Hace 55 años, en unos basurales nocturnos, el dictador Pedro Eugenio Aramburu mandó a fusilar a doce hombres que conspiraban contra el gobierno de facto, cuyas vidas Rodolfo Walsh pasó a la posteridad en Operación Masacre.
Han pasado algunos minutos desde que la tarde dejó de ser gris, y el jueves, uno entre tantos.
Un pibe de rastas, barbita oscura y remera negra de Hijos se despacha al micrófono con modismos nada burocráticos. Trajina el escenario, pero no es una estrella reggae. Repasa, en intervalos regulares, el nombre de los asesinos, de las víctimas, y la cantidad de días que esos infames deberán pasar en la cárcel pagando por esos muertos sin lápida, por esos crímenes.
Para la mayoría de los imputados la cuenta es simple: todos. “Patti, botón, rati puto, te vas para Marcos Paz”, vuelve a arengar el rastafari.
Abajo, en la explanada polvorienta, una pequeña multitud de cuatrocientas almas celebra la provocación rapera. Ya no es un jueves como los otros: hace minutos, la lectura de un fallo histórico dejó caer del torturador confeso su insultante máscara de demócrata.
Luis Abelardo Patti, a pesar de una hilarante pantomima de enfermo terminal, estará preso en una cárcel penitenciaria desde hoy hasta siempre. El ex intendente de Escobar no será el único reo vitalicio.
Lo acompañarán Santiago Omar Riveros, Benito Reynaldo Bignone, y el ex oficial de inteligencia del Primer Cuerpo Martín Rodríguez. Para el ex comisario de la seccional 1ra. de Escobar, Juan Fernando Meneghini, la pena es mucho menor: seis años en prisión. Pero no hay dudas: es un claro día de justicia.
José León Suárez, partido de San Martín, un arrabal suburbano al que se llega tomando el acceso oeste, la ruta 4 y el Camino de Cintura, carga con una historia de crímenes rastreros de la Policía Bonaerense.
Hace 55 años, en unos basurales nocturnos, el dictador Pedro Eugenio Aramburu mandó a fusilar a doce hombres que conspiraban contra el gobierno de facto, cuyas vidas Rodolfo Walsh pasó a la posteridad en Operación Masacre.
Veinte años después fue la jurisdicción donde Patti y los grupos operativos lanzaron su cacería.
El último asesinato es muy reciente: la Bonaerense mató por la espalda a dos adolescentes acusándolos falazmente de estar saqueando el vagón descarrilado de un tren.
Ese pasado fúnebre ahora está a punto de equilibrarse.
El auditorio “Hugo del Carril”, ubicado en un predio municipal, se va poblando desde temprano.
Víctimas, deudos, activistas de organismos de derechos humanos y funcionarios –como Eduardo Luis Duhalde, secretario de Derechos Humanos de la Nación– se acomodan en las penumbras de una sala florecida de pancartas con los rostros de las diez víctimas de la patota.
El aplauso silente, cariñoso, de pie, es para recibir a las Abuelas y a las Madres de Plaza de Mayo.
La lectura de la presidenta del Tribunal Oral Nº 1 de San Martín, Lucila Larrandart, largó pasadas las cuatro de la tarde.
Prisión perpetua para el comandante de Institutos Militares durante 1976 y 1977, Santiago Riveros: siete privaciones ilegítimas de la libertad, seis imposiciones de tormentos, dos homicidios doblemente agravados y una tentativa de homicidio.
Lo siguieron Benito Reynaldo Bignone, el último dictador argentino. Martín Rodríguez, que hasta hace un año y medio daba clases en la Universidad Católica de Salta. Y el ex comisario Patti.
En cada anuncio, una ovación.
La frutilla del postre detalla que las penas deben cumplirse en cárceles comunes del Servicio Penitenciario Federal.
A cien metros del auditorio, más allá de una cancha alfombrada de papi fútbol, una pantalla enorme y pixelada transmite el fallo y la muchachada agita los bombos en perfecta sincronía.
Han llegado hombres y mujeres, por las suyas o ataviados bajo las banderas de organizaciones políticas y sociales.
Es época de trapos: CTA Buenos Aires, Descamisados, La Cámpora.
Son extrañas algunas alquimias: la cara de Kirchner al lado de la del Che.
Los parches repican sin descanso mientras se suceden las condenas.
Desde el escenario, donde ya están los instrumentos para que suenen Los Auténticos Decadentes, se lo ve al sheriff bravo de la picana tallado en cartón, con su nariz aguileña, las manos esposadas y su uniforme cebrado de convicto.
Dos banderas gigantes lo flanquean: una de la Municipalidad de San Martín y la otra, gigante, de una regional de Hijos, que dice que todos –y el cronista se siente incluido– somos hijos de la misma sangre.
Cinco baños químicos completan la escena que tiene algo de fundacional y algo de epopeya: en la leyenda, al fondo, asegura que lo imposible sólo tarda un poco más.
Concluida la lectura, empieza el peregrinaje del mármol a la pradera: los trajes de etiqueta se entreveran con las chalinas.
“Madres, familiares, ni hablemos familiares directos, todos aquellos que venimos hace años exigiendo justicia legal, jamás justicia por mano propia”, dice Tati Almeida.
La diputada de Proyecto Sur Victoria Donda destaca a Miradas al Sur “el símbolo de Patti como un hombre que se quiso reciclar en democracia”, y nombra a alguno aún impune: “El ex gobernador de la provincia de Jujuy, Walter Barrionuevo, fue asesor del coronel que intervino en la dictadura”.
En el escenario, toman la palabra los hijos de las víctimas. Y se nota, como pocas veces, que han fraguado entre ellos esa comunión tan azarosa como indestructible: la de los sobrevivientes de la misma catástrofe.
