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domingo, noviembre 24, 2024

A la mierda

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El poeta Rolando Revagliatti me envió un inédito que se llama «A la mierda» y que, como es cortito, Tito, lo reproduzco. Dice así: «No iré/ ni aunque me manden / No me mandaré / Ya estuve allí demasiadas veces / También en el carajo / Renovaré mis puntos / (provisorios) / de destino.» Preciso, contundente.

Lo traigo a colación por la colección de exabruptos que produjo el poema «La bella mierda», de Orlando Barone. Sus exégetas han sido Jorge Lanata, quien calificó al autor como «imbécil» (sí, el mismo Lanata que trató a su colega Reynaldo Sietecase de «tipo de mierda», al embajador argentino en Venezuela de «hijo de puta», que igual piropo le propinó al dirigente social Luis D’Elía, que reparte sus «boludo» y «pelotudo» con la misma facilidad con que se inunda Macrilandia. Y nadie le dijo nada, todavía), un legislador que dice ser «progresista» y se apellida Milman, quien sugirió que la poesía no «circule», en clara demostración de que está vigente la hipocresía de cierto progresismo trucho, el director de cine Juan José Campanella, que se despachó con un «chupaculos», neologismo digno de una película del gran Tinto Brass, el conductor televisivo Jorge Rial quien, poniendo cara de profesor de Literatura Medieval y mirando a cámara, sugirió que la obra estaba mal escrita y el pseudoperiodista Eduardo Feiman, que dijo, con espuma saliéndole por la comisura de la boca, del lado derecho (coherente el tipo), que era repugnante, asqueroso y chupamedias. El único que pareció acercarse a una crítica más seria, con menos crueldad explícita, fue el escritor Jorge Asís. Dictaminó, desde su actitud de dios del Olimpo intelectual, que la poesía de Orlando era «autobiógrafica». Ahora que lo pienso, tal vez todo poema lo sea.

Salvo el autor de «Diario de la Argentina» (acaba de ser reeditado por Sudamericana y es una buena novela, con «Clarín» como protagonista), los demás saben tanto de poesía como yo de entomología pediátrica, pero aprovechan cualquier ocasión para destilar veneno en cuotas.

No hace mucho un legislador conservador mendocino intentó eliminar el cuento «Kilómetro 11», de Mempo Giardinelli, de una publicación para escuelas y colegios porque decía varias veces «hijo de puta».

Felizmente, la reputación literaria y ética de mi amigo está intacta y nadie se acuerda del nombre del señor censor.

Quevedo, Shakespeare, Cervantes, en fin, todas las grandes plumas de la historia han escrito alguna vez textos escatológicos y pornográficos. Nuestro Juan Gelman contó, más de una vez, que al comenzar su exilio en Italia pudo salir del bloqueo creativo escribiendo cuentos pornográficos por encargo. Nadie, salvo los críticos mencionados más arriba, pondrían en duda la calidad del gran poeta de nuestra lengua.

Las diatribas contra Barone no son contra Barone. Son un producto más de la adrenalina perversa con que se pretende manchar una fecha liminar de nuestra construcción ciudadana.

Te lo digo cortito, Tito: mañana, el 7, sale el sol, nomás.

– Julio Rudman

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