Si los profesores de Lengua y Literatura tienen a disposición en la Biblioteca del Colegio el libro “Pasacalles” con sello del Ministerio de Educación, comenzamos con una primera “aprobación” para leerlo con los estudiantes. Está en biblioteca, es accesible, es Literatura argentina, está “permitido”. Llevas entonces el libro al aula y lees en voz alta para toda la clase de un colegio público, según acostumbran los profesores de la materia : “de repente”- como dicen los chicos, el docente lee en uno de los cuentos que alguien se quiere “culiar” a alguien; o en otro, que el chico le besa la “comarca clitoreana”, en lo que el narrador sugiere, “delicadamente, como debe ser”.
No vamos a oficiar aquí de censores ni nada por el estilo. No es esa la idea. Tampoco es la idea sugerir ninguna prohibición a ningún libro, ni mucho menos, meterlo a la hoguera para recordar viejas épocas inquisidoras, o algunas otras hitlerianas, en que se secuestraban y quemaban tales o cuales libros de Literatura o de Filosofía. Lo que se pretende aquí es primero, pensar qué es adecuado leer hoy, qué tipos de libros pueden alimentar el espíritu artístico y el placer de la lectura, sobre todo cuáles pueden orientar hacia un conocimiento sobre el mundo, la sociedad, los héroes y anti-héroes, las estéticas, los movimientos literarios; cuáles pueden incentivar la reflexión sobre las problemáticas sociales, etc.. Sabemos, el arte no es utilitario, pero un libro entregado por un docente dentro del ámbito educativo, tiene un valor para el estudiante: de manera implícita, los jóvenes confían en el criterio de selección de su profesor/a, interpretan que la obra tiene un plus, que si le piden que lea un libro o un texto es porque mínimamente, tiene un interés formativo. El estudiante no podrá entrever ni pensar que se le dé algo a leer que pueda deformar su cabeza, oscurecer sus pensamientos y /o anular las ideas. El libro es un faro. Y el docente es una especie de filtro para esa selección, oficial de un canon que establece qué leer y qué no leer; tiene un criterio según estime la calidad literaria de la obra.
Si en un manual aparece un autor y su obra, para el adolescente es inimaginable que el adulto disienta con ese autor y con ese texto; repito, el estudiante da por sentado que un profesor elige libros, obras, textos, etc. porque este lo considera necesario, adecuado, potable, importante. El estudiante intuye que hay una ideología aprobada por su maestro, y que por ello, aparece en un programa. El estudiante queda atónito cuando el profesor le dice “pero no coincido”. Allí empieza el juicio crítico.
Dando por hecho todo lo anterior, de alguna manera el Ministerio de Educación de la Nación en este caso, ejerce una influencia sobre el valor de las obras. Un profesor supone que un libro enviado por el máximo organismo que regula la actividad educativa a nivel nacional, se habrá encargado de hacer un “buen trabajo” de selección (que va más allá de buenas portadas y ediciones, que por otro lado son malas, de baja calidad del papel, con tapas que apenas se abren, en fin) y que de alguna manera, se está a salvo de bodrios pero sobre todo, que se está amparado por la calidad artística y a título seguido, por la educativa de la que tanto se valen a la hora de “bajar línea”. Es decir, lo que envía el Ministerio de Educación de la Nación, se supone, tiene un sello de garantía de calidad (más allá del material papel, tinta, letra, etc.).
Pero por el contrario, parece que la “lectura” que debe hacer un profesor, de un tiempo a esta parte, es, por lo menos, sospechar de la calidad de las obras literarias que se envían a las bibliotecas de colegios públicos. La andanada de libros enviados, salvo por clásicos como las Obras Completas de Jorge Luis Borges, por ejemplo, deben ser mínimamente cuestionados por el ojo crítico del profesor. Envían, en realidad, tracaladas de “basura” literaria que llenan de olor a nuevo la biblioteca y de los cuales, la mitad, al menos, son “intratables”, sirven para “engordar” los estantes y para justificar el dinero gastado en chucherías de papel. Desde la mala calidad de la edición hasta las páginas que ningún “experto” consideró deseable, los libros del Ministerio llegan a conformar el material bibliográfico de consulta obligada, pública y gratuita, o sea, material de Estado.
