¿Qué límites tienen estas dos circunstancias históricas que, no por casualidad, se recuerdan en diciembre? Último mes del año donde los balances personales debieran conjugarse con los nacionales y colectivos?
¿En qué estado encuentra el país este aniversario que marca 30 años desde la asunción de Ricardo Alfonsín y también 6 años desde la asunción de Cristina Fernández de Kichner en lo que fue su primer mandato y 2 años desde que comenzara el segundo?.
De estos 30, llevamos ahora diez largos años de lo que se denomina comúnmente como «kichnerismo» que bastan y sobran para señalar sus virtudes y falencias y lo más importante: sus límites.
Seguramente lo vivido al día de hoy está muy lejos de lo que añoramos los protagonistas de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, y eso tenemos que reconocerlo para no cometer los mismos errores en el futuro.
Todas estas referencias al tiempo transcurrido tienen como objetivo que nos preguntemos y accionemos en base al futuro y el tiempo por venir.
La desigualdad y el consumismo, dos protagonistas de primer orden
Si nos negamos a las formas autoritarias necesariamente deberemos comprometernos más para terminar con una clase política que se recicla sin acusar recibo de su verdadero estado de decadencia. Por acción u omisión, salvo escasísimas excepciones, lo común de los funcionarios y representantes públicos es la rivalidad por poderes chiquitos o grandes, el mantener un estado de cosas, es decir, mantener en definitiva este orden injusto de la sociedad, y representar al poder económico tanto al autóctono como a las transnacionales que marcan el ritmo de nuestras principales políticas evidenciando lo que denominamos neocolonialismo.
¿Honestos? ¿algunos Patriotas? escasos para desde ahí desarrollar un Proyecto Emancipador para la Argentina. Por lo tanto cambiar la naturaleza, las reglas y los actores de lo que el común denomina «los políticos» es una de las tareas impostergables de abordar.
Si la desigualdad ha sido la característica permanente de estos años de supuesto desarrollo y crecimiento económico, el papel otorgado al consumismo exacerbado (que nada tiene que ver con el derecho a acceder a bienes necesarios para el desarrollo de una vida digna) ha instalado con fuerza una banalización sobre los fines de la vida en sociedad y una exacerbación de la subjetividad personal en desmedro de valores comunitarios y solidarios, que siempre deberían pensar en proteger a los más débiles.
¿Cómo recorrer un camino distinto si no se modifica la cultura social?
El vivir bien como alternativa al desarrollo tradicional
«La discusión entonces del vivir bien es política y cultural, en tanto comprende la transformación de la política cultural y la cultura política en términos de una revolución cultural y de una revolución institucional. El vivir bien tiene que ver con las condiciones históricas de la posibilidad de vivir bien. Estas condiciones tienen que orientar las formas de gubernamentalidad hacia la realización efectiva de la democracia participativa y de democracia comunitaria , formas que tienen que resolver la transformación de las políticas públicas en la perspectiva del cumplimiento de lo que se entiende por derechos fundamentales, que pueden resumirse en la realización de una vida digna, plena, apacible, que recupere la sabiduría de los pueblos ancestrales y la madurez de las sociedades, que reflexionaron sobre las formas integrales de vivir «, afirma Raúl Prada Alcoreza.
Este párrafo describe el desafío cultural al que como habitantes de América Latina estamos llamados a resolver, la distancia a recorrer es mucha pero indudablemente es la única dirección posible.
La esperanza en un futuro distinto
Democracia para siempre es el slogan gubernamental para lo que entienden como una celebración, estamos de acuerdo, pero pregunto: ¿Esta democracia?
La esperanza de vivir bien está ligada indisolublemente a una cambio cultural que deberá atravesar todo el incentivo al consumismo, al individualismo, a la fragmentación social y destrucción de valores como la solidaridad, el compromiso y la verdadera rebeldía antes las injusticias.
Esto implica no aceptar las reglas de juego, y trabajar diariamente para cambiarlas.
No es cuestión de programas políticos, que son necesarios, sino que en un país donde lo único que parece disputarse es el poder real tendrán que cambiar, necesariamente, las formas de hacer política, y eso nos toca a todos, especialmente a los que desde los discursos sostenemos la necesidad de cambiar este orden tan injusto.
El oportunismo y la mezquindad son detestables en los que conservan el orden pero imperdonable entre los que sostenemos que queremos cambiarlo, y la necesidad de cambiar esto es ineludible y necesario.
Democratizar la democracia implica desarrollar el compromiso con el otro, pero el otro tiene que ser el más débil perjudicado y también las futuras generaciones y ese compromiso se deberá traducir en una participación que reivindique la política entendiendo que por más difícil que resulte la tarea de revalorizarla es la única posibilidad de superación para cambiar esta realidad por otra digna de ser vivida por todos.
Democratizar la democracia significa ir cambiando las reglas del juego, relativizar representantes y dirigentes y valorizar la participación de todos que necesariamente deberá ser organizada y orientada al bien común. Lo que nos afecta a todos necesariamente debería ser decidido por todos y la práctica cotidiana se trasladará a la política formal, a las leyes y a lo institucional y no al revés.
Revalorizar la política como herramienta de transformación social, pero no una transformación de alternancia de poderosos sino una transformación que construya una nueva sociedad donde la mayoría real sea la verdadera beneficiada tanto en bienes materiales indispensables para la vida como en bienes culturales y espirituales concretando los sueños de todos los luchadores que han depositado su esperanza y fe en el ser humano y su potencialidad.
– Por Laura García Vázquez – Secretaria de Organización de la CTA Regional Bahía Blanca-Coronel Dorrego.
– Fuente: argenpress