El invocado acuerdo del MERCOSUR con el MERCADO COMUN EUROPEO, anunciado por el mismo presidente MACRI casi al borde de las lágrimas, aparece más como un anuncio con intereses electorales que como un logro de integración comercial.
En efecto, el llamado “Acuerdo de Asociación Estratégica”, deberá en ambos extremos contar con aprobación legislativa, lo que está muy lejos de ser un camino fácil o accesible.
De hecho en Argentina el oficialismo gobernante no tiene mayoría parlamentaria y se avizora que tenga menos aún el año 2020, de acuerdo a las proyecciones electorales del próximo Octubre de 2019.
En Europa en tanto, cada estado miembro deberá obtener de sus respectivos parlamentos la aprobación de lo convenido, cuya letra chica se desconoce, si es que ya estuviera redactada.
Pero para darnos cuenta de la inconveniencia de esa negociación que llevaba dos décadas de tratamiento –sus orígenes datan de los años noventa durante el gobierno de La Rata (*)– alcanza con conocer solamente la letra grande, que muestra desde el inicio la desventaja para los países sudamericanos.
Importar bienes industrializados que tienen alto valor agregado por ese proceso de transformación, y exportar bienes primarios sin valor agregado alguno, es una actividad absurda que genera déficit en las balanzas comerciales de los países exportadores de granos y carnes.
La patética pantomima de filmar frascos de miel en Japón como la panacea del resurgir macroeconómico fue una muestra clara de lo que exponemos. En resumen se venden productos sin elaborar y se compran productos elaborados: a la diferencia en menos –para que no se entienda precisamente- se le llama relación adversa de los términos del intercambio, que en criollo es vender barato y comprar caro.
Lo que se pretende imponernos así, beneficiará únicamente a la elite gobernante ligada al agro negocio –los panzones de la Sociedad Rural y los privilegiados de la pampa húmeda- y a las multinacionales que les venden los insumos cancerígenos, que aumentarán considerablemente sus ventas.
Todos los otros segmentos de la actividad interna del País –salvo contadísimas excepciones- se verán afectados por el ingreso sin protección arancelaria de todo tipo de productos europeos de mayor calidad, de industrias europeas que se hicieron fuertes a base de proteccionismo y que ahora pregonan las economías abiertas luego de haberse industrializado cerrando las suyas.
Sólo para dar una somera idea de la inconveniencia de ese sistema, se debe reparar que el 68% de las importaciones que los países del MERCOSUR llevan a cabo, corresponden a productos de alto valor agregado; y el 63% de las exportaciones que se hacen a Europa, son bienes primarios sin valor agregado.
En Alemania por ejemplo se acaba de sancionar una disposición federal, por la cual el gobierno puede investigar y vetar incluso compras hechas fuera del mercado común, como modo de proteger sus industrias estratégicas, con lo que la pregonada economía abierta y la libertad de mercados es según la cara del cliente, en este caso el idiota cliente MERCOSUR.
El mercado interno alemán –como ejemplo claro de la idiotez que se menciona- no se rige por la famosa libre competencia, sino que se basa en economía social de mercado, con criterios de cooperación y consenso. El 95% de las empresas son mittelstand (pequeñas y medianas), y sólo el 5% restante es multinacional.
En ese contexto los sindicatos están representados en las juntas directivas de las compañías, votando las decisiones estratégicas de inversión, producción y salarios, no hay latifundios, y mientras en nuestro territorio las multinacionales son dueñas del 68% de las exportaciones, en Alemania esas empresas detentan el 63% de ese segmento.
En el año 2010 el gobierno argentino había retomado las negociaciones para intentar celebrar un acuerdo marco, el que no avanzó en tanto la Unión Europea requería la firma del mismo sin tener en cuenta las asimetrías de las economías, es decir en las desigualdades existentes entre países industrializados –como Alemania- y los que no lo son- como Argentina-.
Ahora esa falta de simetría –asimetría- no ha sido tenida en cuenta y de antemano se asume el alarmante costo social y económico que acarreará ese esquema al ya deteriorado mercado interno nacional, que no podrá competir con economías mucho más desarrolladas y que se rigen con otras reglas proteccionistas que pasarán por encima a las nuestras, pregonando la libertad de mercados que ellos mismos no practican.
Por eso el exabrupto sin tapujos de un exportador de materias primas claramente beneficiado con ese acuerdo (Gustavo GROBOCOPATEL) que con total impunidad dijo: “Hay que permitir que haya sectores que desaparezcan”, entre los cuales, obviamente, no estará el suyo, lo que pinta muy claramente las nefastas consecuencias que traerá semejante resignación de soberanía económica.
(*) Presidente constitucional de Argentina 1989-1999