Mi Nona era una difunta ilustre en el pueblo y tenían que rendirle los honores póstumos.
Entre los amigos siempre están los invitados fijos a ciertos eventos, tal es el caso de mi amigo Miguelito, que me tiene agendado para su aniversarios anual y otro fijo irremplazable, que es José (el judío converso) y los consabidos parientes que no permiten estar ausentes, toda vez que Miguel se juega opíparamente en el mencionado acontecimiento. Para él, su cumpleaños es el último (por si las moscas), ya que nadie sabe el minuto final de cada existencia. Miguel toma los recaudos, a los efectos de la prevención que le dicen; dando como cuestión de sabiduría la razón de que en este mundo estamos prestados por un rato, cualesquiera fuera la situación personal del sujeto y sus condiciones reales de salud. Miguel machaca de que la salud es un bien aleatorio y más que cuidarla, hay que alentarla con manjares, no vaya a ser que se retobe.
Para dar prueba de ello, principió la conversación José (el converso), recién llegado del sepelio de su Nona Ana, en Jáchal, localidad de la ciudad de San Juan:
((San José de Jáchal es una ciudad argentina, ubicada en el centro norte de la provincia de San Juan, en el centro oeste del oasis agrícola del Valle de Jáchal, en la margen derecha del Río Jáchal, al norte de la ciudad de San Juan.
Es la ciudad cabecera, sitio de asiento de autoridades gubernamentales y centro administrativo e institucional del departamento Jáchal. Es también una de las principales ciudades de la provincia de San Juan, ocupando el 5º puesto (teniendo en cuenta la carga poblacional) entre las ciudades de mayor importancia.
Es núcleo de una importante región agrícola y minera por excelencia del norte sanjuanino.
Su principal vía de comunicación es la RN 150, cuya ruta la convertiría en una localidad componente del futuro corredor biocéanico, tras la construcción de un túnel en el Paso de Agua Negra, conectándola con el centro del país y los puertos de Coquimbo en Chile y Porto Alegre en Brasil.
Se caracteriza por poseer un estilo colonial en sus edificaciones y en el aspecto urbano)).
Lo único a remarcar es que el Jáchalero se siente distinto al sanjuanino, como si pertenecieran a un territorio separado de la marcación provincial…
“Huevón, fue un velorio espectacular, porque mi Nona era muy conocida y cada vez que, por esos territorios se muere alguien, es un acontecimiento extra, adonde concurre todo el pueblo.” “Huevón, yo me arrimaba al cajón de mi Nona, y había como cuatro viejas llorando, lo que me brotaba a pensar ¡Qué querida era mi Nona!”
Después me explicaron que en realidad la acción respondía a una costumbre parroquial, de lloronas profesionales, que visitan los sepelios del pueblo, colaborando con sus lagrimones en el armado del acontecimiento sepulcral, para que la cosa parezca más auténtica y dramática, como si la muerte fuera cosa de otro mundo. “Huevón (insistiendo con el apelativo cuyano), el licor y las bebidas fuertes, iban y venían por el corredor del difunto, para tratar de hacer más llevadera la noche de los muertos.” La cosa se complicó cuando eligieron al familiar, que por orden jerárquico se tenía que quedar con el cajón, cuando el resto se retiró y cual no será mi suerte “huevón”, me tocó a mí que estaba pasado de cansancio.
A la hora del cortejo y de agarrar las manijas, los hombres seleccionados, eran adultos mayores (bien mayores), de manera que ya me olí que iba a tener que sudar como testigo falso en la canícula Jaschaleña, y cual no fue mi sorpresa que el “huevón” del coche fúnebre, no reparaba en las manijas que lastiman las manos y cuando nos arrimábamos al coche, el maldito aceleraba y mi cabeza se quebraba en maldiciones. “Huevón” pará que ya no doy más con las manitas (con las gigantescas manos de José, acorde con sus 2mt. de altura). Después, también, me explicaron que era cuestión de la categoría del muerto. Mi Nona era una difunta ilustre en el pueblo y tenían que rendirle los honores póstumos. Otro tanto iba a suceder en el cementerio, cuando no fue mi sorpresa, tuvimos que repechar el cajón un para de cuadras adentro. No conforme, agarraron el nicho a martillazos para acomodarlo a las dimensiones del cajón. A esta altura, quería hacerme humo del compromiso.
Interrumpí vehemente: “Bueno/bueno se acabaron los muertos, llegó el momento de recobrar el festejo y arranquemos con los brindis”. El homenajeado se merecía recuperar su fiesta, a pesar del dolor experimentado por su amigo José en el viaje a San Juan. La cosa se reconcentró en el patio cervecero y empezaron a libar para recuperar el tiempo perdido. Me tocó, como vigilante de esquina, reorganizar la reunión y trinar algunas melodías hasta que los comensales me hagan callar, lo que sucede muy rápidamente.