Desafiando una dura noche invernal, la Orquesta Sinfónica de Salta, ofreció un interesante programa. El estreno de uno de los cuatro poemas sinfónicos del checo Dvorák más la conocida y poco ejecutada quinta sinfonía del austríaco Schubert.
Salta, jueves 26 de junio de 2014. Teatro Provincial. Orquesta Sinfónica de Salta. Directora Asistente: Mª Yeny Delgado. La Rueca de Oro (*) op. 109 de Antonin Dvorák (1841-1904). Sinfonía nº 5 en si bemol mayor D. 485 de Franz Schubert (1797-1828). Aforo 60%. (*) Estreno en Salta.
Para Dvorák me interesa mencionar un aspecto: este poema sinfónico, La Rueca de Oro contiene una importante dosis de fantasía, siniestralidad y delirio misterioso, cualidades comunes en los cuentos de Karel Jaromir Erben, escritor checo, cultísimo e inteligente que usó el criterio de cierto terror que tenían los cuentos infantiles en los siglos XVII al XIX en centro Europa.. Cautivado por ellos, Dvorák, que no fue el iniciador de la escuela nacional checa en materia musical -Smetana ocupa ese lugar-, sino que fue seguidor de éste, construye con indudable capacidad sinfónica, una música de fanfarria de evidente marcialidad que regresa en la recapitulación. Yeny Delgado, evita con sabiduría caer en la grandilocuencia no obstante el uso espectacular de metales pesados. Ella debe haber pensado que en un extremo estaba la sedosa suavidad de las cuerdas y en el otro la voracidad sonora de los vientos, ambas características no exentas de romanticismo. Pues bien, el equilibrio buscado se logró y este estreno en nuestra ciudad cayó de maravillas en el oyente.
Luego la quinta sinfonía de Schubert. Compositor de lieder, de música íntima, de reuniones de amigos para hacer música de cámara. Incursionó en la sinfonía con variado resultado. La de esta noche fue, para ser franco, una obra construida en los primeros años del romanticismo pero eminentemente clásica. Casi un homenaje a Mozart o Haydn -dice Yeny más el primero- o sea un clasicismo tardío, algunos hablan de un clasicismo más avanzado. No tiene un inicio lento para incursionar prontamente en el “allegro” sino que es un inicio sencillo, alegre, vivaz. Hay un “andante” típico de los del compositor del palacio Esterhazy que brinda la atmósfera necesaria para lo que Schubert llamó “menuetto” que en rigor es un “scherzo” de auténticos valores.
El final escrito por un compositor de menos de veinte años de edad, campeón de melodías, de indiscutible raigambre romántica, es, en este caso, típicamente mozartiano dada su elegancia y optimismo. Debo confesar que de a poco voy comprendiendo las ideas musicales de Yeny Delgado que transitan por la prolijidad, el respeto a ultranza de lo que la tradición dice sobre el autor elegido. Marcó muy bien y comunica mejor dando la sensación que la orquesta está cómoda con ella. Es verdad, el repertorio si bien fue tranquilo, no por eso debe faltar extremo cuidado y la conductora no cayó en ello sino por el contrario, lo enalteció.