Hace cien años, Eugenio D’Ors dijo que el heroísmo del estudio y aprendizaje acompañan cualquier trabajo profesional. Añadió que artesano y artista es aquel que pone espíritu y amor en la labor que le ocupa las manos y que, al hacerlo, ennoblece su faena. Horacio Bertero lo expresó bien: “tener una obra en el alma y bajarla a las manos”.
Soplan aires frescos y de renovación en la política de Salta. Solo los amargados y resentidos de siempre pueden negarlo. Por el contrario, la sociedad y el electorado salteño lo perciben aliviados.
Cuando, como en mi caso, se tienen recuerdos muy claros de penosos acontecimientos acumulados desde hace casi 70 años, se adquiere el derecho, y también el deber, de preguntarse qué razón y qué derecho tienen unos pocos fanáticos a seguir imponiendo que optemos entre la prepotencia y la vocación autoritaria de unos, o la de otros.
En noviembre de 2010, el ensayista Tzvetan Todorov estuvo por primera vez en Buenos Aires. Llegó invitado a exponer sobre “Barbarie, civilización, cultura”. En 2008 había publicado en Barcelona “El miedo a los bárbaros”, libro que entonces reseñó y actualizó ante un auditorio argentino.
En ciclos irregulares e inexorables, reaparece en la Argentina la tentación fundacional. Entre nosotros, toda realización parece atada al descalabro. Después de cada frustración reverdece el impulso fundacional: ambicioso deseo de levantar los cimientos del país sobre sus ruinas.