No se pretende aquí trazar el manifiesto del timorato, tampoco degradar el oficio del escritor, sino preguntarnos por la pornografía, por el límite entre el erotismo y la obscenidad, y acercar una crítica a los mecanismos de publicación del Ministerio de Educación de la Nación, quien saca “libros” como sacar pan del horno, y se sabe, con buena o mala harina.
Clase ficticia nunca sucedida
Retomemos la imagen del contador de cuentos en clase. Surge la palabra “culiar”. Nadie se asusta de eso. Los alumnos dicen “culiado” todo el tiempo. Ok. Pero esta vez aparece en un libro que tenía un valor para el chico y toda la perorata. “Bueno alumnos, vamos a trabajar con el sinónimo de culiar». “Coger”, profe»… Es impensable, nadie asiste a la escuela para que le lean eso, sino para trabajar la metáfora, el lenguaje poético, no más de lo mismo… Que Marcelo Birmajer escriba la puteada más larga de la historia reproduciendo a Pinti, si quiere, pero que el Ministerio de la Educación Nacional entregue eso… merece un análisis. Preferible es que vaya al grano directamente y mande el Kamasutra, con buena edición y varios ejemplares que alcancen para toda la clase -porque envían de a uno- que seguramente es más didáctico.
Reproduzco aquí algunas frases de “La lengua”: “mientras él sacudía su lengua a la máxima velocidad” (esto es sexo oral), …”el dejó de hacerlo, se le trepó, la introdujo y eyaculó a los 50 segundos gimiendo como una barra brava que grita un gol”, … La protagonista es descripta como una gran lectora que dice frases como “no seás culo de plomo” y como una “timorata” que se queda muda en la cama.
Tom Lupo, seudónimo de Carlos Luis Galanternik, es el autor. Seguramente el psicoanalista, poeta y hombre de radio nunca imaginó que su cuento iba a estar seleccionado nada menos que por el Ministerio de Educación de la Nación, para educar a los jóvenes del país. Lupo y Birmajer son inocentes. Su Literatura puede ser extraordinaria, por qué no, en ciertos contextos. En el educativo puede resultar poco apto, digamos pornográfico, o en el mejor de los casos «el lado B del erotismo» como dice en la presentación de «La lengua».
El chico va a su casa, después de haber aprendido los sinónimos de “culiar” y de cómo besar correctamente la “comarca clitoreana”. La madre le pregunta (idealmente puede ocurrir), qué está leyendo en Literatura, qué aprendió hoy. El muchacho le dice que están aprendiendo a “culiar mejor”, “bah qué digo, a tener mejor relaciones sexuales, má”.
Ella va a casa de su novio, “ché Juan, vos creés que debieras besarme la comarca clitoreana?” Ante el silencio van a google para hallar las respuestas que la escuela no le dio, como suelen decir.
Es impensable. O no. Alguien podría sugerir que se puede tomar el cuento para dar Educación sexual. Podemos llegar lejos realmente buscando la vuelta positiva al texto de Literatura.
En la próxima sección imaginativa, viene la capacitación a los docentes con la Educación sexual integral porque no saben nada, no saben cómo abordar el tema.
¿Cuál es el límite? ¿Estos textos son abordables en un ámbito de formación? ¿Hay que enseñar la palabra culiar y sus mejores formas de decirlo, a partir de un texto elegido por el Ministerio de Educación? ¿Hay que trabajar “La lengua” como disparador de una clase de Educación sexual?
¿Qué es la pornografía? ¿Baste que el texto esté escrito por Lupo o quien sea, respetables, respetados; valorables, valorados, para simplemente dárselo a leer a los chicos en clases?
¿Deben los profesores leer, por ejemplo, el “Soneto al culo” de Francisco de Quevedo, semejante poeta, sólo porque es de Quevedo? ¿Es trabajable como soneto? ¿Es educativo, formativo, aceptable? Imaginemos una Guía de lectura sobre este poema.
Quevedo, Lupo, Birmajer, etc, son inocentes. Son escritores, no son educadores ni pedagogos. Ni escribieron para que ningún Ministerio los seleccione como “formadores”.
Después de leer estos textos en clases, vale llevar “El amante” como film basado en el libro de Duras. ¡Qué película bella! Pero no para adolescentes. No para ser trabajado en clases de un colegio secundario. Y no es pornográfico, aún así, no es conveniente. Delimitemos. Hablemos de fronteras, del espacio del “otro”. Hay límites.
