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domingo, noviembre 24, 2024

El embrujo universal de la Revolución de Octubre

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Las repercusiones de la revolución rusa fueron de alcance universal.

La Rusia de Lenin es un símbolo, canaliza pasiones e ideas, Octubre cautiva la imaginación de los hombres de aquél tiempo, el siglo XX se inaugura bajo esta luz deslumbrante en la que muchos de estos ven una ruptura decisiva y beneficiosa con el capitalismo, Octubre de 1917 pone en el orden del día, la lucha de clases y la revolución

Rusia era Europa, pero era también ajena a Europa, e incluso opuesta a ella. Si hacia 1900 era el menos desarrollado de los grandes países europeos, era al propio tiempo, la parte más desarrollada, industrializada o modernizada del mundo no europeo (en vísperas de la primera guerra mundial estaba avanzando en la misma dirección que occidente, sus industrias se desarrollaban, sus ferrocarriles se extendían, sus exportaciones alcanzaban un valor casi igual a la mitad de las exportaciones de EEUU). La revolución podía ganar simpatía de la izquierda de Europa, porque reforzaba la vieja oposición socialista europea al capitalismo. Suscitaba el interés de pueblos sometidos de otros continentes, porque también denunciaba el imperialismo (es decir la posesión de colonias por los europeos), y al afirmar que el imperialismo es la fase superior del capitalismo, sostenía que había que derribarlos juntos.

Lenin aceptaba las ideas básicas de Marx: que el capitalismo explotaba a los obreros, que necesariamente producía y precedía al socialismo, que la historia estaba predeterminada lógicamente, que la lucha de clases era la ley de la sociedad, que las formas existentes de religión, de gobierno, de filosofía y de costumbres eran armas en la lucha de clases. Pero Lenin desarrolló y transformó en un elemento de primer orden del marxismo ciertas teorías del imperialismo y del desigual desarrollo del capitalismo, que habían sido propuestas solo en términos generales por Marx y Engels. En la interpretación marxista-leninista, el imperialismo era exclusivamente un producto del capitalismo monopolista, es decir en su etapa de grandes negocios, en su superior y última fase, que se desarrolla en diferentes modos y en diferentes momentos en cada país. El capitalismo monopolista tiene que exportar su capital excedente e invertirlos en áreas subdesarrolladas, en busca de mayores beneficios. El incesante afán de colonias y de mercados en un mundo ya casi completamente repartido conduce, de un modo inevitable, a guerras internacionales imperialistas para la redistribución de las colonias, así como a la intensificación de las luchas nacionales de las colonias por su independencia; unas y otras facilitan nuevas oportunidades revolucionarias al proletariado.

Cuando las personas moderadas, por lo general atentas sólo a sus propios asuntos, llegan a la conclusión de que la situación sólo puede resolverse por la fuerza, es cuando la revolución se convierte en una posibilidad política.

Los Bolcheviques percibieron este cambio en la situación de las masas y adaptaron su programa a lo que parecían querer los elementos más levantiscos del pueblo revolucionario. Lenin se concentró en cuatro puntos: primero, la paz inmediata con las potencias centrales; segundo, redistribución de la tierra a los campesinos; tercero, entrega de las fabricas, de las minas y de otras instalaciones industriales de los capitalistas a los comités de obreros de cada entidad; y cuarto, reconocimiento de los soviets como poder supremo, en lugar del gobierno provisional. Lenin era un táctico flexible y audaz; y su programa de 1917 estaba dictado por la situación inmediata de Rusia, más que por consideraciones de marxismo teórico. Lo que se necesitaba era conquistar a los soldados, a los campesinos y a los obreros, prometiéndoles Paz, Tierra y Pan. Con este programa, y mediante infiltraciones y estratagemas parlamentarias, a la vez que por su exactitud como profetas políticos- al predecir la contrarrevolución de Kornilov y al desenmascarar la tendencia de los liberales moderados a apoyarla-, los bolcheviques alcanzaron una mayoría en los soviets de Petrogrado y en los soviets de todo el país.

