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miércoles, octubre 23, 2024

Camerata Lazarte estrena Blavet

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Domingo 14 de abril a las 21 hs. en el Salón Victoria del Teatro Provincial. La entrada es libre y gratuita.

Con los auspicios del Ministerio de Cultura y Turismo de la Provincia de Salta, continúa la Camerata Lazarte con sus ciclos monográficos e integrales. En esta oportunidad inicia el Ciclo Michel Blavet con el estreno de las Sonatas Opus 2 para Flauta Traversa y Bajo Continuo. Participarán Juan Pablo Juarez Biasuso y el Maestro Julio Lazarte.

Michel Blavet nació en 1700 en Besançon y fue junto con su padre tornero constructor de instrumentos musicales, sin embargo esta profesión la abandonó dedicándose como autodidacta a estudiar la flauta traversa y el fagot principalmente. Rápidamente se hizo un gran virtuoso y el más famoso en la Europa musical por la afinación y bello sonido. Su actividad profesional inicia con los recién constituidos “Conciertos Espirituales”. Prontó empezó a componer, y a pesar de haber vivido 68 años sólo se conservan pocas obras, constituyéndose los tres primeros opus en obras para flauta traversa. Durante treinta años fue flautista en la corte de Luis XV, convirtiéndose en masón bajo la influencia del conde de Clermont y escribiendo una Marcha para la “Gran Logia”. Falleció en París y es junto a de la Barre, Hotteterre y Buffardin, el más ilustre flautista del dieciocho francés. A los cuatro se refiere elogiosamente Quantz en su célebre tratado, pero apostilla que “en la práctica Blavet y Buffardin superaron con mucho a sus predecesores”. No es extraño que Quantz prefiriera a Blavet que a Hotteterre o La Barre por varias razones: en primer lugar porque su música era más virtuosa y más brillante; pero también porque anunciaba el estilo galante y porque era un tanto italianizante.

Blavet representa el momento en que la música francesa comienza a flaquear ante el asedio italiano; en que comienza a darse por vencida, en que comienza a traicionarse a sí misma, ante los irresistibles cantos de sirena ultramontanos. No en vano Blavet es el intérprete más frecuente —con diferencia— del Concert Spirituel, que tanto contribuiría a la difusión de la música italiana en Francia. Las sonatas Op. 2 (París, 1732) de Blavet nos presentan perfectamente el momento de la transición: música inconfundiblemente francesa (la sarabanda de nuestra sonata) al lado de otra netamente italiana (el allegro final); términos italianos junto a términos franceses. Estamos ya en el reino indiscutible de la flauta traversera, que acaba de ganar la batalla sobre la flauta de pico. Con todo, la herencia francesa está aún viva; sin embargo Jean Marie Leclair va a pasarse a las filas enemigas con todas sus consecuencias.

Frente al estilo italiano, extrovertido, virtuoso, apasionado, el estilo francés se caracteriza por la moderación, el refinamiento, la exquisitez. La espectacularidad y el virtuosismo juegan un papel secundario en Francia, dominados por el buen gusto -le bon goût-, por la naturalidad, por la aceptación de unas reglas fijas, por la sencillez, curiosamente compatible con la exuberancia de la ornamentación. En 1636-1637, Marin Mersenne señala que mientras “los italianos representan tanto como pueden las pasiones y sentimientos de su alma y espíritu… nuestros franceses se contentan con acariciar el oído”. Georg Muffat (1695) señala que “los franceses tienen melodía natural, con un aire fácil y llano, bastante libre de superfluas, extravagantes variaciones y de demasiado frecuentes y ásperos brincos”.

En la misma dirección, el no poco parcial Abate Raguenet escribe en 1702: “Los franceses tocan elviolín de manera mucho más elegante y con una mayor delicadeza que como lo tocan en Italia”. El gran flautista Quantz, maestro de Federico el Grande de Prusia, analiza con exactitud en 1752: “Hay particularmente dos naciones que han adquirido mucho mérito en nuestro tiempo, y que, conducidas por sus inclinaciones naturales han tomado también un camino diferente para llegar a este fin. Se trata de los italianos y de los franceses. Las otras naciones se han amoldado al gusto de estas dos y no han tratado más que de seguir o ésto de la una o aquéllo de la otra y de adoptar aquello que más les agradara. Como se ha llegado a que estas dos naciones se han erigido en jueces casi soberanos del buen gusto en la música, y como las otras naciones les han dejado hacer sin oponerse, ellas han sido desde hace siglos los legisladores… La música italiana es menos refrenada que cualquier otra; pero la francesa lo es casi demasiado, de donde viene quizá que en la música francesa lo nuevo parezca siempre recordar lo antiguo”.

No se puede hablar de la vieja oposición entre los estilos francés e italiano, sin referirse a la paulatina combinación y fusión de ambos estilos, de la reunión de los gustos. Aunque la pugna musical entre ambos estilos tuviera momentos verdaderamente virulentos —durante la dictadura musical ejercida por Jean-Baptiste Lully o durante la Querella de los Bufones—, lo cierto es que el intercambio, la simbiosis entre ambos estilos, se puede rastrear desde antiguo.

Ya en pleno siglo XVII el alemán Johann Jacob Froberger (1616-1667) haría de embajador del estilo de su maestro Frescobaldi en Francia, lo que determinaría notablemente el estilo de la suite clavecinística francesa a partir de Louis Couperin y de sus contemporáneos. Aunque sin una gran repercusión en Francia, sería otro músico germánico, Georg Muffat (1653-1704) el primero en fundir ambos estilos, al combinar las influencias recibidas de sus dos maestros, que no eran otros que los máximos caudillos de los dos estilos: Arcangelo Corelli y Jean-Baptiste Lully. El más importante autor de música religiosa del barroco francés, Marc-Antoine Charpentier (1635-1704) era discípulo de Giacomo Carissimi y la influencia del estilo italiano en su obra fue fundamental. Músicos franceses como el violagambista Marin Marais (1656-1728) o el flautista Jacques Hotteterre (1674-1763) fueron tachados de músicos italianizantes; el segundo de ellos era incluso apodado le romain, acaso por haber estudiado en Roma. François Couperin (1668-1733) sería italianizante hasta el punto de frecuentar durante su juventud los cenáculos aristocráticos donde se hacía privadamente música italiana, y escribir sonatas absolutamente corellianas, que llegaría a hacer pasar por auténticamente italianas latinizando su nombre en el de Francesco Coperuni. Llevado de su entusiasmo corelliano escribiría su italianizante Apoteosis de Corelli, y consciente de su papel histórico como intermediario entre ambos estilos compondría una serie de conciertos híbridos bajo el título de La réunion des goûts y escribiría una Apoteosis de Lully en la que, con fino sentido del humor, reúne a ambos músicos en el Parnaso, donde tocan a dos violines combinando sutilmente sus estilos.

La italianización definitiva de una parte de la música francesa será llevada a cabo por músicos como Boismortier, Leclair, Naudot, Blavet, Corrette…, ya bien entrado el siglo XVIII, en algunas de cuyas obras las características de la música francesa llegan a ser irreconocibles. En consecuencia, la oposición de los estilos francés e italiano no puede ser concebida sino como una larga convivencia, no siempre violenta, llena de fructuosos intercambios y mutuas influencias.

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