Un informe de la RAE en el 2012 sobre sexismo en el lenguaje expone el conflicto entre sexo y género a la hora de hablar o de escribir. La lingüista Nené Ramallo explica cuál es el uso correcto en los discursos de corte político que pretenden reflejar la diversidad sexual y asegurar la inclusión social de la mujer en todos los ámbitos.
En nuestra escuela primaria, se nos enseñó la noción de “género”. Hoy, en la Nueva Gramática de la Lengua Española, encontramos esta definición: “El género es una propiedad de los nombres y de los pronombres que tiene carácter inherente y produce efectos en la concordancia con los determinantes, los cuantificadores, los adjetivos y, a veces, con otras clases de palabras. […] Con muchos sustantivos que designan seres animados , el género sirve para diferenciar el sexo del referente: alcalde/alcaldesa; gato/gata; niño/niña; presidente/presidenta; profesor/profesora); pero, a algunos sustantivos que designan seres sexuados les corresponde más de un género y entonces, la información la obtenemos a partir de un adjetivo o de un determinante (el/la cónyuge; el/la pianista; el/la testigo)».
En otros casos, las diferencias de sexo entre personas o animales no se ven reflejadas en el género de los sustantivos que los designan: son los tradicionalmente llamados “epicenos”: así, entonces, aunque existan la perdiz macho y la perdiz hembra, el sustantivo ‘perdiz’ es exclusivamente femenino. A la inversa, ocurrirá con ‘tiburón’, cuyo género es exclusivamente masculino, aunque existan los dos sexos. En el caso de las personas, tenemos como epicenos ‘víctima’, ‘figura’, ‘persona’, ‘criatura’, ‘eminencia’: “Ese escritor, figura reconocida mundialmente, es una persona sencilla” o “El muchacho que salió inocentemente de su auto fue una víctima más de la inseguridad”.
Hasta aquí, las cosas se presentan claras. Pero he aquí que, en la vida cotidiana, se pone el acento –y ello lo trae a colación Bosque en su controvertido artículo–, sobre todo en los discursos de corte político y en las fórmulas que actúan como vocativos, en la diversificación de géneros, para reflejar la diversidad sexual y asegurar la inclusión social de la mujer en todos los ámbitos: “para todos y para todas”, “a los ciudadanos y a las ciudadanas” son ejemplos de esta tendencia, cada vez más de moda, como si se intentara la igualdad de sexos a través de la mención expresa de la desigualdad gramatical.
¿Por qué no más ya al “Todos los argentinos vamos a homenajear a Belgrano” y la obligación o necesidad de alargar el mensaje diciendo “Todas las argentinas y todos los argentinos vamos a homenajear a Belgrano”? El adjetivo ‘todos’ y el gentilicio ‘argentinos’ de nuestra primera oración están empleados como USO GENÉRICO. ¿Por qué? Porque, en español, el género no marcado es el masculino y el marcado, el femenino. Por eso, en la designación de seres animados, los sustantivos y adjetivos de género masculino no solamente se usan para referirse a individuos de ese sexo, sino también para designar la clase que corresponde a todos los individuos de la especie, sin diferencias de sexo; cuando se dice “El oso es un animal plantígrado” se está indicando, lógicamente, tanto al macho como a la hembra. Lo mismo en “Los maestros hicieron huelga en reivindicación de su dignidad” se está involucrando a los docentes de ambos sexos.
Esto es así por herencia: en las lenguas románicas y también en las de otras familias lingüísticas se usa el plural masculino para designar a todos los individuos de la clase o grupo que se menciona, sean varones o mujeres. De eso se trata, pues, el uso genérico.
Bosque tiene claro que el propósito último de las guías de lenguaje no sexista –disparador de la nota– es loable porque «quieren contribuir a la emancipación de la mujer y a que alcance su igualdad con el hombre en todos los ámbitos del mundo profesional y laboral», pero dice también: “NO TIENE SENTIDO FORZAR LAS ESTRUCTURAS LINGÜÍSTICAS PARA QUE CONSTITUYAN UN ESPEJO DE LA REALIDAD NI IMPULSAR POLÍTICAS NORMATIVAS QUE SEPAREN EL LENGUAJE OFICIAL DEL REAL». Añade también: «Existe discriminación, pero no en el lenguaje, en la vida, laboral y social. Esa es la verdadera discriminación de las mujeres. La lingüística es falsa. Los posibles cambios, sean los que sean, tendrán que venir de un uso mayoritario».
Dejando de lado ya el artículo en sí, pensemos en las repercusiones prácticas en la vida cotidiana: habría que cambiar, para obedecer esta tendencia de diversificación de géneros gramaticales, las designaciones de “Día del niño”, “Día del maestro”, “Día del amigo”, por ejemplo, para dar cabida a “Día del niño y de la niña”, “Día del maestro y de la maestra”, “Día del amigo y de la amiga”. O buscar fórmulas neutras, también más despojadas de afectividad: “Día de la niñez”, “Día del magisterio” o “Día de la amistad”.
