¿Cómo fue que una decena de jóvenes católicos secuestraron, juzgaron y fusilaron al general y ex dictador Pedro Aramburu, un ícono del antiperonismo? El periodista Ceferino Reato viajó a Timote, el lugar donde Aramburu estuvo cautivo durante tres días hasta que fue muerto de un disparo en un hecho que marcó el nacimiento de Montoneros y fue bendecido por Perón.
El sótano donde el primer jefe de Montoneros, Fernando Abal Medina, mató de un balazo al general Pedro Aramburu hace cuarenta años perdió el techo y la puerta y ahora es apenas un hueco casi al aire libre lleno de escombros y de basura, como todo el casco de la estancia “La Celma”, que parece a punto de derrumbarse. “Cuando entramos al sótano, vimos que habían levantado los mosaicos y enseguida nos dimos cuenta de que lo habían enterrado allí”, recuerda Rogelio Róuan, que en 1970 era subcomisario y encabezó la partida que allanó el lugar, ubicado en las afueras de Timote, un pueblo agropecuario de la provincia de Buenos Aires, casi en la frontera con La Pampa. “El cuerpo estaba intacto, envuelto por una manta”, cuenta Róuan. “Fue el hecho más resonante de mi carrera”, agrega, como si hiciera falta.
Intacto, pero no por mucho tiempo. Róuan es una persona aplicada y busca en su biblioteca una copia del acta que él mismo confeccionó hace cuarenta años. “Habían cubierto su cuerpo con cal para que no diera olor y el casero, Blas Acébal, que vivía muy cerca, no sospechara nada raro, y también para que la carne y los huesos se fueran consumiendo hasta desaparecer. Pero llegamos a tiempo”, sostiene. Un detalle macabro el de la cal, que fue revelado por primera vez por Gabriel García Márquez en 1977, en un artículo basado en una entrevista con Mario Firmenich realizada luego de un encuentro casual a bordo de un avión, sobre el Océano Atlántico. “Alguien les había dicho a los ejecutores que si enterraban el cuerpo con cincuenta kilos de cal viva no quedaría ningún rastro”, comentó el escritor colombiano, luego de que Firmenich le asegurara que Montoneros se encaminaba a una victoria segura contra los militares de la última dictadura, que generalizaban el método salvaje de las desapariciones. El cuerpo de Aramburu, que estaba amordazado y con las manos atadas a la espalda, fue encontrado un mes y medio después de su muerte, que ocurrió el 1º de junio de 1970 bien temprano, luego de que Abal Medina, Firmenich y un tercer guerrillero cuyo nombre aún no ha sido revelado le comunicaron que el “tribunal revolucionario” formado por ellos tres lo había condenado a la pena capital por el fusilamiento del general Juan José Valle y los militares y civiles peronistas sublevados el 9 de junio de 1956, y por el robo del cadáver de Eva Perón. Estos hechos habían ocurrido durante la presidencia de Aramburu, luego del golpe militar que en 1955 desalojó del gobierno a Juan Domingo Perón.
Aramburu había sido secuestrado tres días antes, el 29 de mayo, cuando el Ejército celebraba su día y en el primer aniversario del Cordobazo, una revuelta popular que unió a obreros y a estudiantes en la ciudad de Córdoba para protestar contra la dictadura del general Juan Carlos Onganía.
El secuestro de Aramburu, su “juicio revolucionario” y su asesinato (“ajusticiamiento”, según los guerrilleros) fue la manera elegida por Abal Medina, Firmenich y sus compañeros para presentarse como un nuevo grupo guerrillero con el nombre de Montoneros. En un contexto de una enraizada violencia política, donde la muerte de una persona valía tanto como un comunicado de prensa o un acto callejero, los montoneros lograron sus objetivos: la “Operación Pindapoy” o “El Aramburazo” caló hondo entre los peronistas, que identificaban a Aramburu como uno de los símbolos de los “gorilas”, del antiperonismo, a pesar de que en los últimos tiempos se había movido hacia el centro político y auspiciaba un acuerdo con los peronistas.
