Sobresalieron entre las palabras del Papa su llamado a ser más sensibles ante los más humildes y su rechazo a la legalización del consumo de drogas.
Concluyendo la visita de Francisco a Brasil, el primer viaje internacional del nuevo papa, en una agenda heredada de su predecesor, pero que no podía ser más apropiada para el primer pontífice latinoamericano. A contrapelo del clima adverso, Río de Janeiro y el santuario de Aparecida se mostraron permanentemente inundados por la calidez de centenares de miles de jóvenes con los cuales Jorge Bergoglio supo establecer una comunicación directa, clara y espontánea. Se confirmaron en los hechos las anticipaciones que ya se venían haciendo en Roma, incluso después de su breve y conmovedora visita a la isla de Lampedusa: un estilo desconcertantemente libre, los gestos afectuosos, la particular atención puesta en los enfermos y en los pobres, la despreocupación por el protocolo, el llamado a recuperar la riqueza humana de los jóvenes y de los ancianos (esas dos puntas que no pueden ser excluidas sin dañar de muerte a las sociedades) y la perenne serenidad aun cuando los encargados de la seguridad no lograran contener las efusivas expresiones de afecto de la multitud.
Francisco viajó a Río de Janeiro para celebrar una nueva Jornada Mundial de la Juventud, con el lema de las palabras de Cristo tomadas del evangelio de Mateo: «Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos».
Un capítulo especial en esta visita merece el firme rechazo de Francisco a los proyectos tendientes a legalizar el consumo de drogas, que se están discutiendo en distintos lugares de la región. La condena papal a los mercaderes de la muerte que viven del narcotráfico se produjo, llamativamente, casi al mismo tiempo que, de paso por Montevideo, el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Miguel Insulza, presentó su informe sobre drogas y anticipó que Uruguay se hallaba en condiciones de examinar nuevas políticas respecto de la regulación de la marihuana. En los próximos días, la Cámara de Diputados uruguaya debatiría la posibilidad de regular la producción, distribución y oferta de cannabis para fines medicinales y recreativos.
¿Por qué desconcierta y atrae este papa cuando con lenguaje coloquial propone imitar a Francisco de Asís en su abrazo al leproso, que hoy descubre en los esclavizados por la droga? ¿Por qué resulta tan admirado y molesto cuando reivindica las manifestaciones juveniles de indignación ante la corrupción y el egoísmo de ciertas clases dirigentes, o cuando anima a los cristianos a «hacer lío», a salir a la calle, a no quedar atrapados en los templos de una Iglesia autorreferencial? Probablemente porque a la vez que enciende un ánimo virtuoso y misionero, también cuestiona estructuras obsoletas de una dirigencia religiosa que no pocas veces aparece mezclada con la burocracia, el lujo y las prerrogativas, cuando no con la inmoralidad.
Su mensaje es decididamente religioso y social. En la favela que visitó en Río de Janeiro afirmó que no hay salida «para una sociedad que ignora, margina y abandona en la periferia a una parte de sí misma». Y con la fuerza del pastor que no le teme a la gran tarea emprendida, anima a «no perder la confianza» ni dejar «que la esperanza se apague» porque «la realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar». Esa es su gran apuesta, sin más armas que su fe y sus convicciones, su austeridad, los gestos y palabras, y la decisión de purificar la Iglesia. Llama a trabajar por un mundo más humano y más justo, por una sociedad sensible y atenta frente a los más humildes, que Bergoglio siempre trató con marcado tono personalizado: «Hubiera querido llamar a cada puerta, decir buenos días, pedir un vaso de agua fresca, hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno».
Por otra parte, así como los viajes internacionales de Juan Pablo II comenzaron en México, en enero de 1979,con su primer baño de multitudes, ahora Francisco también inicia su periplo en el continente de mayor presencia cristiana, dispuesto a revertir el escepticismo y el consumismo, al igual que la fuga hacia otras instancias religiosas o seudorreligiosas. Cabe recordar que Brasil es el país con mayor cantidad de católicos, pero el porcentaje de éstos se redujo del 74% a menos del 65% entre 2000 y 2010, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, en tanto que los evangelistas crecieron del 15 al 22 por ciento.
Fue en Río de Janeiro donde tuvo su comienzo el Consejo Episcopal Latinoamericano en el lejano 1955; y fue en el santuario de Aparecida donde en mayo de 2007, precisamente como presidente de la comisión redactora del documento final, Bergoglio cobró relevante protagonismo latinoamericano y se convirtió en figura referencial. En la ocasión, no dejó de manifestar su aprecio y admiración por el papa Benedicto XVI, a quien también saludó en estos días con emoción desde Río de Janeiro.
Este primer viaje internacional del Papa signa su pontificado que, muchos piensan, podrá ser acotado en el tiempo, siguiendo el ejemplo de la revolucionaria renuncia de Joseph Ratzinger, hoy uno de sus privilegiados consultores. ¿Qué continuidad hay entre ellos? Si bien es cierto que cada pontífice aporta su peculiar historia y su percepción social y religiosa, no es poca la continuidad entre los dos papas vivos: la firmeza en condenar los abusos sexuales, la urgencia por reformar la curia romana y por darles transparencia a las finanzas vaticanas. Hasta escribieron juntos la última encíclica. Acaso el primero tendía a ver a la Iglesia como el pequeño resto de Israel, mientras que el actual la sueña como un universo en crecimiento. Mientras el alemán es un académico sensible a las artes y la liturgia, el argentino se presenta como un líder de mando, un conductor, un político en el más alto sentido del término.
Curiosamente, este papa que siempre fue ajeno a los medios de comunicación, parece encontrarse a gusto ahora con ellos. Incluso las imágenes que se transmiten en todo el mundo permiten apreciar su trato personal y concentrado con cada persona que saluda o bendice. Este hombre que combina con inusual acierto la dimensión carismática de Francisco de Asís y la claridad de gobierno de Ignacio de Loyola, es tajante a la hora de defender la genuinidad de la fe, que no puede ser licuada sino que debe ser vivida al ciento por ciento, según sus expresiones.
Cabe preguntarse si el proverbial personalismo de este papa incómodo para muchos gobiernos y para ciertos grupos de poder abrirá instancias de mayor colegialidad en la conducción de la Iglesia y si sus reformas implicarán nuevas dimensiones de renovada institucionalidad. La historia que sigue lo dirá… (Fuente: La Nación)