Los planes del gobierno para la nueva YPF. ¿Estamos ante un gobierno revolucionario? Si quiere saber por qué de esta nacionalización no vamos a ver un peso, lea este artículo.
El gobierno logró abroquelar a todo el mundo detrás suyo. Hay que reconocer su audacia para enfrentar una crisis que ya nadie puede ocultar. Aunque las estatizaciones pagas son moneda corriente en el capitalismo e incluso están estipuladas en la Constitución Nacional, Cristina logró darle un carácter épico que dejó a propios y extraños sin respuesta. Por las reacciones generadas ante el anuncio de la compra del 51% de las acciones de YPF, pareciera que estamos ante una medida que favorece al conjunto de los argentinos, salvo que uno sea un cipayo. El carácter progresivo de lo “nacional” se asume en forma casi automática. Incluso por quienes, desde la izquierda, rechazan la medida con el argumento de que es poco nacionalista.
Como veremos, aunque no se avanza sobre el total de las acciones y se realizan acuerdos con el capital extranjero, la medida tiene sin dudas un carácter nacionalista, porque apunta a dejar dentro del país una masa de riqueza que hasta ahora se fugaba. ¿Pero acaso esto implica que todos los argentinos, sin importar nuestra clase social, nos veremos beneficiados?
De la fuga consensuada a la estatización forzosa
Para responder esta pregunta debemos empezar por entender qué expresa la estatización de YPF. En El Aromo 63 (diciembre del año pasado) [1] publicamos un artículo sobre el fenómeno de la argentinización de YPF, promovida por el gobierno, con la entrada como accionista del Grupo Petersen, de la familia Ezquenazi. Señalamos lo que hoy todo el mundo (desde el oficialismo hasta la oposición) repite: Repsol no invertía y fugaba sus divisas. Las reservas descubiertas hasta el momento se estaban agotando y la exploración en el país no promete nada nuevo, por lo que esa tendencia no iba a revertirse. Este vaciamiento era avalado por el gobierno, quien motorizó la entrada de los Ezquenazi para que un socio del gobierno participe de una porción del reparto de dividendos.
Pero esta dinámica de Repsol en la Argentina no era novedosa. Aunque acusada de financiera y anti-industrial, se trata de una lógica capitalista acorde a las condiciones del sector. La competitividad de la rama, analizada en términos internacionales es intermedia. Lejos del ideal de grandeza con que nos quieren ilusionar personajes como Pino Solanas, la calidad de las reservas existentes permite un negocio grande en términos nacionales (YPF es la mayor empresa de la Argentina), pero hace años que fue chico en relación de los principales yacimientos globales. Mientras en 1920 YPF era la sexta petrolera del mundo, hacia mediados de siglo empezó a perder ese lugar desplazado por los países de la OPEC y, desde 1960, ocupa un lugar entre el 15º y el 20º. La existencia de yacimientos donde es más fácil sacar petróleo en otros países implicó, para la YPF estatal, una menor rentabilidad, hecho que se expresó en un menor estímulo a la inversión. La caída en la perforación de pozos, principal forma de expandir su producción, no es nueva sino que sigue una tendencia casi ininterrumpida desde 1969. A pesar de esto, la Argentina es uno de los países donde más se perforaron. Lejos de una virtud, esto es resultado de que la productividad por pozo es menor que en otros países con petróleo y, por lo tanto, hace falta perforar más para sacar menos [2].
Esta caída en la productividad, y el consecuente aumento de costos, llevaron a que, aunque la empresa seguía ofreciendo tasas de ganancias normales para un capitalista, rendía cada vez menos ganancias extraordinarias, como producto de condiciones diferenciales. Es decir, era negocio para una empresa privada pero, dada la contracción de la renta diferencial, no alcanzaba para cumplir el rol de transferir riqueza al resto de los capitalistas radicados en la Argentina. Este escenario llevó a una creciente crisis del sector: YPF dejó de ser una bendición para la burguesía y empezó a ser una carga. La privatización llegó como resultado del agotamiento de las condiciones materiales que permitían sostener a la YPF que le repartía plata a todo el mundo a través de concesionar los yacimientos más rentables, vender nafta barata y comprar insumos y servicios caros.
Con la privatización nada de esto se revirtió. Luego de un corto boom de inversiones estimulado por el despido en masa de obreros en la primer etapa, en manos de Estenssoro, a los pocos años todo volvió a la normalidad. Es decir, al estancamiento y la decadencia. La repetición del pomposo anuncio del descubrimiento del yacimiento de Vaca Muerta en Neuquén (ya realizado en 2006), aunque a futuro pueda ser un negocio interesante, es todavía una promesa muy lejana. Se trata del llamado shale oil y shale gas que es petróleo y gas que se encuentran imbricados en la piedra. La tecnología para su extracción mejoró mucho. Sin embargo, todavía es muy cara y lleva mucho tiempo, por lo cual su explotación depende de que el precio internacional siga muy alto. Por todo esto Repsol, que es una empresa chica dentro de las petroleras transnacionales, no estaba dispuesta a invertir allí ni a ampliar su búsqueda de nuevos yacimientos en el país. ¿Qué hacía entonces? Fugaba las ganancias que obtenía en la Argentina y, con esa plata, invertía en pozos más rentables, incluso en Venezuela. Mirada en términos nacionales, esta lógica parece expresión del dominio del capital financiero por sobre el industrial. Pero analizado desde una perspectiva global, se ve que responde a la dinámica normal del capital industrial de buscar la tasa de ganancia más alta.
