Mora es un conductor sobrio, tranquilo, seguro de su visión musical. Indica con precisión y busca permanentemente la mejor manera de presentar el tempo elegido.
Salta, jueves 30 de agosto de 2018. Teatro Provincial. Orquesta Sinfónica de Salta. Director Invitado Jordi Mora (Barcelona). Sinfonía nº 2 en si menor de Alexander Borodin (1833-1887). La Gran Pascua Rusa op. 36 y Sheherazade op. 35 de Nikólai Rimsky-Kórsakov (1844-1908). Aforo 95%.
Para quien como yo ha seguido la trayectoria, desde su fundación, de la Orquesta Sinfónica local, se hace evidente cuando el maestro invitado consigue una comunión con los integrantes del organismo. Es lo que ocurrió esta noche entre el maestro catalán y los músicos de la orquesta.
Por supuesto, el repertorio elegido jugó a favor de esta circunstancia. Es que el nacionalismo romántico de la Rusia del siglo XIX se presta para un lucimiento de esta naturaleza. Primero fue esa lujosa orquestación de la “Gran Pascua Rusa” escrita sobre la base de tres himnos litúrgicos de la iglesia ortodoxa. Luminosa obertura presentada como lo que es, una notable muestra de instrumentación de alto nivel como es dable observar en el llamado “Grupo de los Cinco”: Balakirev, Cuí, Mussorgsky, Rimsky–Kórsakov (autor de la obertura) y Borodin (autor de la sinfonía) que individualmente disentían en muchos aspectos, pero que en lo relativo al arte de instrumentar una obra defendían un estilo que los diferenciaban de todo lo conocido hasta entonces de los compositores de la Europa central. El maestro Mora la presentó como una muestra de resplandeciente colorido orquestal.
La primera parte cerró con la segunda sinfonía de Borodin. Compuesta casi simultáneamente con su ópera “Príncipe Igor” la sinfonía fue terminada, obviamente, mucho antes que la mencionada ópera. Es una pieza enérgica, madura, rítmicamente exuberante aunque sus dos primeros movimientos están construidos sobre la base de los principios clásicos de la forma y los dos últimos le sirven al compositor para encontrar un lenguaje de claro expansionismo sonoro pleno de armonías folclóricas rusas y consecuentemente de mayor lucimiento que los anteriores.
Finalmente. otra página de Rimsky, los cuatro esquicios de “Sheherazade”, la estrella de la noche que la orquesta local conoce muy bien. Es una belleza pero si quien está en el podio no la conoce en sus detalles más sutiles, el barco naufraga. No fue este el caso.
El maestro Mora la tiene en su intelecto y también en su corazón. La princesa Sheherazade subyuga al sultán Shahriyar con sus historias y atrapantes cuentos evitando que éste disponga el mismo destino trágico de las mujeres que la precedieron.
El conductor catalán entregó una estupenda versión de una suite, verdadero caleidoscopio con imágenes sonoras de cuentos de hadas y diseños orientales que cada tanto dan lugar recordatorio a la sinuosa melodía del concertino Viktor Muradov, que es la descripción dulce y bella de la propia princesa quien con esta labor de contar sus historias, va modificando el carácter cruel del sultán hasta ganar sus sentimientos. Jordi Mora es un conductor sobrio, tranquilo, seguro de su visión musical. Indica con precisión y busca permanentemente la mejor manera de presentar el tempo elegido. Claro, son cualidades de su persona tal vez influidas por un gran maestro que tuvo en su vida, nada menos que Sergio Celibidache entre otros.
El teatro repleto, como si se supiera de antemano la calidad del director visitante. Claro, contó con un grupo orquestal dispuesto a entregar su arte volando muy alto. Cuerdas, maderas, metales y percusión despertaron no solo admiración sino también un impacto estético de gran valor.
Merecido el extenso aplauso de los oyentes.