El reseñista y editor Guillermo Belcore ha publicado en el blog de la librería Eterna Cadencia * un post comentando el último libro de Eric Hobsbawm, Cómo cambiar el mundo.
Allí Belcore “corre por derecha” al historiador: como Hobsbawm reivindica a un “Marx expurgado”, él directamente lo descalifica -a Marx- porque habría engendrado, desde su teoría, atrocidades totalitarias como el gulag stalinista o una guerrilla peruana.
Además de señalar erróneamente a Marx sólo como “un pensador” (o teórico) -él fue un activo organizador político, de la Liga de los Comunistas, luego I Internacional-, la equivocación de Belcore es casi “elemental”: repetir el clisé de que “la teoría de Marx lleva al gulag”. Si esto fuera efectivamente así, sería bueno que lo señalara y explicara, en vez de repetir cosas indemostrables: Belcore debería poner los fragmentos textuales de Marx que dirían que la revolución debe quedar encerrada en un territorio nacional; que hay que eliminar a los adversarios políticos y a todo tipo de descontentos que defienden la revolución por medio de campos de concentración, y que el socialismo se construye con un fuerte aparato estatal que rija por sobre el conjunto de la vida social, por ejemplo.
El gulag, la degeneración stalinista y su versión china, el maoísmo, Sendero Luminoso, no son “productos legítimos de las ideas de Marx”; sino fenómenos surgidos de una cantidad más -nada desdeñables- de factores: para el stalinismo y el gulag, es el fracaso de la revolución europea, especialmente en Alemania, en Italia –recordar el “bienio rojo” y los consejos obreros de fábrica-, Inglaterra -con la finalmente fracasada huelga general de 1926- y por otros lares, como en China, con su segunda revolución también fracasada, de 1925-’27 (y además de esto hay que contemplar las contradicciones internas de Rusia al ser un país con poco proletariado, industria y cultura, y con una masa de campesinos -herencia del medioevo-); en el caso del maoísmo, éste surge desde una revolución deformada ya en sus orígenes, dirigida en un momento de gran crisis imperialista -fin de la Segunda Guerra Mundial- y alza de masas contra el Japón, por el partido-ejército de Mao (es decir, surge un Estado obrero deformado, sin soviets/democracia de masas); y en el caso de Sendero Luminoso, surgido en los ’60 -un momento de radicalización política-, tenemos lo mismo: una organización militar-burocrática, ultraizquierdista, alejada de toda estrategia revolucionaria auténtica.
Más en general, me pregunto entonces ¿en nombre de quién podrían haber hablado estos “luchadores” y “dirigentes revolucionarios”? ¿En nombre de Blanqui o Kropotkin? No. Todos tuvieron, ante determinada situación de lucha o revolucionaria, que hablar en nombre de Marx, y no por alguna cuestión de “religión laica”: lo tuvieron que hacer porque les dio alguna clase de “cobertura revolucionaria” y porque, efectivamente, el marxismo -aún en la reivindicación parcial, “expurgada” que quisiera Hosbsbawm- es una crítica furibunda, profunda y científica a la explotación capitalista y propone “pasar a la acción”, organizando la lucha de la clase obrera por la revolución. (Y esto lo digo sin desmedro alguno de la existencia de los “curas tercermundistas” y guerrilleros de los ’60 -cosa por otra parte nada novedosa si observamos las grandes guerras campesinas en la Europa en el siglo XVI, relatadas por Engels, donde los líderes políticos utilizaban máximas de la Biblia como “libro de cabecera”…-.). Belcore se horroriza ante estos falsos revolucionarios -y otros, que eran marxistas en sus orígenes como Stalin o Mao, quien hizo, como muchas guerrillas que lo imitaron, un culto al eclecticismo teórico y político-, pero nada dice acerca del “factor positivo” del marxismo, al haber no sólo inspirado grandes luchas de trabajadores y sectores populares -ya desde el siglo XIX- sino de haberlas hecho triunfar: el ejemplo notable es la Revolución Rusa de octubre de 1917 (y acá se puede tomar en cuenta lo que hay señalado Tariq Alí, discutiendo contra el reaccionario historiador Robert Service: “la escuela de historiadores contrafactuales no discute casi nunca lo que hubiera pasado si hubieran triunfado los Generales Kornilov, Denikin y Yudenich en lugar de Lenin y Trotsky. Una cosa es virtualmente segura: puesto que la revolución se presentó como la obra de los judíos-bolcheviques, una ola de progroms hubiera diezmado a los judíos”).
