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domingo, noviembre 24, 2024

«Una muerte infinitamente postergada”

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Hace varias semanas, tres quizás, un sábado por la noche, en el horario de las 21 hs., asistí a ver la pieza de teatro “Una muerte infinitamente postergada” en Rivadavia al 900, en la sede de la Asociación Argentina de Actores. Como eco de lo que vi, postergué también, la crítica de esta obra.

Lo que vimos no es una muerte, quizá lo que vimos tampoco es teatro y quizá este texto, no sea una crítica. Nada es lo que parece es el planteo de esta pieza de teatro del Grupo Pura Graña. Y esta primera reflexión, surge inducida por dicho planteo. Puede que haya sido una muerte real, que hayamos asistido a una obra de teatro y que esta sea verdaderamente, una crítica.

Muerte, en tanto Diego Parra y Germán Tolaba, los actores, al terminar la pieza teatral, mataron la concreción del acto material; obra en tanto efímera y difícil de asir. La obra muere al terminar (o se posterga en el imaginario). Después de todo, la voy haciendo nacer, otra vez, con otro texto.

Sí, la infinita muerte postergada o la muerte que infinitamente se posterga, tiene que ver con un planteo onírico desde un punto. Desde otro punto, la muerte sucede en el texto y no en la representación “irreal” de la ficción. Nadie muere en un texto, sólo acontece una muerte de papel. Nadie muere en un sueño y el sueño no existe como imagen real. Finalmente, nadie muere en la escena.

El sueño traiciona los acontecimientos y las imágenes son arbitrarias en la forma discursiva del lenguaje.

La muerte infinitamente postergada, dónde: en el teatro, en la escena, cuándo: en el momento de la actuación, podría develar respuestas a preguntas sin respuestas.

La relación entre las imágenes y las cosas basada en la semejanza representativa es un engaño en el mismo tenor que el teatro lo es. Lo que vemos es sólo una representación de lo que no es.

En la puesta de Pura Graña , la iluminación juega una esencial función: los actores se desplazan con la luz que no decora, propone juegos de tensión lumínica que agigantan el displacer del soñador (Germán Tolaba) y del amigo muerto soñado (Diego Parra).

La imagen potente de una cama que podría ser una hoja de papel o el interior de un cajón de muertos, dispone a los actores en un plano de la creación y de la disociación: “esto no es una cama”. Y todo es arbitrario e ilusorio.

En el techo, rojo de sangre, hilos que se tejen, hilos que coordinan, también agrupa una serie de significantes aparentemente inconexos de sentido pero con similitud simbólica. No es sangre, qué es, acaso la tinta fresca: su representación.

El espectador, también se hace cargo del displacer del soñado puesto que no tiene posibilidad de escape del recinto. Los actores ocupan una pieza de la sede por donde entran y salen y el espectador queda atrapado frente a la puerta. Una propuesta a revisar.

Con barba cortazariana, Germán Tolaba maneja a ese otro ser (Diego Parra), para reducirlo al papel pero ese otro ser, termina ocupando la mente del escritor, que no puede matarlo ni con la pluma ni con la memoria.

La pipa de René Magritte, que no es una pipa ni es de Magritte, aparece como ícono en un programa de mano, que tampoco es un programa de mano, parece. Quizá es una tarjeta de presentación de los actores o un «pase» que alude a la traición de las imágenes y que bien podría ser la tradición de las imágenes.

En la composición de Parra, se manejan bien los silencios; en las de Tolaba, se manejan bien los intersticios. La dupla potencia las imágenes que se sueltan al vuelo del intérprete y desparrama esa atmósfera que debilita la relación entre las palabras y las cosas.

Espectador/lector: si Ud. está tan intranquilo como yo, no se preocupe. Va por camino correcto. Es cuestión de imaginarlo. Si sueña, haga la prueba.

– En portada: La traición de las imágenes (Esto no es una pipa) 1928/29. Los Ángeles, County Museum.

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