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domingo, noviembre 24, 2024

Cristina vs. Scioli: una guerra sorda y sin ganadores a la vista

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La semana en que Raúl Zaffaroni describió el conflicto nacional como el enfrentamiento entre dos partidos, Clarín y el kirchnerismo; la semana en que Axel Kicillof explicó que los medios que denuncian casos de corrupción son instrumentos de los acreedores extranjeros; la semana en que Alejandra Gils Carbó cambió al fiscal de la causa Papel Prensa para reforzar la persecución de los editores Ernestina Herrera de Noble, Héctor Magnetto y Bartolomé Mitre, el candidato más competitivo del Frente para la Victoria inauguró Espacio Clarín, el centro de entretenimientos que ese holding estableció en Mar del Plata.

Esa coincidencia reabrió la eterna disputa entre Cristina Kirchner y Daniel Scioli . Es una guerra cada vez más incómoda porque es difícil imaginar que tenga un ganador.

La indignación de la Presidenta se advirtió en la catilinaria de Jorge Capitanichcontra el gobernador de Buenos Aires: «O se está con la democracia o se está con las corporaciones», dijo. Es una frase inconfundible, de esas que ella acostumbra a mandar por las noches en un tarjetón, para escucharlas en boca de él por la mañana.

La señora de Kirchner vio la participación de Scioli en una reunión de Clarín como la última provocación de una larga serie. A esa secuencia pertenece la reunión del gobernador con Francisco Larcher y Antonio Stiuso, días antes de que esos dos funcionarios fueran expulsados de la Secretaría de Inteligencia. Para Cristina Kirchner fue la corroboración casi gozosa de una confabulación que la venía atormentando: temía una combinación entre los espías y la policía bonaerense para arruinar el fin de año.

El otro detalle que ella vio como un insulto fue la presencia de Carlos Stornelli en la presentación del álbum autobiográfico de Scioli. Stornelli es el fiscal que, junto con el juez Claudio Bonadio , mandó allanar Hotesur, la empresa de los Kirchner. Esa aparición comenzó a superponer la interna oficialista con la batalla judicial. La Presidenta espera que Scioli se muestre más vehemente en la defensa de un gobierno cada vez más cuestionado. Es el programa electoral que se recomienda a un enemigo.

Febrero promete ser un mes convulsivo. Varios jueces federales aseguran que la decisión de procesar al general César Milani ya se tomó. Aunque no sería por la desaparición del soldado Ledo. Tampoco por su vertiginoso enriquecimiento personal. La primera sanción sobre Milani se debería a las tareas de espionaje interno que se le imputaron en el juzgado de Julián Ercolini. Una versión confiable indica que el jefe del Ejército ya lo sabe y por eso designó a su eventual sucesor, ya que la Presidenta lo desplazaría, como adelantó Aníbal Fernández . Para Fernández, fue muy placentero formular ese pronóstico: él atribuye a Milani y a Nilda Garré su defenestración como jefe de Gabinete y responsable de las fuerzas de seguridad.

En los tribunales federales parece haber un fixture de resoluciones. Por ejemplo, una investigación sobre Alejandra Gils Carbó por actividades comerciales reñidas con sus funciones de procuradora. Y lo más estruendoso: un llamado de Bonadio a declaración indagatoria, también en febrero, para que Máximo Kirchner explique sus responsabilidades en la peripecia de Hotesur. ¿El hijo de la Presidenta y jefe de La Cámpora será procesado en marzo? Es la información que llegó a la Casa Rosada.

Cristina Kirchner está envuelta en llamas por la contienda judicial. Tiene un argumento contundente para convencerse de que no es víctima de un poder independiente: hasta hace poco, los jueces y fiscales que ahora la pesquisan respondían como autómatas a sus órdenes, por lo general transmitidas por la ex SIDE.

La búsqueda de impunidad determina cada vez más la estrategia electoral del oficialismo. El candidato más conveniente será el que mejor garantice el fin de la pesadilla penal. En este contexto, la relación con Scioli está siendo sometida a una nueva evaluación. El grupo más duro del oficialismo, que encabeza Máximo Kirchner, cree que hay que romper con el gobernador. «Ganar con Scioli es lo mismo que perder», calculan. Este juicio puede matizarse, según los intereses de quienes lo formulen. Hay dirigentes de La Cámpora que, como José Ottavis, Eduardo «Wado» De Pedro o Julián Álvarez, tienen intereses territoriales en la provincia y, por lo tanto, no quieren enemistarse con el candidato más promisorio.

Otros desean protegerse con fueros parlamentarios, de modo que necesitan llevarse bien con quien podría tener algún poder de veto en el armado de las listas. Es el caso de Mariano Recalde, investigado por enriquecimiento ilícito, o de Julio De Vido, a quien en tribunales esperan hace tiempo. De Vido comenzó a preparar su salida, por lo menos, en el campo mediático. Su allegado José Levy acaba de comprar Radio El Mundo. Aunque en el Ministerio de Planificación varios funcionarios aseguran que detrás de Levy estaría un hijo de De Vido.