Además, hablar de “totalitarismos” de derecha e/o “izquierda” es una “tesis” completamente vieja y perimida, escrita hace ya más de 40 años por François Furet (tema también desarrollado por otros autores como Raymond Aron, Hannah Arendt y empleada aún antes, en la década de 1920 por los fascistas italianos para autodescribirse, y también por Leo Löwental, Hilferding y Franz Neumann –cada uno/a con su propio aparato conceptual y filosófico, y con determinado fin político; ninguno de los cuales compartimos pero que son seriamente explicados/desarrollados-) y que Belcore adopta mal y superficialmente; insistir hoy en que Lenin y Stalin “son lo mismo”, o que “el gulag es producto legítimo de la teoría de Marx” no se sostiene sino por el capricho ideológico –e infantil- de reclamar para el presente una “rebelión no marxista”. Con este mismo criterio se podría entonces decir que Abraham Lincoln, primer presidente por el Partido Republicano y líder de la Guerra de Secesión ¡es el padre de Guantánamo! ¿A alguien se le ocurriría decir que Lincoln –quien fue saludado por Marx y la I Internacional durante la guerra contra los esclavistas del sur- es un genocida o “padre intelectual” de las atrocidades del imperialismo en el mundo colonial durante el siglo XX, de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki? Basta hacer esta pregunta para demostrar la inconsistencia de la posición que repite –sin originalidad alguna- Belcore.
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Belcore incluso podría decir: “Bueno, saquemos por el momento a Mao, Stalin y Sendero Luminoso; díganme ahora por qué Trotsky hizo lo que hizo. Él y Lenin fusilaron gente…”, etc., etc., etc. Trotsky, asumiendo el papel de dirigente de la primera revolución obrera triunfante en la historia, escribía en Su moral y la nuestra: “No insistamos aquí en que el decreto de 1919 muy probablemente no provocó el fusilamiento de parientes de oficiales, cuya traición no sólo costaba pérdidas humanas innumerables, sino que amenazaba llevar directamente la revolución a su ruina. En el fondo, no se trata de eso. Si la revolución hubiera manifestado desde el principio menos inútil generosidad, centenares de miles de vidas habríanse ahorrado en lo que siguió. Sea lo que fuere, yo asumo la entera responsabilidad del decreto de 1919. Fue una medida necesaria en la lucha contra los opresores. Este decreto, como toda la guerra civil, que podríamos también llamar con justicia ‘una repugnante barbarie’, no tiene más justificación que el objeto histórico de la lucha.
Dejemos a Emil Ludwig y a sus semejantes la tarea de pintarnos retratos de Abraham Lincoln, adornados con alitas color de rosa. La importancia de Lincoln reside en que para alcanzar el gran objetivo histórico asignado para el desarrollo del joven pueblo norteamericano, no retrocedió ante las medidas más rigurosas, cuando ellas fueron necesarias. La cuestión ni siquiera reside en saber cuál de los beligerantes sufrió o infligió el mayor número de víctimas. La historia tiene un patrón diferente para medir las crueldades de los surianos y las de los norteños de la Guerra de Secesión. ¡Que eunucos despreciables no vengan a sostener que el esclavista que por medio de la violencia o la astucia encadena a un esclavo es el igual, ante la moral, del esclavo que por la astucia o la violencia rompe sus cadenas!”
