Cuando la estrella del genio de Charly parece naufragar en los excesos y la locura y el flaco Spinetta se mece en su serena potestad de abuelo del rock argentino, Pedro Aznar alcanza hoy su cenit con una obra potente, dúctil, original y abierta.
Con un show musical que apostó a la potencia y a la energía, pero que suavízó con toques de nostalgia y sentimiento, Pedro Aznar volvió a mostrar en Salta que es uno de los grandes del rock argentino.
En su propia obra se pueden rastrear ecos de los maestros como Charly y Spinetta, y es la cosecha de su propio talento que parte de su bajo luminoso -uno de los dos o tres más importantes de la música nacional- que lo llevó a integrar una de las bandas de jazz señeras a nivel mundial en un viaje al primer mundo con regreso, luego de tocar apenas adolescente en ese seleccionado de estrellas que era Serú Girán.
«Soy artista, ningún ritmo o melodía, nada del cosmos musical me es ajeno», pareciera ser su lema. Del rock nacional es parte creadora a pesar de pertenecer a una generación posterior a la de los padres y abuelos de esta forma musical urbana porteña-rosarina nacida en la segunda mitad del siglo XX. Luego con su bajo se fue lejos, a navegar en la primera del jazz. Y volvió, curioso siempre del folclore, de los ritmos latinoamericanos, de la música brasileña. De la zamba a los Beatles, como se pudo disfrutar anoche, recorridos que plasma en el doble disco compacto «Quebrado», que vino a presentar a esta capital.
Hay vetas interesantes, y no tan comentadas, que importa destacar en Pedro -este eterno joven que ya pisa los cuarenta-. Por ejemplo sus aportes al arte incidental de la música de películas. Por ejemplo su amor por Salta, por nuestras bagualas, nuestras coplas, por las zambas del Cuchi Leguizamón, por el paisaje musical riquísimo de estas comarcas norteñas a las que vino -antes que a brillar a los escenarios- a buscar esencias que nutrieron su propio crecimiento artístico.
Así es que Aznar se juntó hace ya unos años con Balbina Ramos para aprender a cantar bagualas y conoció como pocos la obra del Cuchi para cantarla desde las entrañas de su alma porteña y roquera -como lo hizo anoche en el escenario del Teatro Provincial-.
Desde que venía hace más de una década a tocar en un íntimo pub en San Lorenzo, pasando por el trago amargo de una fallida participación en la Serenata (el público festivalero que consume folclorismo barato y populachero y que esperaba con ansiedad al Chaqueño no entendió su homenaje hecho baguala y lo silbó) hasta este presente en que ofrece un espléndido recital para un público salteño más amplio (con jóvenes y adolescentes que conocen sus propios temas y los cantan) Pedro ha recorrido un interesante y enriquecedor camino en su relación con los salteños. Una conexión que anoche, en las dos horas de un potente recital que terminó con un tema «desenchufado», tuvo uno de sus picos más altos.
Porque los salteños aprendimos a quererlo y admirarlo y porque él sabe que en la tierra del Cuchi y de Balbina ha bebido una parte de esa sapiencia con la que construyó este sólido presente de artista pleno que sigue en ebullición creativa, en fecunda evolución.