Scioli, que ha adquirido una sensibilidad extraordinaria para adivinar la hostilidad de Cristina Kirchner, advirtió la llegada de otra glaciación cuando intentó inaugurar el tercer carril de la autopista Buenos Aires-La Plata, acaso el mayor éxito de su administración. Cuando estaba preparado el lanzamiento, la Presidenta lo convocó a un acto en la Casa Rosada. El ensanche debió ser inaugurado por el intendente de Berazategui, Patricio Mussi, ahora convertido en verdugo del gobernador por sus afinidades con Clarín. Para mayor humillación, en la mitad de la fiesta irrumpió Florencio Randazzo, por teleconferencia, desde Mar del Plata.

Randazzo es hoy el instrumento más a mano que tiene Cristina Kirchner para asediar a Scioli. Por lo menos hasta que alguien la envenene con la sospecha de que, como vecino de Chivilcoy, él también puede haber tendido un túnel con el entorno de Magnetto, en el que abundan los hijos de la ciudad que encandiló a Sarmiento. Randazzo fue autorizado a instalar 500 gigantografías que lo muestran junto a la Presidenta, lo que hizo temblar el mercado de la publicidad vial: en la ruta 2 ya no quedan campos en alquiler para instalar esa propaganda. Randazzo apuesta a que sus campañas para renovar los trenes y los DNI, tan eficaces como controvertidas, impulsen su carrera. Cuando arruinó la celebración de Scioli, estaba inaugurando el nuevo servicio ferroviario a Mar del Plata. Dicen que los coches son bastante cómodos. Menos mal, porque el viaje dura siete horas.

Sin embargo, la señal más elocuente de la predilección por el ministro de Transporte fue la desopilante largada del rally Dakar desde la Casa Rosada, que repitió hasta el cansancio el aparato de comunicación oficial. Randazzo y Aníbal Fernández disfrutaron como niños la irrepetible oportunidad de estar alentando el automovilismo y no justificando oscuros enredos judiciales. Lo más insólito fue ver al jefe de los espías, Oscar Parrilli, haciendo declaraciones sobre deportes y turismo. Una demostración inesperada de que, en un rincón del alma, todos cobijan un Scioli que la Presidenta les prohíbe dar a conocer.

Para ella, no existe hoy demostración de lealtad más conmovedora que sugerir un plan para acabar con Scioli. Unos analizan negarle el derecho a participar en las primarias del Frente para la Victoria, aprovechando que los apoderados partidarios fueron designados por la Casa Rosada. Sería una proscripción escandalosa, que obligaría a Scioli a recurrir a lo que nunca se quiso construir: una maquinaria territorial propia que le permita prescindir de los Kirchner. Ese desistimiento es un rasgo constitutivo del modo en que el gobernador entiende la política. Él se ha visto siempre como una celebrity, cuya misión es cotizar en las encuestas para que un caudillo lo administre como insumo de un proyecto de poder. El problema es que ese conductor hoy lo menosprecia. Va a ser interesante ver si Scioli sabe convertirse en jefe de sí mismo.

Hay quienes proponen a Cristina Kirchner que ella misma se postule para la gobernación bonaerense fortaleciendo, de ese modo, una candidatura recalcitrante. Sea quien fuere el aspirante, la identidad del sucesor de Scioli es crucial para el proceso sucesorio. Desde ese sillón, la señora de Kirchner podría tener en jaque a quien la reemplace en la Casa Rosada. La disputa por el control del peronismo es, desde el eclipse de Carlos Menem, la disputa por el aparato bonaerense.

Los inconvenientes técnicos de suprimir a Scioli de la escena oficialista son innumerables. Por ejemplo: si Cristina Kirchner opta por un candidato para enfrentarlo, deberá anular a todos los demás. Randazzo, Urribarri, Taiana, Aníbal Fernández, Domínguez y Rossi dividen el propio campo electoral. Si persistieran en sus postulaciones, trabajarían para Scioli. El otro problema es que, si pierde, los restos de ese ejército armado para vencer al gobernador podrían ir a alimentar al Frente Renovador de Sergio Massa.

Scioli reacciona a sus detractores con el oficio mudo. Conoce a la perfección el lenguaje audiovisual, ya que se crió en el set de Canal 9, donde su padre era socio de Alejandro Romay. Para sus colaboradores, es insoportable: no permite que se emita alguna imagen suya que él no haya controlado. Cuando usa la palabra, es de un cinismo que regocija a sus amigos, pero que a la Presidenta se le ha vuelto exasperante. Si le preguntan por su aparición en el festejo de Clarín, contesta: «Fui porque estaba Carlín Calvo, que está pasando un mal momento«. Y, para hundir más el puñal, agrega: «Yo no soy de entrar en polémicas», simulando no entender que es justo eso lo que le reprochan, porque los mismos que ahora lo cuestionan habitaron el «espacio Clarín» desde 2003 hasta 2008.

