Noam Zur fue el ganador del concurso que se realizó este año para dotar a la Orquesta Sinfónica de Salta del titular que no tenía. Hubo solos y momentos espectaculares como los de Santiago Clemenz y Julio Quinteros (flauta), Paula Daffra (corno inglés), Martín Bonilla (percusión) y Eugenio Tiburcio (clarinete) pero insisto, lo destacable fue la actitud global, todos tenían que ver con todo, o sea, que la masa instrumental funcionó de maravillas.
Me parece que él (Leguizamón) fue al folclore lo que Piazzolla al tango porque sus invenciones armónicas, extrañas, tal vez polémicas, fueron un experimento que en su época generaba estupor hasta que el oído encontraba el modo de convertir lo escuchado en algo natural y hermoso. Sin duda lo mejor de la noche.
El grupo instrumental debe estar al servicio de la escena y sus protagonistas para que ellos puedan lucir la precisión requerida y sus movimientos coincidir con la música. En ese punto no hubo desinteligencia alguna brindando la belleza que genera un buen foso conectado con el escenario.
La visita a nuestro país del notable clavecinista italiano Francesco Corti junto al argentino Andrés Locatelli (flauta dulce) fue aprovechada por la Asociación Monteverdi liderada por el excelente músico Julio Menéndez que reunió a los nombrados con dos miembros de la Orquesta Sinfónica de Salta.
Tal vez sea un detalle menor pero no lo es. El buen concierto ofrecido por la Orquesta Sinfónica de Salta bajo la la musical batuta de Yeny Delgado comenzó con un inmerecido poco público.
En este 2017 se produce el cincuentenario de este grupo y la circunstancia amerita para mencionar algunos aspectos destacables del acontecimiento. Para esta noche el concierto se abrió con una temprana obra de Edward Elgar. La segunda parte se inició con la tercera de las seis sonatas destinadas para las cuerdas por el italiano Rossini.
La música de Brahms que se inició con un rechazo dicho en broma por parte de Pablo Herrera, tiene particularidades que la distinguen claramente de otras composiciones. (...) combinación tímbrica de bajos y agudos del clarinete de un superlativo Tiburcio con el pianismo de Bruno, equilibrada, serena, desembocando en un “allegro” de altísimo nivel.
La labor sinfónica estuvo plenamente realizada. "El Pibe" tiene noventa y seis años desde su estreno y aún continúa no solo produciendo hilaridad en los espectadores, sino que su argumento toca las fibras del corazón.
Fue anoche en el Teatro Provincial de Salta que se produjo la química entre Axel y su público. Un show de dos horas en una sala llena con un artista popular elegido por su sensibilidad ante la vida y compromiso frente a lo que hace, por su talento y sus originales letras interpretadas con pasión. Muchas salen de sus entrañas y ese grito entusiasta se eleva como prodigio musical. Casi cerrando el show subieron al escenario niños con síndrome de down pertenecientes a una Fundación para acompañar y saludar al cantautor bonaerense multipremiado, quien los mimó y recibió con afecto y alegría.
El nacionalismo musical básicamente no es otra cosa que traer los sones folclóricos en el sentido de los sonidos de la tierra de uno y con sabiduría, arte y sensibilidad, convertir esos sonidos en idioma universal.