La monoparentalidad es una realidad social, familiar y personal que surge en determinadas condiciones sociales y de conflicto asociados a dichas situaciones.
Estela es una agradable (sufrida) muchacha de estos tiempos, sosteniendo sobre sus hombros una familia monoparental, o sea aquella sustentada por un solo progenitor, en este caso “monomarental” para enfatizar el hecho de que la inmensa mayoría de las familias monoparentales están encabezadas por mujeres. Es de esos seres que, curiosamente, tropiezan con la misma piedra y tras cartón de su primer fracaso matrimonial, su ímpetu juvenil la llevó a reincidir en el desafío conyugal, como para poner a prueba sus nervios de acero con un nuevo embarazo, o, hay otra denominación para estos arrebatos de coraje. Con uno no alcanza, el segundo abre las puertas de la esperanza y el tercero, es La Vencida. Por el momento, la apechuga con tiempo completo de trabajo y dedicación maternal exclusiva.
La monoparentalidad es una realidad social, familiar y personal que surge en determinadas condiciones sociales y de conflicto asociados a dichas situaciones. La monoparentalidad está generalizada (pero no es la más conveniente de las relaciones), se genera por un modelo determinado de sociedad y en nuestro contexto social viene acompañada de dificultades de todo tipo. No en vano aparece frecuentemente tras un proceso difícil y muy doloroso donde la necesaria reestructuración personal y familiar se ve acompañada de cambios importantes, en los que, unas veces más y otras menos, la confusión y desorganización personal, familiar, económica y emocional superan en fuerza a los recursos que todos tenemos para la resolución de nuestras crisis y conflictos.
Los desengaños amorosos no son, ni simpáticos ni graciosos, por el contrario, representan una prueba al duelo. Un duelo no se restaña automáticamente, es parte de un lento proceso de elaboración, con sucesivas etapas de transformación que transita por:
– 1) La inicial negación.
– 2) Luego por una ardua negociación.
– 3) Los momentos indeseables de ira (o sea ese medio que usamos para mantener la autoestima y los avatares emocionales controlados). Esta actitud solo trata de ocultar el verdadero sentimiento de soledad y miedo que sentimos.
– 4) Asociado a este estado emocional está la consecuente depresión, siempre referido a los intentos de recuperación, para desembocar con toda suerte.
– 5) En la aceptación de la pérdida.
Es cuando se puede hablar de lo que ocurrió pero ya no hiere tanto, se comprende que la vida tiene cosas que no se pueden cambiar y que lastiman, pero eso no implica que termine la misma, es como cuando nos hacemos una herida profunda que duele intensamente y para que sane es necesario desinfectarla y continuar con las curaciones, mientras está abierta obviamente sigue doliendo y si se la toca duele mucho más, pero pasa a su instancia de sanación y empezará a cicatrizar.
Estelita, está como se deduce, en una impronta depresiva, pero como tal, sacando la nariz de nuevo a la vida. La vida causa dolor para que conozcamos nuestra fortaleza (no deseada), provoca miedo para que descubramos nuestro valor, enferma para que valoremos la vida. Estelita está buscando su lenguaje de reparación, aprendiendo a comunicarse de nuevo en su búsqueda.
Las personas no sabemos comunicarnos, a pesar de que la comunicación es fundamental en las relaciones humanas, somos incongruentes, pensamos una cosa y expresamos otra. No sabemos cómo acercarnos a los demás, no preguntamos qué necesitan, ni decimos que necesitamos, por lo que empezamos a adivinar creyendo que conocemos las necesidades de los demás fundamentadas en nuestras propias necesidades y como no acertamos, nos molestamos porque creemos que no nos agradecen lo que hacemos por ellos; entonces peleamos para ser escuchados, pero al pelear expresamos palabras que hieren y en ocasiones llegamos a exaltarnos.
Apremios existenciales
Por qué los seres humanos no vendremos con un chip de aprendizaje incluido que nos evite ser la máquina de repeticiones que somos, el aparato incansable de acumular errores, la famosa “compulsión a la repetición” freudiana, la tendencia de los sujetos a reiterar a lo largo de su vida las experiencias primarias, tal cual una matriz a partir de esas experiencias iniciales: en distintas escenografías y de diferentes formas, se repite una serie de conductas o al menos la esencia de una serie de ellas. Un primer molde nos crea cierto modelo de comportamiento, y a partir de ese momento es escalofriante cómo repetimos, repetimos y repetimos. S. Freud descubre que los seres humanos tenemos la tendencia a repetir situaciones vividas, no sólo porque fueron placenteras y tenemos ganas de repetirlas sino también, tendemos a repetir situaciones sumamente displacenteras. El neurótico no es otra cosa que una máquina de repetición, una púa que gira en el surco de un disco rayado. El hombre se convierte en una máquina cuando no tiene la alternativa de elegir algo nuevo, cuando está compelido a repetir lo que vivió.
La piba Estela tendrá que correrse de esta repetición infernal de tropezar con la misma piedra, con sus secuelas de maternidades monomarentales, que en lugar de permitirle avanzar en un proyecto, la atrapan en una situación penosa para progresar hacia la conformación de una nueva posibilidad personal. Desligarse y soltar, pero primero tendrá que hacer el largo camino de la reparación y el perdón. Cicatrices superadas, haciendo las paces con el pasado, restablecer su vida, su dignidad, su espacio, su profesión, y su libertad, intentando esta experiencia como el posible camino para recuperar su autoestima, autoimagen y auto respeto. Desafío descomunal para hacerlo individualmente.
(Final infeliz: Estelita, hoy fue despedida de su trabajo, el sostén más seguro que la mantiene superviviente. ¿Será posible tamaña desgracia acumulada en un solo cuerpo?)