La furia que el gobernador desata en Cristina Kirchner es comprensible. A ella le gustaría ser objeto de esa solidaridad humanitaria que despierta en Scioli Carlín Calvo. Pero prevé que, si algún día le toca recorrer los tribunales mientras él es presidente, no debe esperar más apoyo que un «está actuando la Justicia, que es independiente».

La mancha venenosa judicial, que el kirchnerismo ha adoptado como método, se infiltra en la campaña electoral. Amado Boudou envió un mensaje a Scioli haciéndole saber que recibió presiones de la Casa Rosada para que lo inculpe en la causa Ciccone, como antes hizo con Esteban Righi. Cristina Kirchner recibe todos los días un dato nuevo con la pretensión de incomodar al gobernador. Ha mandado investigar las estancias La Estrella y La Morocha, en las sierras bonaerenses. Y la unidad 2503 del Château Puerto Madero, edificio que construyó Sergio Grosskopf, suegro de Diego Mazer, uno de los alegrantes de La Ñata. A la Presidenta le intriga por qué el gobernador ha visitado ese departamento, interesándose por su decoración.

Scioli también tiene sus talibanes, que hoy encabeza Juan Carlos Mazzón, antiguo servidor de Manzano, Menem, Duhalde y Kirchner. Mazzón recomienda a Scioli designar cuanto antes a su candidato a vice. Le gustaría que fuera el sanjuanino José Luis Gioja, también asiduo interlocutor de Massa. Y que para la gobernación impulse a Diego Bossio, titular de la Anses y, sobre todo, compinche de su hijo Mauricio. El consejero Mazzón propone algo que Scioli detesta y desconoce: el conflicto. La contradicción es una dimensión ajena a su política por una razón estructural. Scioli es lo contrario de un reformista. Le encanta la realidad tal cual está hecha. Su gestión en la provincia es una demostración pecaminosa de ese fatalismo.

Mazzón fue quien organizó aquella comida del 4 de septiembre pasado, en la que José Manuel de la Sota propuso a Scioli apartarse de la Presidenta para participar de una gran interna peronista que incluiría a Massa. A Scioli le resultó familiar la sugerencia: ya se la había formulado Luis Barrionuevo para quien la sola configuración de esas primarias significaría el vaciamiento definitivo del Gobierno.

Scioli quiere que se piense que ese plan ya comenzó. Una pista: José, su hermano, acaba de abrazarse con Massa en la costa. Massa podría, sólo por molestar, invitar al gobernador a sumarse a las internas del panperonismo, como si fuera un nuevo Insaurralde. La esposa de Barrionuevo, Graciela Camaño, es la jefa de campaña de Massa. Y Mazzón está en Mar del Plata. Igual que el sindicalista. Estas minucias alcanzan para que la Presidenta construya otra gran conspiración.

El mayor temor de Scioli es que lo fuercen a integrar su fórmula con Axel Kicillof. Quiere evitarlo. Por eso en el ambiente judicial le atribuyen estar interesado en una causa en la que Kicillof habría autorizado una brumosa operación garantizada con bonos en el Banco Central, a través del financista Diego Marynberg, un argentino radicado en Nueva York.

Esta versión revelaría que, al cabo de diez años de convivencia, Scioli incorporó algunos procedimientos de sus maestros santacruceños. ¿O su dictadura cromática, que extiende el naranja desde las escalinatas de la Bristol hasta los trajes de baño de los guardavidas, desde los vehículos del Operativo Sol hasta el embalaje de los medicamentos que entregan los hospitales bonaerenses, no es la premonición de su propio «vamos por todo»?

Es uno de los problemas de esta rivalidad. La Presidenta y el gobernador se conocen demasiado. Han estado estudiándose durante una década. Por eso, igual que Massa, Scioli no es un antibiótico. Es una vacuna. Está hecho de la sustancia que se propone neutralizar. Sólo que el gobernador está ante uno de los desafíos más severos que ofrece la política: representar en las urnas a un oficialismo que funciona a las órdenes de un líder desgastado, pero significativo; declinante, pero celoso del poder.

Scioli ha sido de una ductilidad extraordinaria para manejarse con esa dificultad que significa representar al mismo tiempo la continuidad y el cambio. Una vocación anfibia, a la que sucumbieron Eduardo Angeloz en 1989 y Eduardo Duhalde diez años después. O, en una escala más modesta, Insaurralde, cuando envuelto en la bandera del kirchnerismo pidió bajar la edad para la imputación penal o se animó a concurrir a los estudios de TN, desde donde, según dijo ese día la Presidenta, «se disparan balas de tinta».

Una interesante encuesta cualitativa de la consultora Isonomía muestra a Scioli como el único habitante de un campo simbólico en el que se superponen el macrismo y el kirchnerismo. Un prodigio. O una monstruosidad.

La incursión en el Espacio Clarín expresa, entre muchas otras cosas, ese afán del gobernador por pertenecer también a la otra orilla. Un objetivo cada vez más ambicioso en la medida en que la polarización política modela dos países.

– La Nación

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