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jueves, octubre 10, 2024

El eterno miedo al ridículo

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Aparentemente el temor al bochorno social no tiene edades precisas, no tiene fronteras etarias, aunque se la registre con más fuerza en la adolescencia. Unidas por líneas sensibles, son emociones muy asociadas entre sí y casi familiares, tales como el miedo/la vergüenza y la culpa, distinguidas como desestabilizadoras de las personas. La vergüenza es una emoción que nos descubre las limitaciones propias.

El miedo es una emoción de alerta, el aviso de una situación de peligro. La culpa es un sentimiento que generado por daños causados y que representa un autocastigo. Cada una tiene su desarrollo en los primeros años de vida, constituyendo diferentes etapas de madurez.

Antonia, la “Gallega” para todos, y la “tuerta” para lo más íntimos, llegada a la ancianidad, se recluyó en la intimidad. No quería que la vieran sus vecinos e incluso le disparaba al espejo, porque no aceptaba su rostro envejecido. La cara, es un testigo cruel de los años reales, que no se puede fingir ni con la más delicada cirugía; según afirma La Psicología: No es que tenga un cuerpo, sino que uno es un cuerpo. No es que tenga emociones, sino que uno es las emociones que siente. No es que tenga una manera de pensar, sino que uno es su manera de pensar. Antonia, la “Gallega” se consumió en su propia desesperación de no querer verse vieja y sólo aceptó la compañía, en esas cuatro paredes (del oscuro cuarto) de sus hijos y nietos. Ya en el cajón mortuorio, su nieta Paula, le dio algunos retoques de cosmética cadavérica, para que descanse en paz.

El cuerpo, fundamentalmente el rostro, es nuestra carta de presentación ante la sociedad y los otros. Según demuestran los hechos, el mismo se constituye en el registro cultural (simbólico) de mayor importancia al paso de las circunstancias. Nadie quiere ser el más feo del grupo y lucha por esta, imprescindible, aceptación. Quizá otros valores humanos, no sean tan vitales como el de la apariencia física, en la escala de las preferencias y estén muy relegados en las prioridades de la Axiología humana. Nadie duda de la importancia que le damos a nuestra apariencia física en nuestras relaciones interpersonales, incluso, en relación con nuestra autoestima. Precisamente, en nuestra imagen personal, se juega nuestra autoestima.

Las personas con un físico atractivo son más apoyadas socialmente. Es habitual que se encuentren mejor adaptadas al medio en que viven, resulten más deseables para los demás, que produzcan una mejor impresión inicial y que sean percibidas como más competentes, más sanas e incluso menos propensas a desarrollar enfermedades mentales. No nos olvidemos de su éxito en el aspecto amoroso. El atractivo físico es fuente de influencias sociales, que casi siempre operan a favor de la persona que cumple los cánones de belleza. El atractivo también favorece el acceso a diversos escenarios sociales y profesionales: la política, la TV y el cine, la moda y la publicidad, las relaciones públicas. Una persona “bella” es normalmente considerada más exitosa y con mayores habilidades sociales, más ambiciosa y competente.

El otro plano

Los cuadros psicológicos (específicamente la neurosis obsesiva) nos dan otra mirada de la situación del comportamiento humano, aquél caracterizado por repeticiones mecánicas cual verdaderas “máquinas vivientes”. Si bien la preocupación de la imagen personal (el de la coquetería moderna) tiene mucho que ver con el rasgo histérico, también lo es con la compulsión obsesiva y el detallismo intenso como el de su deterioro de la atención. Es la típica persona acotada a la repetición de sus hábitos (el más recurrente es el lavado compulsivo) y en continua rigidez de su tensión. Totalmente distanciados de la flexibilidad y de la amplitud de criterio, cercano a la vergüenza y los prejuicios heredados de la crianza conservadora. ¿Quién educa para ser libre?

Quizá sean representados con mayor tipicidad en la rutina intensiva o en el trabajo técnico, en realidad constituyen grotescas intensificaciones de actos rutinarios, programados cuidadosa y laboriosamente. Esto significa que el obsesivo-compulsivo tiene su libertad y autonomía muy reducida, sin lugar para la espontaneidad y el goce (presiones imperativas). Conectando el principio con este final y el pánico de estos caracteres por perder la compostura (perder el control), no me extraña la inseguridad de la época de estar sometido al espanto del ridículo. Cuántas flechas al corazón de la rigidez, habrá que lanzar para que la Humanidad reencauce su iniciativa y reoriente la felicidad de vivir, antes de que el ridículo nos condicione hasta la muerte.

– Foto de portada: La dama frente al espejo
Siemprefeliz.com

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