Esto funcionó todos estos años con el aval del kirchnerismo. Sin embargo, en los últimos años, la rentabilidad de YPF venía cayendo (ver los datos de la tasa de ganancia de YPF en El Aromo 63). A los crecientes costos para extraer el petróleo, se sumaba que existía una limitación por parte del gobierno a la suba de los precios internos de los combustibles en el mercado interno en relación a los internacionales. La caída de la tasa de ganancia llevó a que YPF planease una salida de la Argentina como se expresa en su planificación “Horizonte 2014”. Incluso en la prensa se especulaba con una venta a capitales chinos.
¿Qué pasó entre esta salida consensuada y la compra forzosa? La agudización de la crisis. Mientras Repsol planificaba su salida, conseguía algunos beneficios por parte del gobierno para que su rentabilidad creciese. El principal fue la autorización a la suba del precio interno del combustible. Esto implicó que, para 2010, YPF-Repsol revirtiese su tendencia a la caída de la tasa de ganancia. Sin embargo esto no alcanzo para que sea rentable hacer nuevas inversiones. Ni siquiera para sacar más petróleo del existente en los pozos. Como a pesar de subir los precios internos, YPF no produjo más, el gobierno tuvo que importar gas y combustible. El déficit energético se convirtió en el principal elemento de la salida de dólares para la Argentina, amenazando la capacidad para sostener la sobrevaluación del peso y presionando hacia una devaluación.
A esto se sumó que el conjunto del capital empezó a contraer su producción y las empresas más grandes (entre las que se destaca el Grupo Techint), al igual que YPF, empezaron a girar sus ganancias hacia fuera del país en lugar de reinvertirlas. La sanción del control de cambios a fines del año pasado y la limitación a las importaciones a través de las negociaciones del secretario de comercio Guillermo Moreno se mostraron insuficientes. La solución pasaba por dejar de importar combustible, por la vía de obligar a YPF a sacar más petróleo. Dadas las condiciones de mercado, se trataba de una medida que implicaba bajar la rentabilidad de la empresa. La lógica respuesta negativa de Repsol llevó a la entrada del Estado. La lección del ingreso del Grupo Petersen a Repsol era que no servía esperar a que entrasen otros empresarios privados, sean los chinos u otro comprador. Ningún capitalista iba a sacrificar su ganancia vendiendo petróleo barato para financiar al resto de los capitales (repetimos, nacionales y extranjeros) radicados en la Argentina. Librados a su suerte, los burgueses se matan entre sí. Por eso, el Estado, como representante general, interviene para garantizar cierta solidaridad de clase que, en algunos casos (como este), se hace necesaria. El “marxista” Axel Kicillof, viceministro de Economía, lo sabía mejor que nadie en el gobierno. Por eso motorizó la jugada que le valió la fama.
¿A quién favorece la nueva YPF?
Como vimos, la contracción de la industria petrolera argentina se remonta a fnes de los ‘60. El esplendor de YPF que añoran los nacionalistas fue resultado de un momento particular del mercado mundial, previo al ingreso de competidores más eficientes. Las políticas de vaciamiento y liquidación respondieron a la pérdida en la competencia capitalista y no a una maquiavélica estrategia de 30 años motorizada por el imperialismo. La dueños privados no podían, aunque quisiesen, revertir esto. Tampoco lo podrá realizar en el corto plazo el gobierno. La entrada del capital chino, estadounidense o brasileño apunta sobre todo al shale oil. La suba del precio del petróleo y el desarrollo de las fuerzas productivas podrían permitir valorizarlo, pero hoy estamos lejos de obtener resultados inmediatos. Por más administración eficiente (como promete el gobierno con la entrada de ex gerentes de empresas petroleras exitosas) o por más inversiones de la Exxon o Petrobras, no se podrá revertir la menor competitividad del petróleo nacional en el corto plazo. No son cuestiones de management, sino limitaciones de la calidad del oro negro disponible en el país.
Por lo tanto, el objetivo principal es que YPF se vuelva una fuente de financiamiento para el capital radicado en la Argentina, algo que Repsol se venía negando a hacer. Para eso, YPF debería volver a hacer lo que hacía antes de su privatización: comprar insumos caros y vender petróleo barato. ¿Quién se favorece con esto? La burguesía local, tanto agraria como industrial. Entre los proveedores beneficiados se destaca Siderca (del grupo Techint) que se garantiza la compra de tubos sin costura por encima del precio internacional, además de la expansión de la demanda con la puesta en producción de pozos menos rentables. Junto con esta empresa, también aparecen en la lista de beneficiarios muchos proveedores, que son empresas grandes y chicas.