“Sabía que iba a pasar esto –dice Gastón Gonçalves, bajista de Los Pericos–, simplemente porque nos guiamos por la verdad. Somos tozudos, cabeza duras”.
Juana Muñiz Barreto, hija del diputado asesinado Diego Muñiz Barreto, parece la más conmovida. “Cuando empecé a vivir todo esto éramos sólo papá y yo. De a poquito aparecieron mis hermanos, mis hijos, la familia Gonçalves, los D’Amico. Y ya no sentí más esa sensación de soledad tan triste que tenía”, dice, con su voz de niña, apenas audible.
Una Madre de Línea Fundadora se esperanza al ver a “la juventud hermosa y trabajadora cantando y saltando contra toda esa infamia que nos rodeó durante tantos años”.
El homicida del disfraz
El 24 de marzo de 1976, cuando se consumó el golpe de Estado y secuestraron a Gastón Roberto Gonçalves –un militante social que había sido amenazado por Luis Patti–, el homicida, ex intendente, ex diputado electo y ex candidato a gobernador bonaerense era apenas un oficial subinspector de la 1ª de Escobar. Pero su sombra azul vagaba por zona norte.
El 29 de marzo, en esa comisaría acondicionada como centro clandestino, lo vieron por última vez adentro de un camión celular.
Gonçalves les contó a tres detenidos ilegales que lo habían torturado.
El 2 de abril, su cuerpo apareció carbonizado con un tiro en el cráneo, en el camino Río Lujan de Escobar, aunque sus restos, enterrados en una tumba anónima, fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense dos décadas más tarde.
Además del homicidio doblemente agravado contra Gastón Roberto Gonçalves, Patti fue condenado por el allanamiento ilegal en las casas de la familia D’Amico y de Osvaldo Tomás Ariosti, las privaciones ilegales de la libertad de Gonçalves, Muñiz Barreto, Juan José Fernández, el propio Ariosti, Carlos Souto, los hermanos Guillermo y Luis D’Amico, y por la imposición de tormentos agravados sobre las mismas personas, excepto Souto.
Conciente de sus crímenes, el sheriff quiso ampararse en los fueros de la democracia todavía frágil, todavía inmadura.
Y en parte lo logró: fue intendente de Escobar, la zona en donde había sembrado el terror, diputado electo en 2005 (impugnado por el resto de los legisladores), y dos veces candidato a gobernador: la primera cobijado por Carlos Saúl Menem, y la segunda –también impugnada–, desde Marcos Paz y vinculada al duhaldismo.
Gonçalves: “era importante terminar con la impunidad”
Miradas al Sur dialogó con Manuel Gonçalves, nieto restituido, querellante del juicio, el día después de la sentencia.
–¿Qué sentiste cuando escuchaste el fallo?
–Fue muy intenso. Quedamos reconfortados por haber puesto todo, porque en definitiva nosotros lo que hicimos fue juntar un montón de verdad y llevársela a la Justicia. Eso fue escuchado y entendido por los jueces, que fallaron de manera ejemplar.
–¿Cómo viviste los festejos?
–Estábamos festejando el fin de la impunidad, pero más que un festejo, para nosotros la idea de hacer algo afuera del tribunal era sacar las sentencias a la calle. Estos juicios y estas condenas son de todos: del pueblo, de la sociedad que ha madurado y ha sabido afrontarlos en estos últimos años.
–¿Habías imaginado alguna vez un final como el de ayer?
–En estos largos siete años me he imaginado tantas cosas. Si nosotros hicimos algo bien en esta causa fue tratar de emular la no claudicación de las Abuelas y las Madres. El marco nos sorprendió, ver a cuánta gente le estábamos devolviendo una parte de su dignidad que había sido arrebatada, en muchos casos en la tortura. Porque los testigos durante tres décadas tuvieron que callarse y ayer vi a todos nuestros testigos reconfortados, habían puesto lo más valioso de todo esto, su valiente testimonio.
–Llamaste a los testigos “nuestros testigos”. Ayer se los vio hermanados, quizá como nunca antes.
–Sí, la verdad que sí. Quizás porque fue un juicio impulsado por los hijos. Tomamos la posta, el recambio generacional. Muchos de nosotros ya no tenemos a nuestros abuelos que fueron quienes empezaron la lucha en plena dictadura. Nos tocó a nosotros ser grandes, impulsar esta causa tan compleja. Nos hermanamos, nos fuimos conociendo y apoyando, recreando una gran familia que mitiga esas ausencias que no te devuelve ninguna condena; lo que perdimos se perdió y eso es irreparable, pero sí era muy importante para nosotros poder terminar con la impunidad.
–Después de siete años de juicio, ¿qué dirías de Patti?
–Vi en él a un tipo muy frío, que podía mentir descaradamentecuando nosotros avanzábamos en la causa y él iba al programa de Mariano Grondona y decía que no tenía ninguna causa, cuando incluso ya había presentado sus abogados. Todos los adjetivos que tengo son malos. Incluso podría aceptar como parte del juego que reivindique lo que hizo. Pero ni siquiera, porque su cobardía es tal que se escudaba en una teatralización de una enfermedad para victimizarse cuando había sido tan “valiente” en el momento de ejercer la tortura y los secuestros.
–¿Cuál fue la sensación del día después de la condena?
–De satisfacción y mucha calma. Recién ahora, que nos sacamos el peso de encima, nos damos cuenta de cuánto nos pesaba. Es un momento para parar un poco, y tomar fuerza para la siguiente.
– Miradas al Sur
– Nota relacionada:
Prisión perpetua para Martín «el toro» Rodríguez ex docente de la Universidad Católica de Salta
http://www.salta21.com/Prision-perpetua-para-Martin-el.html