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De la locura al crimen lúcido: un diálogo con el especialista en delito y psicopatología Mariano Castex

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¿Por qué se juzga a ciertas personas como “normales” si cometieron actos insanos? Médico legal y forense psicológico, Castex señala contradicciones sociales y desinfla mitos como que un psiquiátrico penal es “mejor” que una prisión.

Por Raúl Kollmann

11 de Mayo de 2008

“Hay una contradicción evidente. La sociedad y los jueces empujaron para que Ricardo Barreda, el odontólogo que asesinó a toda su familia, fuera considerado una persona normal, no un enfermo –explica Mariano Castex, profesor de grado y posgrado de Psicopatología y Delito de la Universidad de Buenos Aires–. Lo juzgaron como normal y lo metieron en una cárcel normal, que era lo que se quería. Ahora, cuando la ley dice que a los 70 años uno puede acceder a la prisión domiciliaria, se afirma que ese derecho no lo tiene porque es un enfermo mental. Esto está pasando en todo el mundo. La sociedad empuja a que el que comete un delito grave como éste sea considerado normal, porque quiere que lo metan en una cárcel de por vida. Lo mismo sucede con el austriaco Josef Fritzl. La abrumadora mayoría quiere que digan que es normal y que vaya preso de por vida. Y parece obvio que es un enfermo. Lo que yo digo es que sin dudas puede haber enfermos, como los que mencionamos, que son peligrosos y deben ser encerrados. Pero con un tratamiento, un seguimiento. Además, hay mucha gente que piensa que el psiquiátrico es mejor que una cárcel común. Es falso. Muchas instituciones carcelarias mentales son peores que las otras.”

Castex fue profesor titular de la cátedra de Medicina Legal en la Facultad de Medicina, profesor de Psicología Forense en la Facultad de Derecho, y hoy sigue como responsable de los cursos de grado y posgrado de Psicopatología y Delito. Todo en la UBA. Al mismo tiempo, es perito de parte en algunos de los casos más resonantes de la actualidad: el tirador de Belgrano, Bragagnolo, Conzi, Grassi, el asesinato de Solange Grabenheimer.

–El ciudadano común reacciona con cierta lógica. Dice que si Barreda mató a toda su familia, puede volver a matar. Por lo tanto, no puede acceder a la prisión domiciliaria.

–Mire, yo personalmente pensé desde un primer momento que Barreda era una persona enferma. Toda esa familia estaba gravemente enferma, incluyendo por supuesto las mujeres que la componían. Barreda explotó por ese cuadro extremo y eso no se va a repetir a menos que se creen las circunstancias extremas como las que se crearon en el momento en que él produjo la matanza. Es cierto, Barreda tiene riesgo de desbordarse frente a una situación traumática de tal intensidad como la que provocó su explosión anterior. Pero, bueno, la sociedad y los jueces se tienen que hacer cargo. Lo correcto hubiera sido que dijeran que estaba loco y ahora estaríamos discutiendo si sale o no sale, pero en función de su estado mental y el riesgo de un nuevo desborde. Si esa misma sociedad y esos jueces ya dijeron que era una persona sana, asuman que se rige por la ley de los normales que indica que puede acceder a la prisión domiciliaria. Pero ahora, cuando lo están por mandar a la casa, la sociedad dice que es un enfermo y que tiene un demonio adentro, con rabo y todo. Es una incoherencia.

–Uno siente que es permanente el debate sobre si tal asesino es normal o no, si tiene que ir a la cárcel o al psiquiátrico.

–Sucede en el mundo entero. Por presión de la sociedad, se supone que el ciento por ciento de los homicidas, y en especial los que protagonizan los casos más mediáticos, son normales y tienen que ser ejecutados o ir a la cárcel de por vida. El año pasado, el New York Times empezó a plantear este debate en profundidad. Las neurociencias están demostrando que hay conductas que no son libres sino impulsivas, “más fuertes que uno”, diría el ciudadano común. Yo estoy convencido de que el 30 por ciento de la población carcelaria mundial, en su momento, no pudo evitar cometer el homicidio o el delito que cometió. ¿Hay que encerrarlos porque son peligrosos? A eso digo que sí. Pero eso debe tener un acompañamiento, un tratamiento. Y, además, hay otro elemento clave: una mirada de esa naturaleza permite trabajar mucho más en la prevención que en el castigo.

–¿De qué manera?

–Muchas de esas violencias ya se muestran en las escuelas primarias y secundarias. Conductas impulsivas, de confrontación, de intolerancia. Jóvenes que ya se percibe que vienen con graves problemas. Todo esto se nutre de la sociedad. El chico imita, copia, de los padres, de los padres sustitutos, de muchísima gente que procede con violencia o robando o coimeando.

