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domingo, noviembre 24, 2024

“Rayuela”, la Web analógica de Julio Cortázar

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Analizamos la forma y el contenido de la genial novela del autor argentino para dar con la génesis del hipervínculo, una de las características más destacadas de la órbita online. Mientras que el término fue puesto en vínculo con Internet hacia el año 1966, tres años antes había sido la propuesta central de esta obra que rompió con la linealidad clásica de la literatura.

El pasado 26 de agosto Google homenajeó con un encantador doodle a Julio Cortázar en ocasión del centenario de su nacimiento en 1914 en Bruselas. Por debajo de la caricatura del autor anotaron: “Andábamos sin buscarnos, pero sabíamos que andábamos para encontrarnos”. Se trata de una extracción del primer capítulo de “Rayuela”, una de las novelas cardinales del boom latinoamericano. Andar a la caza de la Maga por las calles de París, esa referencia, fue ideal para ajustar el imaginario de Cortázar a la propuesta de Google, aunque la analogía no resulta suficiente para afirmar que el autor vaticinó aquello que el gran motor de búsquedas de Internet emprendería treinta años después de la publicación de aquella novela.

Sin embargo hay quienes sostienen que, a su modo, «Rayuela» anticipó una de las características más reconocidas de la World Wide Web: el hipertexto. En el “tablero de dirección” que aparece como prólogo de “Rayuela”, Cortázar advierte a los lectores: “A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros. El primero se deja leer en forma corriente, y termina en el capítulo 56, al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin. Por consiguiente, el lector prescindirá sin remordimientos de lo que sigue. El segundo se deja leer empezando por el capítulo 73 y siguiendo luego en el orden que se indica al pie de cada capítulo”.

Lúdica y revolucionaria, la segunda lectura a la que invita el autor (empezando por el capítulo 73 y siguiendo en forma inédita por el 1, 2, 116, 3, 84, 4, 71, 5, 81, etc.) bien podría ser percibida como una versión en papel y tinta de los enlaces digitales que hoy son moneda corriente en la navegación web, aquellos que nos permiten saltar de un documento a otro en menos de lo que va y viene el aleteo de una mariposa. Vale mencionar que “Rayuela” apareció en los anaqueles de las librerías hacia 1963, mientras que el hipervínculo fue empleado por primera vez en 1966. Sin embargo, los orígenes del hipertext merecen algunos párrafos. Hacia ellos rueda nuestra piedrita.

Breve historia del hipervínculo

En “A Brief History of the Hyperlink (And Why We’re Not There Yet)”, Billy Lamberta echa luz sobre una serie de acontecimientos fundamentales en la historia del hipervículo, una funcionalidad a la que debemos agradecer el siguiente hecho: hacer clic aquí, para acceder a una versión en español de aquel ensayo. Lamberta inaugura el repaso refiriendo a una nota publicada en The New York Times en 2008 en la cual se propone un antíquisimo origen para esta funcionalidad, dando cuenta de los planes de un tal Paul Otlet quien en 1934 imaginó “una red de computadoras que le permitiría a la gente buscar dentro de un archivo mundial de documentos relacionados entre sí”. Más adelante la referencia es para “As we may think”, un ensayo fundamental publicado en 1945 donde se describe una máquina capaz de mejorar la memoria del ser humano, “permitiendo al usuario almacenar y recuperar documentos vinculados por asociaciones”. Según Lamberta, hacia el fin de la Segunda Guerra el autor predijo las computadoras personales, Internet, las enciclopedias online, incluso la interacción por voz que hoy es parte de muchos dispositivos electrónicos; todo ello al postular la aparición de “una máquina basada en microfilmes en la cual uno podía vincular cualquier par de páginas de información en un ‘sendero’ de información relacionada, y de ahí desplazarse hacia adelante y hacia atrás entre las páginas en un camino como si estuvieran en un solo rollo de microfilme”.

