En el minuto 90 Argentina pasó a octavos de final. Gol de Messi contra Irán en el estadio Mineirao.
Medios y periodistas criticaron al seleccionado argentino en todas sus formas: “inmerecida derrota de los islámicos”, “Irán pudo empatar o ganar”, “Argentina jugó mal”, “una pobre Argentina”, “la selección no tuvo intensidad ni actitud”, “el gol de Messi salvó a la selección”.
Ahora no importa el resultado, según las críticas, sino el cómo jugó la selección. Pero si no hubiésemos clasificado, dirían que era importante la definición. Se sabe, nada nos conforma.
El fútbol ayer acaparó las miradas del planeta. El apellido del mejor jugador del mundo inicia con la sílaba Me y ya se habla de El Mesías, una especie de dios del balón. ¿No estaremos llegando demasiado lejos?
En la transmisión del partido un periodista dijo “sacó un gol de otro partido”. Eso lo convierte en el mago de la galera, eso lo convierte en un genio.
Un solo hombre. Un hombre solo. Hasta ayer, eso no era más que una mala película hollywoodense. En realidad la cinta no es muy potable, sólo la definición lo es. ¿Un dilema filosófico? ¿Acaso había filosofía en esto de correr detrás de una pelota? Siempre se dijo que los partidos se ganan con goles, pero parece que así, no. Con pimienta y sal, no. Hay que asegurar la entrada y el plato principal. El postre más que dulce estaba amargo. Y al final, el almuerzo resultó agridulce.
A este ritmo, un hombre terrenal no podrá vivir entre el común de la gente. Los argentinos, o le harán un altar o lo incendiarán.
Si Messi no le hubiese dado los 6 puntos a Argentina, habría un linchamiento deportivo, eso significa un funeral mediático. En cambio, “perdonan” a cambio de la continuidad, y en lugar de arrancarle el corazón le sacan los ojos.
No sé qué pasó con el sueño y con “Argentina qué lindo es verte de nuevo”. Lo cierto es que un solo hombre guía los destinos de un país, mientras rondan los buitres sin fondo.