Lenin lanzó inmediatamente la consigna ¡Todo el poder para los Soviets!, para aplastar a Kerensky y para anticipar la inmediata Asamblea constituyente. Kerensky para ampliar la base en la que se apoyaba, e incapaz de esperar la Asamblea Constituyente, convocó una especie de pre-parlamento, Lenin y los bolcheviques se lo boicotearon; y en su lugar convocaron a un Congreso de los Soviets de toda Rusia.

Lenin consideraba ahora que había llegado el momento de tomar el poder, (es bueno recordar que también los bolcheviques estaban divididos, pues algunos como Kamenev y Zinoniev, se oponían a la operación), Lenin estaba respaldado por una mayoría del comité central del partido. Las tropas de guarnición de Petrogrado votaron por el apoyo a los soviets, que los bolcheviques controlaban ahora. En la noche entre el 6 y7 de noviembre de 1917, los bolcheviques se apoderaron de la oficina central de teléfonos, de las estaciones de ferrocarril y de las instalaciones de energía eléctrica de la ciudad. Un barco de guerra apuntó sus cañones hacia el palacio de invierno, en el que se hallaba reunido el gobierno de Kerensky. El congreso de los soviets, declaró depuesto al gobierno provisional, y nombró en su lugar, un consejo de comisarios del pueblo, cuyo presidente fue Lenin, Trotsky fue nombrado comisario para asuntos exteriores, y Stalin comisario para las nacionalidades.

En el congreso de los soviets Lenin introdujo dos resoluciones. Una exhortaba a los gobiernos beligerantes a negociar una “paz democrática justa, sin anexiones ni indemnizaciones”; la segunda abolía inmediatamente y sin compensación “toda la propiedad de la tierra”, los millones de acres pertenecientes a las grandes haciendas que ahora se expropiaban venía a proporcionar una base de apoyo campesina al nuevo régimen, sin la que este difícilmente hubiera podido sobrevivir.

La historia no es un devenido sino un devenir y en este sentido vale precisar que “la mayoría de las revoluciones que han ocurrido y triunfado, empezaron con ‘acontecimientos’ más que como producciones planeadas. A veces crecieron rápida e inesperadamente a partir de lo que parecían normales manifestaciones de masas; otras, a partir de la resistencia frente a las acciones de sus enemigos, y a veces de otras maneras, pero raramente- si es que alguna vez a sucedido-adoptaron la forma esperada por los movimientos revolucionarios organizados aún cuando estos hubieran predicho el inminente estallido de la revolución. Esta es la razón por la que la prueba de la talla de los revolucionarios ha sido siempre su capacidad de descubrir las características nuevas e inesperadas de las situaciones revolucionarias y de adaptar sus tácticas a las mismas”. [i]

A partir de Octubre, y los bolcheviques, la revolución adopta un papel inédito. Ya no enarbola el estandarte de la burguesía, sino el de la clase obrera. Al menos bajo esta proclama avanza, como realización de la demostración marxista de la caída de la burguesía y el capitalismo.

Pero el poder de Octubre sobre el imaginario colectivo, se debe en parte a la puesta nuevamente sobre la mesa, de la más poderosa representación política de la democracia moderna: la idea revolucionaria, ¿porque es tan fascinante la revolución? Es la afirmación de la voluntad en la historia, la invención del hombre por sí mismo, figura por excelencia de la autonomía del individuo democrático.

Es cierto que Lenin hace la revolución de Octubre en nombre de Marx en el menos capitalista de los grandes países de Europa. Pero a la inversa, esta contradicción entre la fe en la omnipotencia de la acción y la idea de las leyes de la historia bien puede ser lo que le da a Octubre de 1917 parte de su influencia sobre los hombres, al culto de la voluntad, pasado por el filtro del populismo ruso, añade Lenin las certidumbres de la ciencia tomadas del capital.

La derrota transitoria de esta experiencia histórica ha sido acompañada de las necesarias autocríticas y también de negadores desgarramientos y flagelaciones, porque lo sabemos; cuando los procesos vienen adornados con el encanto irresistible de la victoria, suelen estar acompañados de anteojeras que no permiten ver y justifican errores, desviaciones y hasta claudicaciones; los reveses por su parte llegan en muchas ocasiones con su carga de frustración y negaciones absolutas.