Durante el “juicio revolucionario”, esa movida de Aramburu hacia el centro fue impugnada por los jóvenes guerrilleros como un intento de “domesticar” al peronismo para impedir el retorno de Perón, que permanecía en el exilio, en Madrid. Es curioso pero Abal Medina, Firmenich y sus compañeros no conocían a Perón y nunca se habían comunicado con él: la primera carta que le enviaron fue a principios del año siguiente, cuando se reivindicaron como “sus muchachos peronistas” y le preguntaron si era cierto que la muerte de Aramburu había interferido con sus planes políticos, como se rumoreaba. “Estoy completamente de acuerdo y encomio todo lo actuado”, les contestó Perón, también por carta, y calificó el hecho como “una acción deseada por todos los peronistas”. Comenzaba el idilio entre Perón y su “juventud maravillosa”, que se rompería a partir del 25 de mayo de 1973, cuando el peronismo volvió al gobierno y los montoneros se negaron a dejar las armas; por el contrario, se lanzaron a una abierta competencia con el General por el control del Movimiento y del país.
Detalles. La “Operación Pindapoy” fue narrada en detalle por Firmenich y Norma Arrostito en septiembre de 1974 en la revista partidaria La causa peronista. “Toda la ‘organización’ éramos 12 personas, entre los de Buenos Aires y los de Córdoba. En el operativo jugamos diez”, reveló Arrostito, la única mujer del grupo fundador. Salvo Arrostito, todos estaban formados en el catolicismo y algunos, como Abal Medina, provenían de la derecha nacionalista. Tanto era así que el comunicado número 4, en el que anunciaron la muerte de Aramburu, finalizó: “Que Dios Nuestro Señor se apiade de su alma. ¡Perón o Muerte! ¡Viva la Patria!”.
Eran muy jóvenes: Abal Medina tenía 23 años y Firmenich, 22, como Carlos Gustavo Ramus, uno de los dos hijos de los dueños de “La Celma”, el lugar de cautiverio de Aramburu. “Los Iribarren, que era el apellido de la madre de Ramus, tenían varios campos en la zona; la mamá de Carlos se llamaba Zelmira Iribarren y de allí viene el nombre ‘La Celma’”, explica Héctor Fraile, el delegado municipal de Timote. Los Ramus vivían en Buenos Aires y tenían a “La Celma” como una casa de fin de semana, aunque también explotaban las 70 hectáreas que rodeaban al casco. Carlos era muy conocido en el pueblo, y también Abal Medina, Firmenich y Arrostito. “Era un muchacho buenísimo; los padres eran de ideología conservadora, pero él salió peronista y de izquierda”, dice Róuan, que ahora tiene 80 años.
Tanto Fraile como Róuan recuerdan que Arrostito solía pasear por las calles de Timote en la volanta de los padres de Ramus, un carro de dos ruedas tirado por una yegua tordilla. “Le cuento una anécdota –se anima Róuan–: unos ocho días antes del secuestro de Aramburu, Firmenich estuvo por acá y fue a Carlos Tejedor, que es la ciudad más importante de la zona, a 18 kilómetros de Timote; entró a la sucursal del Banco Provincia y vio un montón de policías. ‘¡La mierda que hay policías!’, dijo. ‘No, es que recibimos un aviso de asalto al banco’, le contestó un sargento”. Y agrega: “El operativo estuvo muy bien planificado: si algo salía mal y debían escapar a las apuradas, tenían hasta un avión particular esperándolos en Tejedor”.
Timote tiene 500 habitantes que ahora viven de la soja y de las vacas, y está ubicado a casi 500 kilómetros de la Capital Federal, un camino que Ramus, Abal Medina, Firmenich, el guerrillero cuyo nombre aún no se conoce y Aramburu recorrieron en una camioneta Jeep Gladiator 380. Aramburu iba atrás, en un cobertizo disimulado con fardos de pasto, custodiado por Abal Medina y el montonero desconocido. Ramus iba adelante, manejando, junto a Firmenich, que seguía vestido de policía, el disfraz que usó durante todo el secuestro del general y ex dictador. Lo habían sorprendido en su propio departamento, en el Barrio Norte porteño, dos de los secuestradores, Abal Medina y Emilio Maza, que estaban vestidos de militares y llegaron con la excusa de ofrecerle custodia. Tardaron en llegar a Timote ocho horas porque tomaron por caminos alternativos, de tierra, para evitar cualquier encuentro con la policía y los militares que, cuando trascendió la noticia del secuestro, salieron a patrullar las calles y los caminos de todo el país.