A ello le sigue el primer uso del término “hipertexto” hacia 1965, en boca del sociólogo y pionero en tecnología de la información Ted Nelson, con reconocida inspiración en el mencionado As we may think. La formulación tuvo lugar en el marco del proyecto Xanadú, un ambicioso plan que se propuso dar forma a una biblioteca que reúna toda la literatura de la humanidad. Un año más tarde, un equipo del Stanford Research Institute comandado por Douglas Engelbart implementó por primera vez los hipervínculos en el mítico sistema NLS el cual operaba de la mano de un elemento de hardware novedoso: el mouse. Hacia 1968, Engelbart mostró sus inventos en una gran audiencia que tuvo lugar en San Francisco, donde también se vieron videoconferencias y se gestionaron correos electrónicos. “Qué bueno que yo no vivía en 1968 porque mi cabeza hubiera explotado”, suelta Lamberta. La última parada en este recorrido nos lleva al año 1989, cuando Tim Berners-Lee puso en una misma olla el hipertexto e Internet. “Lo único que tuve que hacer fue tomar la idea de hipertexto y conectarla con el Protocolo de Transmisión de Control y las ideas del sistema de nombres de dominio y ¡ta tá!, la World Wide Web”.

La piedra vuelve al casillero de “Rayuela”

Con “Rayuela”, Cortázar “define una originalísima secuencia de saltos que rompen con la consueta lectura lineal”, señalan Roberta Bosco y Stefano Caldana en un artículo publicado en El País de España. Más allá de que, según señalan, “no sería correcto afirmar que Cortázar inventó el hipertexto”, las autoras advierten como insoslayable la antes repasada contemporaneidad de “Rayuela” y los primeros usos de la función. En tanto, sí resulta válido afirmar que la capacidad de saltar de un documento a otro (o de un universo a otro universo, como sea) fue una de las actividades preferidas de algunos creativos en los años sesenta, hayan pertenecido éstos al campo literario o informático; a fin de cuentas, literatura e informática han formado y forman parte del mismo mundo. Por otra parte, también es plausible la hipótesis que avanza en la idea de un clima de época de suyo influyente, de una serie de ideas, entre ellas los documentos más ricos que un texto plano y lineal, que tuvieron su correlato en diversas producciones y que, en tanto, Cortázar podría haber recibido influencias provenientes de los avances en programación informática que se divulgaron poco tiempo después de la publicación de su novela. En la contraparte, la idea de que los programadores de los sesenta hayan adoptado la propuesta de “Rayuela” es un hecho menos factible y que tiene antecedentes más propios, tal como hemos repasado.

En simetría con aquello que ocurre en una noticia publicada en algún medio digital como este al pulsar enlaces y moverse entre las pestañas de un navegador, el lector de la novela de Cortázar goza de una porción de libertad de la cual no puede ufanarse quien accede a un texto tradicional, en pos de la coherencia obligado en su acto a ir de izquierda a derecha, del renglón superior al inferior, llegar al final de la página y correrla para iniciar nuevamente la misma danza, eso, hasta el último capítulo del volumen. Aquí los links, en “Rayuela” los saltos propuestos por su autor, convierten al espectador en un cómplice. Así lo explicó el propio Julio Cortázar.

Por lo demás, también resulta válido señalar que la faceta analógica del hipervínculo (y en consecuencia la idea del lector como un copartícipe) no es exclusiva del autor de “Bestiario”. Según se indica en este repaso, “puede parecernos que la noción de hipertexto es absolutamente novedosa, y que sería imposible haberla desarrollado sin los medios digitales, pero el hecho es que mucho antes del primer ordenador o de las intuiciones de figuras de la posmodernidad como Barthes o Foucault aparecen conceptos similares. De hecho, algo tan usual y tan antiguo como un diccionario no es más que un sistema de referencias hipertextuales combinado con el orden alfabético, ya que las entradas no son sino colecciones de (virtuales) enlaces que hacen referencia, infinitamente, a otros lugares del texto”.