Entonces, la clave de la pregunta es ¿qué medios se emplean para qué fines? Porque el marxismo no hace abstracción de la historia y sus clases sociales: no habla de “la violencia” en general, sino que distingue qué clase la emplea. Stalin y Mao ejercieron la violencia para sostener su poder de castas burocráticas encaramadas al Estado -ya no burgués, pero tampoco socialista-, para detener o congelar la revolución dentro de las fronteras nacionales. Para aterrorizar a nivel de masas y eliminar física (e incluso política y moralmente) a sus enemigos –todo esto está muy bien explicado, por ejemplo, en el libro El caso León Trotsky, donde se recuperan las audiencias del “contraproceso mexicano” con el filósofo y pedagogo John Dewey como presidente, donde Trotsky responde a la ignominiosa farsa de los Juicios de Moscú-.
Más allá de estas cuestiones específicas, Belcore pareciera querer obviar -¡nada menos!- que siglos y siglos de lucha de clases: de clases populares contra dominantes… y los booms y crisis económicas -como “factor objetivo actuante”-, y la acción de los Estados, partidos y políticos burgueses en el “terreno subjetivo-político”, para reducir brutalmente la lucha de clases moderna (burguesía-proletariado) a un clisé: “gulag y guerrillas ultras son hijos legítimos de Marx”. Ni siquiera tiene en cuenta al trotskismo (mire Belcore que Hauser y Viñas no alcanzan para estas “discusiones marxistas”…), la única corriente consecuente que luchó con métodos y objetivos revolucionarios contra el stalinismo y demás variantes burocráticas dentro del movimiento obrero, contra el fascismo y el imperialismo, y que fue la única corriente que tenía un plan económico, político y social alternativo y coherente (Leopold Trepper dixit) al del stalinismo en la URSS y los países del este europeo. Un stalinismo que terminó hundiéndose, y hundiendo al Estado obrero, en 1989-’91; hecho que permitió que se extendiera la etapa de “restauración” burguesa o neoliberal que aún padecemos.
– Demian Paredes – Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx
* Vuelve Marx, ¿o nunca se fue?
En un ángulo privilegiado de la Biblioteca Número Tres, atesoro los libros que atañen a la gran religión laica de la modernidad. Tengo ensayos a favor o en contra del marxismo, o bien que aplican el materialismo histórico cómo método de análisis. En esta última categoría, flanqueado por los penetrantes estudios de Arnold Hauser y David Viñas, sobresalen los cuatro clásicos de Eric Hobsbawm: La era de la revolución; La era del capital; La era del Imperio; e Historia del siglo XX. Siento una especial predilección por estos tomitos de la editorial Crítica, bastante ajados por el uso; el examen de las clases sociales que han batallado en el mundo contemporáneo me parece esclarecedor.
Hasta donde yo sé, Hobsbawm no ha escrito nada más a la altura de estos textos eminentes. Pero de cuando en cuando, el historiador inglés y escolástico marxista, nacido en Centroeuropa en 1917 (el año de la revolución rusa, justamente), me aguijonea con alguna idea novedosa. Es lo que sentí al concluir Cómo cambiar el mundo (Crítica, 427 páginas, edición 2011), una recopilación de textos desparejos que hacen un gran esfuerzos por convencernos de que Marx fue un gran pensador y de que sus enseñanzas son aún hoy políticamente deseables.
El volumen reúne prólogos, capítulos de libros, conferencias, artículos periodísticos y un par de escritos inéditos, forjados durante los últimos cincuenta años. Básicamente, el contenido trabaja cuatro temáticas: a) análisis de las obras canónicas de Marx y Engels (tremendamente aburrido); b) estudio del impacto del marxismo en la cultura y la política entre 1880 y 2000 (impecable sólo por momentos); c) una reivindicación de Gramsci (inspiradora, ya volveré sobre el tema algún día); d) la enunciación de una profecía. Dicha predicción, aunque argumentada de manera insuficiente por Hobsbawm, es la que me gustaría compartir con los amigos y amigas de este blog.
