Muchas veces en esta columna hemos insistido en la necesidad de un cambio social y económico que implique una nueva redistribución de la riqueza, como único medio válido para la realización efectiva de la justicia social.
Discutir ideologías, participar en los alicaídos partidos políticos hoy convertidos en sellos de goma y con sedes vacías carentes de militantes y concurrir a votar sólo para optar entre candidatos impuestos sin posibilidad de elegir, no son vía idóneas para cambiar el estado de cosas.
Las definiciones electorales se resuelven con dinero y con marketing televisivo, con la regla invariable de que quien más dinero tiene para invertir en segundos de pantalla, resulta finalmente más conocido, confundiéndose popularidad con aptitud o sentido social.
Quienes integran movimientos y organizaciones sociales formados a partir de ingredientes tan tristes como la pobreza y la exclusión, aportan desde sus estructuras con marchas, asambleas y comunicados, elementos muy válidos para la primera parte del camino, pero con toda la buena intención y el esmero que se pone en esa forma de lucha, resulta objetivo que hace falta otro tipo de acción.
El consabido pregón emitido desde el poder de que vivimos en democracia y que todos tienen derecho a expresarse, aparenta la consigna de la tolerancia pero esconde la hipocresía de la impunidad.
Desde las estructuras del poder se crean con ampulosos títulos y costosos cargos rentados en los que se designan amigos para contentarlos y enemigos para callarlos, nuevos ministerios con organigramas que sólo sirven para la careta estadística.
La miseria, la desnutrición, la exclusión, el desempleo, y en síntesis el reparto inequitativo de los ingresos de los estados para provecho de las elites gobernantes no se cambian con fachadas burocráticas, sino con acción revolucionaria.
La decisión de emprender la lucha no pude ni debe ser una iniciativa minoritaria sino del conjunto de las mayorías postergadas por un sistema montado sobre la base del permanente engaño y la prédica lastimosa que finge sensibilidades de las que carecen.
Y para poder motorizar la necesaria etapa de concientización que logre el tan postergado como necesario cambio para que los niños pobres de mi Provincia no se sigan muriendo de desnutrición, se requiere asumir y admitir antes que nada, que nadie de los de arriba se va a ocupar nunca de los de abajo.
Se requiere para ello un drástico cambio de mentalidad, para poder generar anticuerpos que nos permitan defendernos de los vendedores impúdicos de lámparas de Aladino, y poder advertir las nefastas diferencias entre ellos y nosotros, que ciertamente están muy a la vista y son fáciles de descubrir. Veamos un simple ejemplo de la malicia de estos sujetos.
Una vez quien escribe ha contado una anécdota de su infancia, en la cual un linyera (hoy la clase dominante para que tenga un cariz técnico y parezca menos cruel le llama hombre en situación de calle), pedía limosna entre las mesas de un restaurante, y casi nadie reparaba en él, en esa típica actitud burguesa de invisibilizar a los pobres.
Y en una mesa colindante con la de mi familia una señora muy bien vestida y enjoyada, daba de comer a un perro caniche desde un plato gourmet, y el miserable ocasional actor de ese drama, con una simpleza inolvidable espetó: “Me hubiera convenido nacer perro”, frase que me marcó de por vida.
El día miércoles 26 de octubre la señora Isabel MACEDO de URTUBEY subió a internet un video en el cual anuncia que su familia tendrá un nuevo integrante, una perrita callejera por la cual se enterneció por su condición de abandono, frío, hambre y garrapatas y por encontrarse entre la basura.
Si Usted estimado lector tiene la voluntad, la entereza y el estómago de asumir a su propio riesgo la posibilidad de ver la filmación, podrá comprobar que lo que le estoy diciendo no es una fantasía malsana por el solo gusto de criticar a la primera dama, le juro que ese papelón es real.
Entre tantas otras páginas virtuales intelectuales y profundas, la revista GENTE reproduce el brulote donde la actriz aclara que de inmediato se ocupó de la perrita, que le dio de comer, la abrigó, y la llevó al veterinario, y agradece al marido el visto bueno para que resida en Finca Las Costas. Le vuelvo a jurar que es cierto.
Inevitablemente he tenido esa sensación que los psicólogos atribuyen a un estado de fatiga, que se denomina “deja vu”, cuando parecemos encontrarnos en una situación ya vivida, en mi caso aquélla en la que alguien nos llamaba la atención diciéndonos que hubiera querido ser perro.
Se me representó inmediatamente la escena de los niños de mi Ciudad –panorama que se repite en otras- que todos los días con hambre, con frío, con garrapatas, concurren a los vertederos de basura para intentar paliar su miseria, sin que nadie repare en ellos y sin que ninguna mujer cholula y superficial los tenga en cuenta, se ocupe, y luego suba un video para contarnos qué hizo por ellos.
Lo único que falta es que el negruzco can llegue a Salta en el avión de la Provincia en vez de hacerlo en el sistema de transporte para mascotas de línea comercial, para que el agravio fílmico hacia los desnutridos de Salta se perfeccione con el ilícito transporte, del que están privados permanentemente los salteños en emergencia sanitaria para que el señor gobernador pueda visitar a su mujer mientras filma en Buenos Aires una novela.
El cambio del que hablamos al comienzo de esta nota, más que una necesidad es una imperiosa e impostergable materia pendiente, para terminar cuanto antes y de la manera más radical, con la vergüenza de exhibirnos dóciles y resignados ante estos actos de individualismo y malicia crónica de los aprovechadores y usurpadores del sistema democrático.