Abril 8 de 2008
¡A la carga!
«Siquiera se murieron los abuelos, sin sospechar el vergonzoso eclipse.» Jorge Robledo
El 9 de abril de 1948, el sicario Juan Roa Sierra descerrajó tres balazos sobre la humanidad del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán Ayala, le segó la vida y desató con este magnicidio la mayor conflagración de nuestra historia republicana. Las turbas enardecidas se lanzaron a las calles destruyendo cuanto encontraban a su paso, especialmente en la capital, que fue virtualmente reducida a escombros por los desmanes y desafueros de los exaltados, episodios estos que se conocen como el ‘bogotazo’.
Este sería sólo el preámbulo de una larga historia de crímenes y de atrocidades sin precedentes que asolaron al país desde entonces y que se prolongó hasta el advenimiento del Frente Nacional en 1958. Esta etapa ignominiosa de nuestro discurrir es la que se ha dado en llamar de la Violencia en Colombia, la cual fue magistralmente documentada por el arzobispo Gerardo Valencia y el sociólogo Orlando Fals Borda en su libro que lleva dicho título.
Las circunstancias en las que fue asesinado Gaitán fueron similares a las que rodearon el atentado que le costó la vida a Luis Carlos Galán Sarmiento. Uno y otro se erigieron en disidentes del Partido Liberal; ambos contaban con una fuerza arrolladora que los asomaba a la asunción del poder a través de las urnas y tuvieron en común el destino aciago que frustró a toda una generación, que vio en ellos la oportunidad del cambio que el pueblo reclamaba a grito herido.
Bien se ha dicho que la historia se repite, una vez como tragedia y otra como comedia; pero, en el caso de Colombia, nos ha tocado en suerte vivir es una tragicomedia. La corrupción que campeaba en su época era sólo un pálido reflejo de lo que sobrevendría después, para escarnio de una patria envilecida por cuenta de la ‘parapolítica’ y la corrupción. Sus arengas en pro de la restauración moral de la República, hoy más que nunca, recobran actualidad. Y qué decir de la violencia exacerbada que nos agobia y que hacen de nuestro tiempo la prolongación de aquellos azarosos días, sin que se vislumbre la luz al final del túnel.
Él distinguía el país nacional del país político, como una forma de poner de manifiesto el divorcio que existía y sigue existiendo entre uno y otro, por cuenta del clientelismo, el gamonalismo y la degradación de la política. Sus planteamientos, pese a los 60 años transcurridos del magnicidio y 100 años de su natalicio, siguen teniendo validez y vigencia, sobre todo en lo atinente a lo social, que fue su obsesión. Cuando él demandaba del Estado «procurar que los ricos sean menos ricos y los pobres sean menos pobres», propugnaba la superación de la exclusión social y los enormes contrastes sociales que han caracterizado desde siempre a la sociedad colombiana. Históricamente, Colombia ha ido en contravía del resto de países del mundo, a tal punto que hoy en día es considerado el segundo país de Latinoamérica en inequidad, al tiempo que esta a su vez es la región del mundo con mayor inequidad, después del África subsahariana.
Razón tenía Gaitán cuando afirmaba que él no era un hombre, que él era un pueblo, al que encarnaba e interpretaba con fidelidad y compromiso. Parodiando a Rafael Uribe cuando afirmó que el Partido Liberal debía abrevar en las canteras del socialismo para poder sobrevivir, no resulta exagerado afirmar que la figura señera y paradigmática de Gaitán seguirá siendo fuente de inspiración a sus más leales conductores. Como bien lo afirmó Jorge Luis Borges, «los hombres y los siglos vuelven cíclicamente», ¡pero transcurrirán muchos años antes de que Colombia vuelva a tener un caudillo de la estatura moral de Gaitán!
* Ex presidente del Congreso de la República
A 60 AÑOS DEL ASESINATO DE UN LIDER DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES COLOMBIANOS