El autor profetiza sin rodeos: “Marx es y será, otra vez y más que nunca, un pensador del siglo XXI“. Y después se explica en el primero y en el último de los ensayos: La globalización es asombrosamente parecida al mundo anticipado en el Manifiesto comunista. Ha aparecido un nuevo elemento de catástrofe en el ciclo de la economía capitalista, por lo que olvídense de las tonterías de Fukuyama: la visión de Marx del capitalismo como modalidad temporal no ha perdido vigencia. Mientras tanto, la lucha de clases continúa, tanto si están respaldada por ideologías políticas como si no. Expurgado de leninismo, trotskismo, maoísmo y otras lacras, el Marx del siglo XXI será, “sin lugar a dudas”, muy distinto al Marx del siglo XX. Es decir, deben plantearse las preguntas de Marx aunque no se quieran aceptar las diferentes respuestas de sus discípulos.
Interesante, ¿no? Una visión global del mundo, que todo lo abarca, y que llegó a convertirse en el equivalente laico de la teología, se resiste a morir. Hobsbawn, representante de la vieja guardia del marxismo que abomina de las ’Nuevas Izquierdas’, viene a ser algo así como los cardenales del Vaticano. Propone la más pura ortodoxia. Mi opinión es que su pensamiento adolece de un vicio fundamental: elude lo que Marx ha provocado en el mundo real. Lo decisivo, sostenía Nietzsche, no es la idea en sí, sino lo que es capaz de generar en cada hombre. Y el marxismo engendró el gulag, a Stalin, a Pol Pot, a Sendero Luminoso. ¿O acaso no existe ninguna relación entre uno y otro fenómeno? ¿Realmente Marx no implica Lenin? ¿No deberían explorarse ahora formas de rebelión no marxistas?
Cierro con un datito curioso. Hobsbawm desdeña al peronismo. Afirma que su ideología es “básicamente la lealtad a un general demagogo”.
– Guillermo Belcore – Eterna cadencia
El gulag, la degeneración stalinista y su versión china no son producto de las ideas de Marx
Interesante artìculo, provocador y sobre un tema muy actual. Esperaba leer muchos comentarios acerca de èl antes de emitir el mìo, pero como no apareciò nadie, lo lo hago ahora.
Coincido con Belcore que el marxismo lleva al totalitarismo. Sin embargo, mis argumentos son distintos a los de Belcore.
Las discusiònes sobre Marx resultan dìfìciles porquè en la obra de Marx resulta difìcil o imposible separar lo cientìfico de lo ideològico y los marxistas nunca intentaròn establecer claramente esa separaciòn tampoco. Por ese motivo, las discusiones ocurren como si los que debaten hablaràn dos idiomas distintos.
Mi, modestìsima opiniòn es que el marxismo consta de dos partes: su descripciòn del capitalismo, que es una hipòtesis correcta y cientìfica y su teorìa del comunismo, que es pura ideologìa; o sea, no es cientìfica. Hay pruebas de esto. Por ejemplo, Marx y los marxistas, continuamente pretenden deducir de una norma o un juìcio moral, de la descripciòn de los hechos, de una hipòtesis cientìfica, o de un programa de acciòn. Al hacerlo asì, caèn, repetidamente, en la llamada «falacia naturalista», un error categorial. No contentos con eso, los marxistas tambièn han caìdo en otra falacia, opuesta a la anterior: «la falacia moralista» ; consistente en tomar como premisas de una conclusiòn fàctica lo que era un juìcio de valor o una prescripciòn. Eso los ha llevado a creer que son causas lo que en realidad son razones en favor de una acciòn.
Otro error que comenten los marxistas es su insistencia en establecer una logica de la Historia. De la Logica no se pueden deducir consecuencias fàcticas, o històricas ya que la lògica es una ciencia formal, no tiene vinculaciòn directa alguna con la realidad y una deduciòn lògica, no provee ninguna informaciòn adicional a la contenida en las premisas.