En “Hipertexto 3.0”, George Landow, teórico de literatura electrónica y referencia ineludible en estas arenas, habló de Roland Barthes y su idea de un texto infinito: “Este texto es una galaxia de significantes y no una estructura de significados; no tiene principio, es reversible, podemos acceder a ella por distintas vías, sin que ninguna de ellas pueda calificarse de principal”. Otro botón de muestra para dar cuenta que los links no son exclusivos de la escena digital.

A pesar de los antecedentes, nadie se sorprenderá si afirmo que a la literatura siguen siéndole ajenos los saltos, incluso con “Rayuela” latiendo en el centro de esta disciplina. En cambio, en la órbita online son tan naturales como imprescindibles, siendo la complicidad del lector uno de sus signos.

En la novela que nos convoca, la propuesta del hipertext no vibra únicamente en las formas, también aparece en su contenido. Como hemos visto, el azar brota ya en el título escogido por el autor (el clásico juego de niños que depende de los caprichos de una piedra) y en el modo en que sus protagonistas, Horacio Oliveira y la Maga, logran encontrarse sin buscarse cabalmente. Además, el concepto también es explicado en algunos fragmentos de la obra. Se anota en el capítulo 99 de “Rayuela”.

“Morelli es un artista que tiene una idea especial del arte, consistente más que nada en echar abajo las formas usuales, cosa corriente en todo buen artista. Por ejemplo, le revienta la novela rollo chino. El libro que se lee del principio al final como un niño bueno. Ya te habrás fijado que cada vez le preocupa menos la ligazón de las partes, aquello de que una palabra trae la otra… Cuando leo a Morelli tengo la impresión de que busca una interacción menos mecánica, menos causal de los elementos que maneja; se siente que lo ya escrito condiciona apenas lo que está escribiendo”.

Reseñado por el artículo antes mencionado, en otro capítulo de la novela, desde la cama de un hospicio Morelli pide a Oliveira que lleve sus escritos a un editor. Al hacerlo, refiere a la particularidad idiosincrasia de los mismos.

“- Se va a armar un lío bárbaro – dijo Oliveira.

– No, es menos difícil de lo que parece. Las carpetas los ayudarán, hay un sistema de colores, de números y de letras. Se comprende enseguida. Por ejemplo, este cuadernillo va a la carpeta azul, a una parte que yo llamo el mar, pero eso es al margen, un juego para entenderme mejor. Número 52: no hay más que ponerlo en su lugar, entre el 51 y el 53. Numeración arábiga, la cosa más fácil del mundo.[…]

– Póngale que metemos la pata – dijo Oliveira- y que le armemos una confusión fenomenal. En el primer tomo había una complicación terrible, éste y yo hemos discutido horas sobre si no se habrían equivocado al imprimir los textos.

– Ninguna importancia – dijo Morelli-. Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana. Liber Fulguralis, hojas mánticas, y así va. Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto.”

Finalmente, evaluar si Julio Cortázar hubiera recibido con gusto la propuesta de Internet sería, simplemente, caer en los vicios del anacronismo. Prefiero evitarlo y poner fin a este artículo con un hipervínculo, de qué otro modo sino, el cual nos lleva por esas magias de la programación a la voz de Cortázar contándonos cuál es, según su criterio, la justificación última de “Rayuela”.

– Por Uriel Bederman *

– Fuente: datta magazzine

* Uriel Bederman es redactor especializado en el sector tecnológico. Colabora en DattaMagazine desde 2010. Es colaborador en el suplemento «Sábado» de diario La Nación y editor del sitio TendenciasMag.com. Participa y ha participado en diversas publicaciones como USERS, RedUSERS, La Capital de Rosario, So Now!, Living y Lugares, entre otras. También se desempeña como corrector de textos literarios.

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