Por el lado de la demanda, el abaratamiento del combustible interno implica favorecer a todos los capitales que la consumen como insumo directo. En cierta medida, también garantiza mantener los salarios bajos, sin que caiga tanto el nivel de vida de la clase obrera, ya que una parte del mismo entra en los salarios (en particular el consumo de gas hogareño, pero también la nafta para los autos y el transporte público). También existirán presiones para financiar gastos corrientes del Estado (tanto provincial como nacional) y los gastos para sostener al aparato político del gobierno. Por supuesto, alguna pequeña porción de la clase obrera (dentro de las ligadas al gobierno) obtendrá su porción, como lo muestra el ingreso de un burócrata sindical (al cierre de esta edición, todavía no está definido quién) al directorio de la empresa.
Todo esto en un contexto en el cual el 49% restante de la compañía está en manos privadas y, por lo tanto, deberá satisfacer su sed de ganancias y un funcionamiento eficiente de la empresa para que sus acciones no se desvaloricen. Es decir, una parte tiene que ir también a los actuales (y futuros) accionistas que están fuera del país. Esto implica que la diferencia entre el costo más la ganancia media y lo que le transfiere al resto de la economía no sea muy grande. Aunque YPF es la empresa más grande la Argentina ¿alcanza YPF para tanto?
Lo primero que salta a la vista es que YPF es más chica ahora en relación al resto de la economía que antes de su privatización. No solo por su menor tamaño absoluto, sino en relación a las necesidades del capital. Si tenemos en cuenta que la brecha de productividad del capital industrial en la Argentina es cada vez más grande en relación a sus competidores y que la baja salarial no fue tan grande como para equipararse con la de países como China o Vietnam, la necesidad del capital de contar con una fuente compensatoria de riqueza, es creciente. A pesar de que la fuerte suba de la renta agraria dio aire, desde 2006 y en particular desde 2009, los problemas son cada vez más profundos. Con la estatización de YPF, al igual que con la nacionalización de las AFJP, el gobierno dio pasos audaces que le permitieron repartir entre el conjunto de los capitalistas una porción de riqueza que estaba en manos de un puñado de burgueses. Un paso en este sentido puede implicar la estatización de una porción mayor de la renta minera (ya sea mediante la suba de impuestos, por la vía de la sobrevaluación o incluso con más nacionalizaciones). Son todas medidas que le darán aire, pero que no revierten la debilidad del capital en el país. Por lo tanto, no resuelven las contradicciones que anticipan una profundización de la crisis.
Superar el nacionalismo
¿Qué hacer frente a la estatización parcial de YPF? Criticarla por poco nacionalista no tiene sentido. Podría avanzarse más, pero es una medida de defensa del capital radicado en el país (repetimos hasta el hartazgo, nacional y extranjero). Criticarla por pagar, tampoco aporta mucho. Si el gobierno no pagase, el problema sería el mismo. La clave es que la apropiación de la renta y la ganancia petrolera por el Estado no apunta a favorecer a la clase obrera, como tampoco lo hacen las retenciones. Sin embargo, estatizar el manejo de una porción de la riqueza social abre como posibilidad su disputa política con las fracciones burguesas que esperan su tajada. Pero el hecho de que esta disyuntiva esté planteada no alcanza para estar contentos. La expropiación y nacionalización capitalista (parcial o total, con y sin pago) solo será progresiva en tanto y en cuanto esa posibilidad sea aprovechada por clase obrera. Es necesario no volver a plantear una neutralidad (como lo fue la consigna “ni K ni campo”) sino una ofensiva: exigir que se discuta en una paritaria general el reparto de la renta petrolera apropiada. Está claro que dada la situación del capitalismo argentino no es una solución de fondo. Ésta solo llegará cuando el conjunto del capital sea expropiado en manos de la clase obrera. Pero al menos evitará que ésta sea de nuevo un convidado de piedra.
Notas:
– [1] http://www.razonyrevolucion.org/ryr/index.php?option=com_content&view=article&id=1717:no-los-echamos-huyeron-la-argentinizacion-de-ypf-y-los-limites-de-la-politica-petrolera-del-kirchnerismo&catid=224:el-aromo-nd-63-qla-borocotizacion-de-cristinaq&Itemid=110
– [2] Ver “Acumulación de capital y condiciones para el desarrollo de capitales petroleros Argentina” de Fernando Dachevsky en http://www.razonyrevolucion.org/jorn/PONENCIAS%20EN%20PDF/Mesa%2014/dachevskyRYR2008.pdf
– Por Juan Kornblihtt. Grupo de Investigación de la Historia Económica Argentina-CEICS
– Fuente: El Aromo