Al señor Paredes y a otros marxistas, igualmente bièn intencionados e inteligentes, hay que hacerle saber que no es Belcore el primero, ni el ùltimo, en descartar el marxismo como instrumento para describir a analizar la realidad. Belcore està en muy buenas compañìas. En efecto, hace unos años, el Partido Comunista chileno, en la voz de Volodia Teitelbaum y el PC Español, en la voz de Santiago Carrillo, en conferencias de prensa, declararòn que renuncian definitivamente al marxismo como instrumento de anàlisis y orientaciòn. Pero eso no es nada, poco despuès y pùblicamente, hizo saber que renuncia al marxismo, nada menos que la Dra. Agnes Heller, tal vez la màs grande estudiosa de Marx del Siglo XX, miembra del partido comunista hùngaro y perseguida por ello.
Yendo a la relaciòn entre marxismo y totalitarismo. Creo que la vinculaciòn entre el marxismo y el totalitarismo existe. La instrumentalizaciòn del marxismo lleva al totalitarismo. Creo tambien que el orìgen de esta vinculaciòn radica en que Marx y los marxistas confunden dos conceptos totalmente distintos: el de Ley Cientìfica y el de Ley Natural. Las leyes cientìficas existen aùn en ausencia de hombres. Son relaciones causa-efecto entre los fenòmenos naturales. Las leyes cientìficas en cambio, son relaciones causa efecto, pero hipotèticas, propuestas por los cientìficos para explicar sus modelos de mundo. Como el mundo real es tremendamente complejo, para estudiarlo, el investigador cientìfico necesariamente, tiene que recurrir a simplificaciones: toma solo una parte pequeña de este mundo, la llama: el «»sistema» , «su» sistema y deja fuera al resto. Sobre èste «sistema», el cientìfico establece un, «su» modelo y solo de èl se ocupa. En aproximaciones posteriores, el cientìfico agrega complejidad a su teorìa, pero lo hace poco a poco y concientemente de que este proceso tendrà un lìmite. Cuando ese lìmite se alcanza, cambia de modelo o lo abandona por otro. O sea, emite otra teorìa.
Los marxistas en cambio, no recorrieròn todo ese proceso, se quedaròn con una plèyade de hipòtesis simplificadoras del modelo de Marx. A estas hipòtesis ue las llamaròn leyes cientìficas y acabaròn creyendo que son leyes naturales. Al final, una vez en el poder, Lenin y los otros marxistas se encontraròn con que lo que pensaban que eran leyes naturales; o sea, de ocurrencia necesaria y obligatoria, no eran tales. Eràn solo hipotesis altamente simplificadas de la realidad. Con esto, todo se les venìa abajo: los obreros no eran tan revolucionaris, los dirigentes no eran santos, los capitalistas no dejaròn de acosarlos, etc. etc.
Asì pues, una vez en el poder, los fundamentalistas marxistas: Lenin, Mao, etc. Se dieròn cuenta de que en el marxismo no estaba todo. Por ejemplo, Marx no dice como administrar una sociedad comunista, dice solo que es buena. Lenin no era ningùn tonto y pronto se diò òn cuenta de que hay una manera, una ùnica manera, de conseguir que las leyes, supuestamente, cientìficas, de Marx se aproximen a lo que ellos creìan era la ley natural: el comunismo, que era lo que ellos querìan, natural o no. Se puede aproximar la ley cientìfica a la natural, eliminando lo que estorba. ¿Y que estorba? ¿Que es lo hace que la ley cientìfica no represente exactamente a lo que vemos en la naturaleza?: la complejidad de lo natural y lo social. ¿Còmo conseguir simplificar lo social, en particular? Desde el punto de vista estrìctamente polìtico, simplificar el mundo social es fàcil: basta eliminar, aniquilar a la oposiciòn a todo enemigo polìtico. Cuando, ademàs, tienes el ejercito de tu parte, eso es doblemente fàcil. Asì es pues, como creo yo que a partir del marxismo se llega al totalitarismo. Si les sirve de consuelo a los marxistas, los neoliberales han y estàn procediendo de exactamente la misma manera. ¿Sus razones ùltimas? las mismas: ajustar la «malcriada» realidad a sus teorìas y no al revès.