–En general, los ciudadanos creen que los psiquiátricos son mejores que las cárceles comunes y que entonces, si el homicida es considerado enfermo, zafa de lo peor.

–Es falso. Muchas instituciones carcelarias mentales son peores que las otras. En las prisiones comunes hay distintos regímenes, más cerrados, de máxima seguridad y más abiertos, donde hay mejores condiciones para el preso. Las prisiones mentales son, lamentablemente, terribles y peores. Hay gente que se queda allí años y años, no tienen plata, los defensores oficiales se olvidan de ellos. El año pasado, la Corte Suprema ordenó que saliera de un instituto mental de Luján un joven que llevaba allí 20 años. Estaba olvidado. Por supuesto que salió peor que antes.

–Se está debatiendo en el mundo entero el caso del austriaco Josef Fritzl, que tuvo a su hija encerrada en un sótano durante 24 años, abusó de ella sexualmente y tuvo siete hijos con ella.

–Sucede lo mismo. Quieren que sea juzgado como una persona normal y lo concreto es que se trata de un psicótico, que en una sociedad libre cometió semejantes hechos. Es un enfermo muy grave y diría que todas sus víctimas están muy graves. Es loco. Como es loco el denominado Caníbal de Rotheburgo, el que puso un aviso para que otra persona aceptara que él lo mate y se lo coma. Desde el punto de vista de la enfermedad, es difícil de comprender. Lo cierto es que la ciencia no alcanza a explicar todo eso. Ahora, el público quiere ajusticiarlo y por supuesto que salen los que dicen que tiene un trastorno de la personalidad, que no llega a una patología. Es una barbaridad, cuyo único objetivo es ajusticiarlo. Yo respeto ese sentimiento en el público. Pero si miramos las cosas en serio, se verá que es un enfermo. Es más, no creo que Fritzl tenga arreglo. Pero es seguro que no cometió todos esos hechos en forma libre. Mi posición es que hay que internarlo. Y lo más urgente es estudiar cómo llegó a ese estado. Hacer prevención para que no se repita. Está bien, no lo dejen salir, pero si es un enfermo mental, respetemos las leyes y punto. No podemos cambiar la ley cuando queremos.

–La semana pasada se plantearon dos casos de abuso sexual en escuelas primarias. El más resonante ocurrió en Bernal. El padre de un chico de segundo grado dice que fue violado por alumnos de quinto y sexto.

–Es un fenómeno que no es inhabitual en esas edades y en los núcleos de determinados colegios. Son edades en que los chicos son bastante crueles, están entre la niñez y la adolescencia. Es un mito que la adolescencia empieza a los 14. Mucho antes los chicos ya tienen erecciones y eyaculaciones. A esto agréguele que la sociedad los erotiza, en especial con la televisión. Y, además, la necesidad de violar tiene toda una historia. En la Segunda Guerra se vio nítidamente. Los rusos violaban a las alemanas, los alemanes a las eslavas, los norteamericanos a las alemanas y podríamos seguir. Son hombres que ya tienen la fantasía de la violación. En el caso de los chicos, están liberando agresiones. Por un lado, es el costado sexual; por el otro, afirmar la patota. Esto significa que la sociedad no está educando correctamente. No hay buena educación sexual, no hay buena educación cívica, no hay buena educación en general.

–¿Y cómo se investiga un caso como el de esa violación?

–Tendría que haber un equipo de investigadores que no tenga sesgos. Si dan los hechos por ciertos sin investigar, sería una catástrofe.

Existe un caso muy famoso en Estados Unidos, contra Victoria MacMartin y otros maestros a los que se acusó de abuso sexual de 24 chicos. Fue una madre la acusadora. La Justicia los absolvió después de seis años de investigación y de haber estado en prisión. Por lo tanto, yo considero que se debe estudiar a fondo el núcleo de la familia del chico, averiguar quién lo penetró, cómo es su daño orgánico. Atención que puede haber sido violado, puede ocurrir que la violación haya ocurrido en otro lado, no en la escuela, y puede ser también que él mismo se haya introducido un palo o algún otro elemento en el ano. Por de pronto, es imperioso darle apoyo y estudiar, insisto, lo que pasa con su familia, sus hermanos, si estaba en relación conflictiva con los otros chicos. Esto, además, lo debió detectar el colegio. Debió estar atento, si existió, a las burlas, las discriminaciones. Parece cantado que allí había un cuadro conflictivo. Me pregunto cómo puede ser que con tantos psicólogos que hay en la Argentina, por qué no hay presupuesto para estar atentos a estas realidades en cada colegio. Le insisto en el concepto de que no es inhabitual. Está la burla contra el amaneradito, el que no hace deportes. O la ofensiva contra el más bravo, una forma de los otros de someterlo. La violación existe en los cuarteles, en las cárceles. Muchas veces el castigo, entre machos, es la violación.

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