Bajo túneles subterráneos, este mamífero recorre toda la Argentina buscando alimentos para sobrevivir, sin salir a la superficie más que en pequeños tramos que resultan muy difíciles de rastrear. Para los investigadores, es un misterio poder develar su comportamiento, pero a pesar de la escasa información que tienen, promueven su cuidado para que esta especie no desaparezca.
En 1983, Rodolfo Fogwill, escritor y sociólogo argentino, publicaba una de sus novelas de ficción titulada Los Pichiciegos, nombre que alude a una de las especies más buscadas por los investigadores del centro-oeste argentino. Este pequeño armadillo, que se caracteriza por tener hábitos cavadores y poco sociables, se deja ver entre 1 y 2 veces por año, y la comunidad científica lo catalogó como “deficiente de datos”.
El rastrillaje que se realiza a lo largo de toda la provincia de Mendoza resulta muy complicado: “los pichiciegos viven bajo tierra y salen a la superficie muy esporádicamente, caminan cinco metros y se entierran de nuevo. Encontrar en el desierto un rastro de un animalito de cien gramos es prácticamente imposible”, asegura Mariella Superina, médica veterinaria y doctora en Biología de la Conservación.
La especialista, que también investiga para CONICET y preside el ASASG (Anteater, Sloth & Armadillo Specialist Group de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), asegura que en sus 13 años de profesión jamás ha visto un ejemplar en su hábitat natural. “No tenemos idea de cuántos especímenes son, generalmente se hacen censos en el campo y se cuentan cuantos son avistados, pero en este caso como están bajo tierra no se puede”, detalla.
Quienes veían mayor cantidad de pichiciegos en el campo eran los puesteros. Sin embargo, debido al mito que recorre la provincia, el cual asegura que Animal Planet pagaría más de diez mil dólares a quien entregue un pichiciego vivo, los habitantes se quedan con los mamíferos para intentar comercializarlos. “Esto es una mentira total, pero igual continuamente les tengo que explicar a los pobladores locales que esto no es cierto, para que los dejen en el campo o los devuelvan”, explica Superina en diálogo con la Agencia CTyS.
El rescate debe realizarse de forma urgente: “Una vez que llegamos al lugar lo evaluamos para ver si esta en buenas condiciones, y luego lo llevamos a una zona de médanos, es decir, un hábitat típico para pichiciegos, que tiene que ser un sitio arenoso con la vegetación natural de su hábitat, y allí lo liberamos”, detalla la investigadora.
En cautiverio, estos animales no sobreviven más de 8 días. El estrés, las modificaciones en su espacio original y la sobreexposición a la luz son algunos de los factores que terminan con la vida de este pequeño mamífero que habita mayormente las zonas de Monte Comán y Las Catitas, de Mendoza.
Por esta razón, Superina resalta la importancia de realizar campañas durante enero y febrero, que son los meses de mayor avistaje, para modificar los protocolos de rescate y así “intervenir más rápido para salvar la mayor cantidad de animales posibles y devolverlos a su lugar original”, concluye.
Existen, en total, 21 especies de armadillos, y en Mendoza se registran tres – o cuatro – más: el peludo, el piche, la mulita y el mataco bola, pero este último está prácticamente extinto debido a la cacería. Para evitar que ocurra lo mismo con el pichiciego, lo declararon Monumento Natural por Ley Provincial 6.599 y continúan investigando para garantizar su preservación.
– Agustina Fuertes (Agencia CTyS)