También habría que convocar a una asamblea constituyente para cambiar el texto constitucional en cada artículo en donde no esté prevista, a partir del género gramatical, la participación del sexo femenino. En las escuelas y establecimientos educacionales, el cartel que señala el lugar donde se congregan los docentes debería indicar “Sala de profesores y profesoras”.
Deberían modificarse, asimismo, los refranes: “El zorro sabe por zorro, pero más sabe por viejo”, sería “El zorro y la zorra saben por zorro y zorra, pero más sabe por viejo y por vieja”, para dar un ejemplo. O “El perro y la perra son el mejor amigo y la mejor amiga, respectivamente, del hombre y de la mujer”. También habría que reformular “El vivo vive del zonzo y el zonzo, de su trabajo” por “El vivo y la viva viven del zonzo y de la zonza, y el zonzo y la zonza, de su trabajo”. Con todos estos ejemplos, estamos atentando contra un principio rector de cualquier lengua: el de economía.
Cuando citemos a los alumnos para alguna obligación, deberemos cuidar la diversificación: “Los alumnos deben estar a las ocho” será “Las alumnas y los alumnos deben estar a las ocho”, así evitaremos que las mujeres lleguen tarde o que no asistan.
También habría que cambiar algunos eslóganes: “Ante cualquier duda, consulte a su médico” sería ahora “Ante cualquier duda, consulte a su médico o médica”. Y cuando alguien me pregunte por mis hijos, contestaré: “Mis hijos están bien, mi hija también” o adoptaré la fórmula “Toda mi prole está bien”.
El tema da para mucho: no se intenta convencer a nadie; simplemente, hago una invitación a leer, en la Nueva Gramática, ya citada, todo lo que se ha legislado en torno al género y en donde se puede apreciar cómo el léxico va incluyendo, año tras año, nuevos términos que demuestran que la inclusión de la mujer en todos los ámbitos de trabajo queda reflejada, también, en una lengua, dúctil y abierta a los cambios: jequesas, choferesas, lideresas, coronelas, bedelas, edilas, peritas, juezas, fiscalas, pero también las controvertidas estratego, miembra, ídola y muchas voces más dan cuenta de una apertura creciente en el ámbito académico. Incluso, en el español rioplatense, han llegado a registrar ejemplos como ‘naba’ o ‘ploma’, referidos a mujeres muy tontas o muy pesadas.
También, la actitud de apertura de las instituciones universitarias que ya se preocupan por expedir los títulos profesionales con las formas femeninas: ‘ingeniera’, ‘abogada’, ‘médica’, ‘perita’, vocablos absolutamente permitidos lingüísticamente.
Cierro con dos reflexiones: la primera es de la escritora Elvira Lindo: “¿Qué es lo que pretendemos cambiar: el lenguaje o la realidad? Deseo una sociedad en la que los hombres sepan mirar a las mujeres con respeto”. La segunda pertenece a Rosa Montero: “El lenguaje es sexista porque la sociedad también lo es: lo que resulta ingenuo es pretender cambiar el lenguaje para ver si así cambia la sociedad”.
La lengua no es un fósil: es dinamismo puro. No hablamos hoy como lo hacían nuestros padres y, mucho menos, como nuestros abuelos. El uso permanente cambia leyes. Habrá, pues, que esperar a ver si el uso constante de estas formas, hoy motivo de discusión, logran modificar lo escrito y legislado.
– Por Nené Ramallo
* Nené Ramallo es la directora del Departamento de Letras, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo; es lingüista, especialista en dialectología.
– Fuente: mdzol.com
Determinados usos del lenguaje implican violencia
El artículo es interesante, no por el planteo general, que no lo comparto del todo, sino por lo que discute u ofrece para reflexionar.
No creo que sea conveniente negar que un cambio en los modos de expresión lingüísticos, es un paso más para eliminar la agresión contra las mujeres. Sin embargo, me suena realmente, estridente el barbarismo de «miembra» o de «Presidenta» para aludir a una mujer que sea, v. g., Poder Ejecutivo de una nación o que integre algún organismo.
El feminismo recalcitrante y más, el que se practica en Salta, es un machismo invertido y es la manifestación de un «complejo masculino», tal cual lo diría Ernest Jones a partir de Sigmund, feminismo que es un modo de violencia de género, sólo que de mujeres en desmedro de varones (sostengo que la agresión de género no es sinónimo de violencia contra la mujer y que la agresión de género es más amplia y compleja que esa torpe simplificación –por ejemplo, la violencia de género incluye la discriminación en desmedro de los travestis, de los homosexuales, entre otras minorías…).
Como casi siempre, rescatamos un enunciado del neurólogo vienés cuando en sus «Lecciones introductorias al Psicoanálisis», delinea que «… el lenguaje … no debe ser (usado) sin precauciones …» –p. 2178 del tomo II de las Obras completas de Freud.
Las alteraciones en el lenguaje cambian algo, porque el lenguaje es parte de lo Real, al igual que la «realidad», sea lo que fuere lo que deseemos nombrar con una palabra tan intrincada y asociada a la historia/histeria de la Metafísica y de la Filosofía –Derrida dixit.