Hemos mantenido en altos las banderas en tiempos de derrotas, sabemos de las dificultades de ser revolucionarios en tiempos de no revolución, pero ante el nuevo escenario mundial, recuperemos en nuestro arsenal ideológico el convencimiento de ser portadores de la razón histórica- el advenimiento de una sociedad de productores libres-y herederos de aquellos revolucionarios, que abrieron una nueva época en la historia de la humanidad y que inauguró la revolución de Octubre.

[i] Revolucionarios, Eric Hobsbawm Pág. 131, ed. Crítica Barcelona, 2000.

– Fuente: El revés de la trama

1 COMENTARIO

  1. Por eso, Lenín fue leninista
    Hola Leo.

    Como no nos vemos las caras desde una buena punta de meses, escribo estas líneas como un intercambio de ideas entre camaradas que no se frecuentan, más que a modo de una polémica «ilustrada»… -al menos, espero que lo comprendás así o que me haga entender de esa forma.

    Es sabida mi postura general ante lo que en términos discutibles y globales, se podría denominar «leninismo», que en parte se diferencia, también en palabras muy amplias y gruesas…, de cierto «marxismo» (el leninismo, para mí, se desprendió de una fracción del «marxismo», que se había comenzado a articular en tanto que tal, en vida del mismo Heinrich y con el cual, Marx, no estaba de acuerdo -de ahí su famosa sentencia de «si eso es ´marxismo´, entonces yo no soy marxista»).

    Precisamente, el leninismo, con Il´ich a la cabeza, es leninista y no marxista, aunque sea escandaloso y suene a «revisionismo». En el fondo, Lenin y los primeros «marxistas» (como Aveling, Laura, Bebel, Mehring, Lafargue, etc.), fueron los primeros «revisionistas» de la obra conocida en ese tiempo, del amigo de Engels, porque se sabe que hasta el mismo educado empresario de Manchester, ignoraba la existencia de escritos de su admirador, tales como los Grundrisse o los Manuscritos de París.

    El caso de Lenin era peor. NO ES GENUINO que él haya leído tempranamente a Marx.

    Principió por discutir con Plekhanov, entre otros. Mal comienzo.

    Luego, abrió textos de Engels y no lo más recomendables. Mal principio.

    Después, leyó a Hegel. Mal comienzo.

    Luego de todas estas mediatizaciones, consultó a Marx y pasó de El Manifiesto del Partido Comunista al volumen I de El capital, casi sin transición alguna.

    Con ese recorrido del pensamiento del nacido en Tréveris, NO SE PUEDE TENER UNA VISIÓN COMPLEJA DE ÉL y se cae NECESARIAMENTE, en simplificaciones excesivas.

    Y termino con otra afirmación escandalosa y heterodoxa: Marx SIGUE SIENDO UN DESCONOCIDO, puesto que ni los militantes lo estudian ni los que se oponen a él.

    Es más; un proyecto de edición de hace casi unos 10 ó 15 lustros de alrededor de 140 obras de él y su amigo, no se concretó NUNCA. Por ende, ignoramos a Marx iniciado ya el Siglo XXI… Lo que sabemos es una fracción de su pensamiento. Es directamente, inimaginable, lo que nos pueden deparar las décadas postreras o la centuria que viene, con la edición completa de sus textos.

    Así que Lenin, fue un intérprete del yerno de von Westphalen y muchas veces, no de los más dichosos. Y en la mayoría de las ocasiones, no de los más recomendables para seguir y reivindicar.

    Creo que hay que dejar que Marx hable SIN Lenin, el leninismo -Trotsky, Stalin, Mao, Guevara-, el marxismo al que aludí, el sovietismo, el bolchevismo, el menchevismo y sin lo que hizo de él, TODO el Siglo XX. Es imprescindible, leer a Marx SIN MEDIACIONES; ni siquiera, la de Engels.

    Ya es tiempo…

    Me voy difuminando, como el gato de Alicia en el país de las maravillas, con una sonrisa afectuosa, a pesar que no estemos de acuerdo (porque es evidente, que no lo estamos -pero en las divergencias, es ineludible aprender a construir y a recibir, con hospitalidad…, al otro).

    Un abrazo sincero (y no sincericida…).

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