La pornografía
Quizá los adultos que se dicen intelectuales no puedan definir qué es la pornografía. Y defiendan el género. En “La pornografía, o el erotismo del otro”, un tal Carlos Pérez Jara, dice:
– Hacemos, por tanto, la acusación de que los detractores de la pornografía se mueven entorno a ideas confusas, cuando no deliberadamente retorcidas y adaptables a sus intenciones. Como resumen de lo que apuntamos, el poeta y novelista Mario Benedetti, lo expresa con gran transparencia: «Esta discrecionalidad es justamente el peligro, ya que todo lo confía a la inteligencia, sensibilidad y amplitud de los censores, profesión esta en la que no suelen abundar los dos dedos de frente. El origen etimológico de la palabra pornografía (del griego «porne», o sea, prostituta, y «graphe», o sea, descripción) justifica ampliamente la primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española: «Tratado acerca de la prostitución». Pero ¿cuántas obras acusadas de pornográficas caben dentro de esa acepción? Probablemente, ninguna. La segunda acepción dice: «Carácter obsceno de obras literarias o artísticas». Lo peligroso es fijar la frontera, ese movedizo límite donde termina presumiblemente lo artístico y empieza (no menos presumiblemente) lo obsceno.» Como es obvio, bajo el origen de esta palabra, solo verdaderos tratados de proselitismo pueden ser encuadrados dentro de tal concepto. Pero es que esa acepción empleada para obscenidad nos remite, tal y como apunta Benedetti, a la meta censuradora de la que hablamos antes, y que se apoya en conceptos vagos y nebulosos. Bajo niveles universales, el pudor se convierte en algo tan gratuito como cualquier mención sobre los honores de manera independiente a cualquier otro detalle de importancia: lugar, época, leyes, régimen político, revoluciones…
Sugiero ver el artículo completo en http://nodulo.org/ec/2005/n036p18.htm
El autor se expresa a favor de ella por el equívoco de plantearla como algo obsceno, además de la dificultad que establece el abordaje de su definición entre lo que es y no es obsceno.
Sin embargo, los jóvenes entienden el concepto perfectamente. Días pasados circuló un video de unos niños de entre 4 y 6 años que se filmaron teniendo sexo. Esas imágenes colonizaron las mentes de los chicos sin el filtro de la educación. La escuela puede ejercer el juicio valorativo, reflexionar sobre el hecho, participar en la formación. Pero la escuela lo que no puede, es entregar ese material. Porque los materiales entregados por la escuela conllevan implícitos, cargas valorativas, afectivas y subjetivas, entidades ideológicas que no se corresponden con la lógica, con el sentido común. No aportan. No suman. No educan.
Este ha sido apenas un esbozo del problema sobre cuestiones que un docente debe poder clasificar. En ello, no va la censura ni lo timorato. Va el criterio, va el rol de la educación, va el rol del docente, va la selección de lo que es o no formativo. Y en esto también va un debate que se debe dar entre lo que es público y contextualizable en un aula, y lo que debe quedar como anécdota de lo que no es posible.
No obstante, es una crítica al criterio de selección de los libros editados por el Ministerio de Educación de la Nación, material de distribución gratuita, que este organismo debe replantearse no en tenor de alarma, sino en pos de una mejor calidad educativa que no se trata sólo de imponer o justificar, sino de practicar. ¿A quién le cortamos la cabeza, a Sergio Varela (compilador) o a Alejandra Añón (edición para el Ministerio)? ¿Quién responde? ¿El Ministro?
El sello de tal Ministerio no es garantía de nada, ni por el lado de la forma, ni por el lado del contenido. Y esto sí es un alerta.
Siempre, como en este caso, hay un profesor que sí lee el material de la biblioteca. Siempre hay un profesor que salvaguarda, o al menos, que plantea, cuestiona y no se queda con el sello, como en este caso. Un profesor de Literatura que me mostró las páginas de este libro, “Pasacalles”, y al cual le debía al menos, una mínima presentación de esta problemática a nivel mediático.
El límite entre erotismo y pornografía: Sobre “Pasacalles”, libro enviado por el Ministerio de Educación de la Nación a los Colegios de Salta
Excelente artículo. Gracias
P/d: Habrá que leer ese libro entonces para ver que se hace.