales de justicia social del peronismo para defender los intereses de un sector privilegiado en lugar del bien común de la sociedad toda.
«Lo importante es que no me traiciono a mí, ya que defiendo mi interés personal como gran terrateniente y el de los millonarios de mi clase», debería haber explicado con sinceridad Romero. Pero claro, también hubo en el Congreso además de brillantes intervenciones mucha hipocresía y ocultamiento de los verdaderos intereses que se agitan detrás de todo este tema que puso en vilo a la Argentina y concita la atención de la prensa de todo el mundo.
Reaparecido Julio Cobos, el vicepresidente de la Nación intentó lavarse las manos tirando de nuevo la pelota a la cámara para que «busquen una solución de consenso». Para ello pidió que se pase a un cuarto intermedio.
Pero ambos sectores le negaron ese respiro y lo conminaron a cumplir con su deber como presidente del cuerpo, de emitir un voto decisivo en caso de empate. El vocero del oficialismo instó a Cobos -como Jesús en instantes previos a consumarse la traición más flagrante en la historia de la humanidad- a que lo que tenía que hacer, lo hiciera rápido.
«Es el día más difícil de mi vida», dijo Cobos. Y negó que fuera a traicionar a nadie. No pudo ser Pilatos y se vió obligado votar. Entonces cumplió con su destino infame. Fue Judas.