Yeny Delgado y su detallista conducción que no dejó nada librado al azar.
Salta, jueves 20 de setiembre de 2012. Teatro Provincial. Solistas: Stephan Möller y Veith Kloeters (percusión). Orquesta Sinfónica de Salta. Directora Mª Yeny Delgado. El médico de pianos (danzón) de Jorge López Marín (1948). Udakrep Akubrad (concierto para dos percusionistas y orquesta) de Avner Dorman (1975). Sinfonía nº 4 en mi menor op. 98 de Johannes Brahms (1833-1897).
Hacer una obra llamada “de repertorio”, por supuesto conocida, infinitamente tocada, etc. es, en toda instancia, una visión personal de quien la hace. Esa actitud se podrá discutir o no, podrá gustar o no, pero ya tiene una estética, una intención, una descripción conocidas. Al final se podrá decir, “fue un mal Vivaldi”, por ejemplo, pero no por ello dejará de ser Vivaldi. En todo caso, fracasará el ejecutante pero no el autor. Pero estrenar una obra, es otra cosa. Es jugarse, es defender no solo la estética de quien la ejecuta y de quien la compuso, sino también, los valores que la obra eventualmente puede contener. Yeny Delgado se jugó dos veces esta noche. Estrenó en nuestro país dos construcciones sonoras cuando menos atractivas.
El danzón cubano es arquetipo de la música popular de ese país. Luego pasó al salón de baile para llegar a ocupar un espacio en la música culta de Cuba. El de esta noche es una breve página del compositor contemporáneo López Marín para grupo de cuerdas, pequeña percusión, una trompeta (fenomenal Rubén Albano) muy bien construida, respetando no sólo la base popular el danzón, sino las posibilidades de combinaciones sonoras que intentan pintar el personal contento del isleño con el cual suple las cargas que todo el mundo conoce.
Luego viví el punto más alto de la noche. Dos percusionistas alemanes, dotados de inmensa capacidad, que no llegan a los treinta años, cada uno con una marimba, ton-ton, bongó y platillo, deslumbraron al público con el concierto escrito por el israelita Dorman. Música abstracta, de fantásticos efectos sonoros, la exacerbación del juego rítmico, la sincronización entre ambos solistas, la envoltura de acordes verticales en la orquesta, el contrapunto de la flauta (Cecilia Ulloque) y el oboe (Saro Danielian) con los percusionistas, el profundo conocimiento de la partitura por parte de Yeny Delgado y su detallista conducción que no dejó nada librado al azar, fueron los pilares de un momento mágico del concierto. El desborde público fue instantáneo y los solistas obsequiaron “Una pequeña oración” de la compositora escocesa Evelyn Glennie, ejemplo humano de músico que con infinito talento supera su progresiva sordera. Bellísimo.
Final. La cuarta de Brahms, con ese inicio que más parece una invitación a ingresar a la casa de uno, fue la elección para cerrar la noche. Casi llegando al cuarto minuto de comenzada, un evidente desajuste que no solo fue breve sino que felizmente no se repitió. En lo personal me hubiera agradado una mayor masa orquestal, sobre todo la cuerda aguda que pide cuerpo mas espeso. Metales firmes y expresiva madera, cantaron la obra de gran envergadura. Tal vez se podría recurrir más a la tradición centroeuropea, sobre todo en el último movimiento, de fraseo algo cortado, pero en definitiva es la visión de Yeny Delgado que tiene todo el derecho de mostrar lo que ella siente. Su firme conducción, en compensación, llevó implícita afinación y una acertada elección del tempo. Todo en su sitio.