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lunes, agosto 4, 2025

Traslado de la capital, ¿cortina de humo?

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Hace 201 años que se plantea el traslado de la Capital. El primero en proponerlo fue José Artigas en las Instrucciones a los diputados de la Banda Oriental a la Asamblea de 1813. Ahora vuelve a hablarse ¿Cortina de humo? ¿Solución para nuestros problemas?

El cambio de Capital no es una panacea ni un manantial de felicidad colectiva para lo argentinos, pero objetivamente sería una saludable señal. Si diagnosticamos correctamente algunos de nuestros principales males, la idea de mutar el lugar de la Capital se acomoda a los lineamientos de la terapia que necesitamos.

Un mal es el centralismo, impropio de un país tan vasto como el nuestro. De un punto norte extremo hasta el canal de Beagle hay una distancia igual que entre Lisboa y Moscú. Esto sin computar nuestra Antártida. Otro es la concentración demográfica que implica un 30% de la población aglomerada en el área metropolitana, con sus secuelas de inseguridad, marginalidad, carencias de infraestructura, despoblamiento de zonas productivas, entre otras. También sufrimos del abandono relativo del mar y de todos los bienes que atesora, de la alta montaña y sus recursos, de la meseta patagónica que podría albergar múltiples actividades a condición de la presencia de población, del desierto ‘verde’ del oeste chaqueño y, en general, de la escasa densidad de habitantes en todo el interior, lo cual atenta contra la explotación de los bienes naturales y la expansión de la actividad. Otro flagelo es la incontenible migración interna, no porque la gente no posea el derecho de radicarse donde lo desee, sino porque se producen lesiones intangibles como el desarraigo y la masificación. No son fácilmente mensurables como tampoco sus efectos, pero deben computarse como un factor pernicioso para el equilibrio y la armonía social. Un padecimiento genérico es que el centralismo ha debilitado al país porque ha tendido a uniformarlo, segando su rica diversidad y sus múltiples facetas con otras tantas potencialidades truncadas.

Además, debemos mirar al mundo. Todas las grandes naciones – sobre todo las de mucha superficie territorial – han trasladado la sede central del gobierno. Australia, Brasil, China, Rusia, Estados Unidos, Nigeria, Canadá son casos conocidos. Por algo lo hicieron. Les permitió conservar o asegurar su unidad. Por empezar, si nosotros hubiéramos hecho caso a Artigas, la Argentina quizás sería mucho más grande en la faz territorial.

Más arriba decimos señal ¿En qué sentido? Sería decirle al país que queremos profundizar nuestro desarrollo y hacerlo con equilibrio. Que los recursos los vamos a descentralizar. Que vamos a forjar un país pensado integralmente, no sesgado desde Buenos Aires. Que un barrio porteño – por caso Caballito – no va a ser más gravitante desde el punto de mira político-electoral que Catamarca o La Rioja. Que un territorio tan potente como el nuestro será aprovechado y no dejado a la buena de Dios o dependiente de la chequera de un presidente o ministro con despacho en la Plaza de Mayo.

¿Cuál es el lugar ideal en mi concepto? Río Cuarto tiene las condiciones óptimas. Es camino a la Argentina andina. Lo es hacia la Patagonia – de allí partió uno de los principales contingentes que ocuparon el desierto -; también hacia el Norte y el Litoral. Es bisagra en las cuatro direcciones y ambivalente porque es pampeana, pero con vocación de integrar a todas las fachadas de nuestro multiforme país.

En medio de las complejidades cotidianas que nos aquejan, ¿podemos ocuparnos de una magna empresa? La respuesta es simple: postergando las decisiones de fondo – como venimos haciendo sistemáticamente – lo único que hemos logrado es acumular asignaturas pendientes sin resolver ninguno de los problemas del hoy y, peor, agudizándolos. Enllegó la hora del largo plazo. El cortoplacismo agoniza.

Por último, cabe precisar que una nueva capital no será desvestir un santo para vestir otro. No deberá ser una futura megalópolis, sino una simple sede administrativa. Inclusive, bien podría ser que la Corte Suprema tenga su asiento en Tucumán y el Congreso Nacional en Viedma.

El cambio de la Capital no incluye a la Justicia, la Policía, la Universidad, el sistema educativo, el entramado comercial y diversos servicios y actividades. Todos estos se subordinan y explican por la existencia de la población. Como ésta permanecerá mayoritariamente en el área metropolitana, todos esos sectores ahí se quedarán. No debe suponerse que la mutación implica el desplazamiento de miles y miles de personas. Hay que abordar este asunto en su dimensión, mucho más sencilla que la ampulosidad que produce a primera vista. El traslado de la Capital tendrá, sí, un impacto notable: la reversión de la tendencia centralizadora. Ahí radica una de las claves.

A esta mudanza debe agregarse la de la Capital de la primera provincia. Para que el efecto descentralizador sea eficaz es menester que simultáneamente la sede del gobierno ejecutivo bonaerense se vaya a Azul. Completa la articulación de una estrategia de desmetropolización – permítase el neologismo.

No sé si las voces oficiales que pusieron recientemente en la agenda la cuestión ‘Capital’ lo hicieron para montar una ‘cortina de humo’. En mi caso, abordo este asunto en serio. Con la seriedad que amerita.

– por Alberto Asseff
Diputado nacional de UNIR- Frente Renovador.

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