Carlos Calleja vino por primera vez a nuestra ciudad. Director sobrio, medido, sin estridencias gestuales. Andriy Chornyy encontró oportuno expresar su homenaje a quienes perdieron la vida en Ucrania. El solista mostró su alto nivel interpretativo.
Salta, viernes 30 de mayo de 2014. Teatro Provincial. Solista: Andriy Chornyy (violonchelo). Orquesta Sinfónica de Salta. Director Invitado Maestro Carlos Calleja. Maurice Ravel (1875-1937): Mi madre la oca. Gabriel Fauré (1845-1924): Elegía op. 24. Pyotr Ilych Tchaikovsky (1840-1893): Sinfonía nº 1 en sol menor op. 13. Aforo 70%.
Con las conocidas cinco piezas infantiles que componen “Mi madre la oca” del genial Ravel, un virtuoso de la instrumentación mediante la cual enalteció su tarea de componer, se inició el concierto conducido por el maestro Calleja, director sobrio, medido, sin estridencias gestuales pero decididamente músico premiado con justicia por la Asociación de Críticos Musicales de Argentina, organización a la que pertenezco. Vino por primera vez a nuestra ciudad y carente de demagogia alguna, declaró haber encontrado no sólo un solvente solista sino un sólido organismo orquestal. Vuelvo a Ravel. Escribió esta especie de suite para piano a cuatro manos y tiempo después arregló la obra para la expresión sinfónica. Son cinco cuadros que imagino tienen un vívido recuerdo de su infancia, minucioso, algo pusilánime y una característica que lo acompañó toda su vida, su alma de niño grande.
Luego vino un momento especial y también inusual. La elegía es, desde el punto de vista poético, una especie de lamento por algo perdido, la vida, un amigo, un familiar, la paz, etc. Andriy Chornyy tomó el micrófono y dedicó la obra y su interpretación a la memoria de los muertos en Ucrania, nación de la que el violonchelista es oriundo. No es este el lugar para profundizar los motivos por lo que esa tierra está sumida en desesperados momentos de su vida, muchos opinan que por causas políticas y económicas, pero el solista encontró oportuno expresar su homenaje a quienes perdieron la vida, según se cuenta, por las mezquindades del poder. Son sus compatriotas perdidos, es el resto de su familia, que vive allá, sufriendo tan inhóspito devenir. El autor de esta Elegía es el francés Fauré que puso su música habitual, aristocrática, fina al servicio de la tristeza al punto que no resultó raro ver ojos conmovidos hasta las lágrimas. Chornyy, una vez más, mostró su alto nivel interpretativo, su sonido noble y elevada técnica.
Final con Tchaikovski y su perenne preocupación por mantener la formalidad constructiva en su música. Felizmente no logró encontrar el camino de la música perfecta. Y así el romanticismo se enriqueció con su aporte. La obra fue estrenada bajo la conducción de Nikolai Rubinstein por quien el autor sentía gran afecto. La descarnada descripción de paisajes helados y poco amigables ya van mostrando lo que luego sería la vida del compositor, angustiante, como atrapado en un destino inexorable. Desde lo musical es un trabajo cuidado y respetuoso de no pocas normas constructivas. Apaciguados los dos primeros movimientos, llega un juguetón “scherzo” y luego explosivos sonidos orquestales entre los que se destacan formas fugadas. Más allá de alguna desprolijidad entre cuerdas y maderas, la interpretación de la escritura del músico ruso comienza a mostrar las maravillas de la que será su música posterior.
Calleja y Chornyy dejaron magnífica impresión.