Incapaz de hacer autocrítica, pese a sus malas gestiones de gobierno, el Movimiento insiste en definirse como el único que puede gobernar la Argentina.
En el país que sueña el peronismo reina la unanimidad. La unanimidad peronista, desde luego. Porque peronistas somos todos, como dijo el General. «¡Quieren reabrir la grieta!», exclama indignado el peronista apenas oye una crítica, añorando los bellos momentos de unidad nacional que caracterizaron los fines de ciclo peronistas en 1955, 1976 y 2015. Presentar un dato, nunca. Discutir un argumento, jamás. La ideología peronista se basa en imágenes. La Plaza de Mayo colmada del 17 de octubre, que nunca ocurrió. La sidra y el pan dulce expropiados a una empresa o pagados por el Estado entregados por un hada en nombre de la dignificación. Y el vuelo interestelar que iba a unir Anillaco con Tokio. O el tren bala, que terminó incrustado en un andén de Once junto al gobierno que lo prohijó.
Hay muchas ramas en el peronismo. Para todas, la crítica es un ataque y nace del odio, no de la razón. Cinco minutos después de descalificarlas como complot, el peronista promete renovarse. ¿Para qué quieren renovarse, si jamás cometieron un error? Porque los malos gobiernos peronistas -que son todos- no fueron verdaderamente peronistas. Desde que algunos radicales y socialistas apoyaron la Revolución Fusiladora, su acción ensombrece para siempre a sus partidos: criticar al peronismo es avalar los bombardeos de la Plaza de Mayo a pesar de que el golpe del 55 contra Perón lo dieron las mismas Fuerzas Armadas que habían dado el golpe del 43 con Perón. Pero si dirigentes peronistas que fueron intendentes, diputados, senadores, gobernadores y presidentes en las listas del justicialismo, con sello del PJ en la boleta y marcha peronista en cada acto, dejan el país en ruinas después de gobernar 24 de 26 años, el peronismo es inocente. Eran infiltrados, dirá el peronista. Neoliberales, aquéllos. Montoneros, los de más acá.
Los gobiernos peronistas han sido tan buenos que los propios peronistas dicen que no fueron peronistas. Inmediatamente luego de afirmarlo, el peronista verdaderamente peronista dirá que sólo el peronismo puede gobernar la Argentina; como hizo el último gobierno peronista verdadero: el de Isabel Perón; ejemplo de concordia entre los argentinos y gobernabilidad nac&pop.
El peronista es así y lo aprendió de Perón, a quien se le infiltraba medio mundo en el Movimiento y el entorno le manejaba todo, pero después escribía libros sobre el arte de la conducción. El peronista es así y ha inventado dos categorías para correr a quien no comulga con la doctrina oficial de la patria: la de «gorila», que acomuna al que critica al peronismo con el que quiere el hambre del pueblo, y la de «antiperonista«, que nadie sabe qué quiere decir ya. ¿Qué quiere decir «antiperonista»? ¿Criticar al peronismo es ser antiperonista? Si es así, nada más antiperonista que los peronistas, que apenas se abre la interna del PJ corren por las pantallas de TV a acusarse de traidores y de narcos; lo que no deja de ser un progreso respecto de los gloriosos tiempos de Montoneros y la Triple A.
«Nos meten a todos en la misma bolsa», claman los que nunca vieron nada. «Nunca fuimos K», agregan después. Pero fue Menem quien le dio a Néstor los fondos de Santa Cruz para que empezara su campaña. Y fue Duhalde el que le dejó el país, para que Néstor se lo dejara a Cristina. Y fueron los muchachos renovadores los integrantes del elenco ministerial K. «Compañeros, shekendengue, siempre fuimos compañeros»; el viejo tema de Donald merece reemplazar la marcha como himno del peronismo real. Porque durante doce años el FPV y el PJ votaron juntos en el Congreso para que los Kirchner hicieran lo que hicieron y porque siguen unidos en el Club del Helicóptero, firmando juntos el pedido de juicio político a Macri y protegiendo fueros para que ningún compañero vaya preso, faltaba más.
Significativo es que quienes nos recordaban que «los pueblos que olvidan su pasado…» exijan que se hable del futuro. «¡Banelco!», exclaman; pero hasta en el episodio emblemático de la corrupción radical las coimas se las llevaron los senadores justicialistas. Por eso, como no pueden defender la propia honestidad, se esfuerzan tanto en insinuar que todos roban. Cristina, Néstor y Menem, de este lado; De la Rúa, Alfonsín e Illia, del de allá.
Y sobre todo, a como dé lugar, los peronistas menemistas no se van a hacer cargo de las barrabasadas kirchneristas, los peronistas kirchneristas no se van a hacer cargo de las barrabasadas menemistas y los verdaderos peronistas no se van a hacer cargo de las de ninguno de los dos. Ni de ninguna otra cosa. Ni de la barbarie montonera ni de los exilios y las primeras desapariciones que la siguieron; ni del primer gran shock regresivo de nuestra historia, el Rodrigazo 1975; ni del mayor shock regresivo de nuestra historia, el Duhaldazo 2002, en el cual el que depositó dólares recibió papel picado y la pobreza subió 50% en un año; hazaña que en países sin peronismo sólo se logra con un tsunami o una guerra civil.
El peronismo es el inventor de la posverdad. Por eso es autor de leyes sociales que sancionaron otros antes, y que en su caso datan de 1945; es decir, no del peronismo, sino de la dictadura militar de la que surgió. La posverdad decreta también que los días más felices hayan sido peronistas: los primeros años de Perón, Menem y Kirchner, terminados en días más infelices por culpa de la cipaya ley de gravedad, que establece que todo lo que sube sin sustento termina por caer.
El peronismo ha inventado también el cambio sin autocrítica, sin evolución de ideas y a cargo de las autoridades del desastre anterior. Renovación, la llaman. Nació en el balcón de la Semana Santa de 1987 en el que Cafiero salvó la democracia. Se olvidan de que el comandante carapintada Rico era peronista y fue intendente en las listas del justicialismo, y de que es el mismo balcón de las Felices Pascuas. Es que lo que para algunos es una mancha, para otros puede ser un honor. «¡Los 30.000 desaparecidos peronistas!», replican, pero no hay pruebas del número ni de la afiliación. «¡Los 38 muertos de De la Rúa!», retrucan. Pero 25 de los 38 caídos en diciembre de 2001 fueron abatidos en provincias gobernadas por el peronismo. Para no hablar de las más de veinte muertes en los saqueos de 2013, ocurridas en provincias peronistas mientras la presidenta bailaba con Moria Casán. De ellas, no se acuerda nadie. Ni el número se sabe, ya que los ciclos peronistas terminan en tragedias cuyas víctimas no se pueden ni contar.
En el país que sueñan los peronistas sólo ellos pueden gobernar y nadie los critica; como la Argentina entre 1989 y 2015. «Será por algo que la gente vota el peronismo», objetan como único argumento, y están en lo cierto: razones siempre hay. Que esa razón sea que han gobernado bien es otra cosa. Basta ver los distritos donde arrasan: el conurbano devastado, la Patagonia transformada en desierto persistente, el Norte pobre y feudal. «Está en marcha una campaña de desprestigio contra el peronismo», se inflama el peronista, y acierta de nuevo. Pero sus impulsores no somos los tres gatos locos que nos animamos a gritar, como el niño del cuento de Andersen, «¡El rey está desnudo!», sino la oligarquía peronista que prometió acabar con todas las oligarquías y lo hizo mucho peor que todas las demás.
– Por Fernando Iglesias – La Nación