Una vez en Timote, bordearon el pueblo y entraron directamente a “La Celma”. Ramus se encargó de distraer al casero, “el Vasco” Acébal, quien siempre juró que nunca vio nada raro durante los tres días que duró todo. Pero Timote es un pueblo pequeño y el caso Aramburu sigue siendo uno de los temas preferidos de conversación: muchos aseguran que “el Vasco” Acébal sabía más de lo que decía. En todo caso, él ya no puede aclarar las dudas: apareció muerto un mes después del hallazgo del cadáver de Aramburu, desnudo, sobre la loza de una pileta. Los médicos certificaron que había fallecido por un paro cardíaco no traumático, una muerte natural que no convence a los timotenses.
Ramus y sus compañeros ya habían utilizado la casa de “La Celma” para esconder en un cajón varias armas “expropiadas” en Córdoba, que también fueron encontradas por la policía, una muestra de que no esperaban que ese lugar fuera descubierto.
—¿Y, comisario Róuan, cómo fue que los descubrieron?
—En la zona ya se comentaba que a Aramburu lo habían matado y que estaba enterrado en Timote. Luego, nos llegó el dato de Santa Fe sobre la actividad comercial de Ramus y de Firmenich, que traían ganado de esa zona a Timote. Así, que se empezó a trabajar y llegamos a “La Celma”. Fui con un policía de Carlos Tejedor y con el encargado del destacamento de Timote. Llegamos como a las 2 de la mañana, estaba lloviendo. Cavamos y lo encontramos: tenía una corbata oscura con una traba, camisa, pantalón, saco y zapatos negros, con cordones. También llevaba el anillo de casado. Como a las 8 llegó una delegación de la División Cuatrerismo de Pehuajó, cuatro policías que se quisieron hacer cargo del operativo. Hubo ahí una discusión, una peleíta, porque nosotros no los dejamos y se fueron. Luego, llegó el ministro del Interior, que era el general Cáceres Monié, con el jefe de la Policía Federal, que nos felicitaron y se llevaron el cuerpo. Para el médico de la policía, lo mataron directamente en la fosa; él siempre sostuvo eso, por el recorrido de la bala.
Ramus y Firmenich compraban ganado vacuno en el norte de Santa Fe y lo traían a Timote, donde los revendían a un precio mejor, en los remates del consignatario Pedro de Duhalde.
Fraile, el delegado municipal, cuenta que los timotenses elaboraron un proyecto para reciclar el casco de “La Celma” y convertirlo en un Museo de la Memoria, porque “esto ya es historia”. Pero los timotenses no tienen muchas esperanzas de que el gobierno bonaerense autorice el reciclado: mientras las hectáreas que pertenecían a los Ramus Iribarren ya fueron vendidas, el casco fue expropiado por el Ministerio de Educación de la provincia, que al parecer no tiene interés en tomar una decisión que podría reabrir heridas que no han cerrado.
Cinco años atrás, cuando Timote cumplió cien años, los vecinos cambiaron el nombre de la única plaza del pueblo, que estaba dedicada a Aramburu desde 1980, y lo sustituyeron por el de un timotense que murió en la Guerra de Malvinas, Roberto Aldo Bordoy. Las siete placas, el disco de bronce y una plancha de cemento que homenajeaban a Aramburu fueron llevados a la delegación municipal, donde permanecen en custodia.
Todo indica que habrá que esperar algunos años más para el reciclaje de “La Celma”: los argentinos recién estamos haciendo las paces con los descendientes del cacique Pincén, uno de los símbolos de la expulsión de los indios de Timote y sus alrededores. Pincén murió hace 132 años.
– Por Ceferino Reato- Enviado especial a Timote. Producción: Laura Gambale. Perfil