En una entrevista con Marta Dillon para la revista de Página 12, Pepe Cibrián Campoy confiesa: “Santiago es mi compañero, mi pareja, mi amigo del alma”. En simultáneo salió “Se es hombre en la vida y no en la cama”, su autobiografía y se dan las funciones de “Marica”, la obra que escribió sobre Lorca.
“Yo los invito a que salgan conmigo”– dice. Y se refiere a salir del closet, a dejar los prejuicios, a tener derecho a vivir una vida sin ocultamientos, a ser como se es, a tener libertad de elección… En 4 páginas, se siente liberado a decir lo que tiene ganas y dejar en claro que la “normalidad” es una palabra vacía que además para él depende del hombre y su circunstancia: “en Sudáfrica, por ejemplo, lo normal es tener sida”. Cuenta que tuvo el apoyo de su padre y su madre pero fue su padre quien le enseñó la frase que es el título de su autobiografía y quien le pidió que lo que tenga que ser lo sea ciento por ciento. Habla de los miedos, de la discusión del matrimonio gay y de que se hartó de la espera por la adopción de un niño. Comenta que irá a un almuerzo con Legrand y que no entiende “por qué aparecen en ese bailando por un pedo…” (al referirse a Pachano por ejemplo). Y tratan algunas problemáticas que tuvieron homosexuales famosos.
Es un diálogo relajado que cambia la frase “soy homosexual” por otra más tímida: “vivo con un hombre…” con el afán de no desnaturalizar lo que él mismo dice que ya se sabía.
Leo esta nota a la par que voy a ver “Las Mil y Una Noches” , de la dupla Pepe Cibrián-Mahler (Osvaldo en diseño sonoro y Ángel en música). A diferencia de otros musicales que trajo a Salta, en este converge una excelente puesta, bien dirigida, bien actuada y muy bien cantada en la que Claudia Lapacó como Feyza , una actriz de 70 años de edad y 50 de escenario con una gran ductilidad, se luce y ocupa el centro de la historia. La sultana mala del cuento le pone fibra a la obra, muestra su gran talento y conforma una dupla artística excelente junto a Juan Rodó como Solimán. Ambos, ponen de manifiesto una relación edípica que va a fondo, sin tapujos, cuya historia se complica en un triángulo amoroso, ante la aparición de Elena, Georgina Frere (de una voz hermosísima), la chica que cambia “deseo y lujuria” por cuentos. Así, lo entretiene durante dos años, lo enamora y lo hace reír. Hay una tragedia oteliana en el musical, una pizca de Edipo Rey y algo de Las Mil y Una Noches. Se logran los climas adecuados, las sombras necesarias, las intrigas palaciegas y el romance ideal en este musical.
En la segunda parte, Feyza se siente traicionada por su hijo y urde un plan siniestro. La aparición de Lapacó es imponente, con un gran traje y el pelo blanco, sufriente y en ruinas, cual amante abandonada. Tan conmovedora como la escena de su muerte, en donde la villana te atrapa y terminamos por comprender su miseria y sentimos conmiseración por su caída, necesario derrumbe.
El vestuario es majestuoso, la iluminación excelente, las voces notables, las coreografías armoniosas, las actuaciones convincentes. Todo esto da como resultado una atractiva y potente propuesta artística en un musical de calidad. Sin retaceos, jugado, romántico y novelesco, apasionante y perverso, con dosis proporcionadas de cada condimento. El público sostiene el aplauso final al talento conjunto. Sorprendente, cautivante, emocionante. Precioso.
– Fotos tomadas durante el musical-aunque no se podía. En portada, el saludo final de Lapacó junto a Rodó.
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