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jueves, abril 25, 2024

Romanticismo del Siglo XIX

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Tal vez sea un detalle menor pero no lo es. El buen concierto ofrecido por la Orquesta Sinfónica de Salta bajo la la musical batuta de Yeny Delgado comenzó con un inmerecido poco público.

Salta, viernes 3 de noviembre de 2017. Teatro Provincial. Orquesta Sinfónica de Salta. Directora Maestra Yeny Delgado. Johannes Brahms (1833-1897) Obertura Trágica op. 81. Piotr Illych Tchaicovksy (1840-1893) Sinfonía nº 4 en re menor op. 36. Aforo inicial 50%. Aforo final 85%.

Esta es la temporada décimo séptima desde la fundación del magnífico organismo orquestal con que cuenta la Provincia y el público habitué se ha visto últimamente ofendido por el ingreso irrestricto de personas, generalmente jóvenes, que llegan en cualquier momento luego de las 21.30, el tradicional horario de la Sinfónica y dejan la impresión de “hagamos tiempo y escuchemos un ratito a ver de qué se trata”.

Incluso donde yo me encontraba llegaron cuatro adolescentes durante los veinte últimos compases de la sinfonía de Tchaicovsky rompiendo el hechizo de su música y sus significados. Que la disciplina de permitir el ingreso entre obras, durante los aplausos, puede quitar público, en mi opinión diría que es preferible. No sé cómo es el control pero no es tan difícil de solucionar. Solo basta querer hacerlo, como sucede no solo en cualquier sala importante de nuestro país sino también en el mundo.

La Obertura Trágica de Brahms fue compuesta en el verano europeo de 1880 y si bien tiene bosquejos escritos en años anteriores, fue escrita a continuación de la desenfadada Obertura para un Festival Académico del mismo compositor. Por supuesto la seriedad formal de la Trágica la separa de la anterior y muestra cómo el autor regresa a la forma en la exposición de sus ideas musicales. El uso de la tonalidad de re menor brinda un dramatismo que naturalmente conduce a cierta oscuridad temática que finalmente influyó para que el título de la obra lleve la palabra Trágica que en rigor de verdad no estaba en la intención inicial del autor. Encuadrada dentro de los moldes clásicos en cuanto a la forma sonata se las arregla para desarrollar en trece minutos el tema principal no sencillo de retener auditivamente.

La 4ª de Tchaicovsky es una de las partituras fuertes de cualquier programa. Esta noche no fue la excepción. Además de sus valores temáticos, una irreprochable orquestación, es también muy representativa del ánimo del compositor. Este tenía dos relaciones femeninas completamente diferentes. Por un lado estaba la condesa Nadezhda von Meck a la que nunca conoció personalmente pero con la que mantuvo un intercambio epistolar de más de mil misivas y de la que recibió no solo empuje anímico sino que además, dada su exuberante situación, una ayuda económica importante con tal que el músico se dedicara sin acucias a la tarea para la cual estaba fantásticamente preparado.

Por la otra parte estaba Antonina Ivanovna Milyukova con la que concretó un desgraciado matrimonio que duró solo nueve semanas y con la que, siguiendo consejos externos, se casó para disimular sus condiciones sexuales de la que mucho se ha hablado y por tanto me exime de repeticiones. El tormento que significó esta última relación está en la “cuarta”. Esos desgarradores acordes del primer movimiento no son más que la representación del estado de ánimo de un hombre que además de lo dicho, era culto, de refinado estilo y de educación esmerada. Luego viene un lírico instante en el segundo esquicio, un curioso scherzo donde los temas están puntuados en las cuerdas para finalizar con un ardiente y apasionado final.

La orquesta cada día con mayor aplomo aproximándose a un sonido muy personal. Este punto es muy interesante. Las orquestas sinfónicas por una colección casi interminable de aspectos, clima, lugar, salas de concierto, calidad en los instrumentos de los músicos, afinación, etc. adquieren con el tiempo un sonido que las caracteriza. Y así es posible, para el oído entrenado, distinguir Berlín, Viena o Nueva York para citar tres ejemplos de elevadísimo nivel y diferentes sonoridades. En el caso de la nuestra. Hubo exactitud de cortes, evidente acuerdo sonoro entre sus grupos y solos destacados como el del inicio del segundo movimiento por Emilio Lépez Alonso (oboe), luego Santiago Clemenz (flauta), Eugenio Tiburcio (clarinete) y Karina Morán (fagot).

Yeny Delgado supo amalgamar estas características y entonces con un gesto cada vez más atractivo y porque no? comprensivo para todos, puso sus neuronas al servicio no solamente de los compositores sino de la herramienta que tenía enfrente, sus dirigidos. Muy buena labor conductora para otra noche de elevado nivel en lo que a música sinfónica se refiere. No lo digo por localismo, lo cual sería una simpleza torpe del crítico, sino porque además de mi opinión, también está la de colegas que han tenido la oportunidad de escuchar la orquesta local.

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