Roberto Cardarelli y Trevor Alleyne, los representantes del FMI que viajaron al país para monitorear el cumplimiento de las metas acordadas con el país para la obtención del préstamo, deben haber quedado sorprendidos cuando Juan Manuel Urtubey les planteó que la solución a la crisis estructural argentina no era económica sino política, más precisamente, institucional. Sorprendente análisis para un peronista.
En su visión, no importa tanto el rumbo de los distintos gobiernos sino la constatación de que todos fracasan porque, más allá de las buenas intenciones, ninguno logra los consensos necesarios para llevar adelante las reformas imprescindibles para que la Argentina salga de los sucesivos ciclos de la decadencia que ratifican, una y otra vez, que el crecimiento nos resulta esquivo. «No importa el programa económico, cualquiera que se decida necesita estabilidad y confianza, algo que los distintos gobiernos no pueden lograr», les dijo.
El gobernador de Salta está convencido de que la dificultad no reside en las capacidades personales, sino en un sistema institucional que no facilita los consensos ni la flexibilidad política ante una realidad que está seguro se profundizará en forma inevitable: la fragmentación partidaria. «El sistema obliga a los presidentes a una lógica de pensamiento que los lleva en forma inevitable a fracasar», resume.
La solución que ofrece es sencilla, a saber, «la recuperación del espíritu de la reforma constitucional de 1994, que promovía un sistema semiparlamentario o semipresidencial», es decir, un gobierno donde también el Congreso tiene responsabilidades de gestión. Reconoce que su propuesta debilita la figura del presidente, lleva al Ejecutivo a un «presidencialismo moderado», pero está convencido de que es el mejor camino para darle una red sólida a las políticas de estado que deben encararse a partir de diciembre de 2019.
Se sabe que Urtubey es precandidato a presidente dentro del amplio espacio del peronismo no K. O sea, lo que está proponiendo es una limitación a sí mismo en el caso de que llegara a superar la compleja situación interna de su espacio, que no logra posicionar un candidato que despunte y esté en condiciones competitivas no solo frente al oficialismo sino ante Cristina Fernández de Kirchner.
Como sea, para concretar su propuesta, Urtubey explica que no se necesita una nueva reforma sino, apenas, modificar la ley que reglamenta las responsabilidades del Jefe de Gabinete de Ministros que, según los artículos 100 y 101 de la Constitución Nacional, está obligado a informar al Congreso mensualmente de la marcha del gobierno, donde puede ser removido o interpelado con una moción de censura con el voto de la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros.
«Quien puede lo más, puede lo menos. Si puede ser removido por el Congreso también puede ser designado por él», asegura, lo que le daría al Jefe de Gabinete y a los ministros designados una representación política que excedería largamente al partido que ganó las elecciones y facilitaría los consensos para llevar adelante las reformas y generar la confianza.
Urtubey dice que llegó a esa conclusión después de estar dos años como diputado provincial, ocho años como diputado nacional y 11 como gobernador de Salta. «El legislador, aún el oficialista, no se siente responsable de las políticas públicas, que termina siendo un asunto del Ejecutivo, así nunca se va a generar confianza, el argentino no cree y el inversor no viene», razona.
Desde que empezó a hablar del tema, fueron muchos los constitucionalistas que redactaron el texto de 1994 que se comunicaron con él para recordarle que en los acuerdos previos a la reforma existía el consenso de poner la base institucional de un sistema semiparlamentario, adaptando al país a los desafíos de las democracias del siglo XXI, que ese año estaba a pocos años. Sin embargo, Carlos Saúl Menem, que se benefició con la reelección, nada hizo para limitar el presidencialismo.
De todos los Jefes de Gabinete que hubo en la Argentina desde ese momento, hace ya 25 años, el único que cumplió con la obligación constitucional de ir mensualmente a informar al Congreso fue el actual, Marcos Peña. Y si bien el Congreso votó la gran mayoría de los proyectos que envió el Ejecutivo, colaborando en la gobernabilidad, ni los legisladores se sienten responsables de la gestión ni el Gobierno cree que le deba nada a los parlamentarios, ni siquiera a los propios.
De hecho, buena parte de la distancia que el -todavía- presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, tiene con Mauricio Macri y el equipo de Gobierno forma parte de un equívoco que se muestra insalvable, una incomprensión mutua, una desconfianza que fue imposible desandar. Pero algo debería cambiar.
Sucede que, aún ganando Macri en segunda vuelta la presidencial, la representación parlamentaria que se dirimirá en la primera vuelta no consagrará la mayoría de Cambiemos y la representación seguirá fragmentada, incluso todavía más. Por otro lado, lo más posible es que el kirchnerismo recupere espacio parlamentario, en contra del peronismo moderado, lo que hará todavía más difícil acordar las reformas pendientes.
¿Cómo hará Macri para gobernar un segundo turno con un Parlamento hostil? ¿Podrá hacerlo apelando a la polarización? ¿Seguirá moviéndose con acuerdos informales no firmados ni fotografiados como vino haciendo hasta ahora? ¿Alcanzará este sistema de acuerdos para hacer lo que todavía no pudo o no quiso, o no si animó? ¿O tiene previsto a continuar con el ajuste por goteo, frágil, que nadie sale a defender en el debate público y despierta tan poco entusiasmo de parte de los inversores?
El año electoral no parece el mejor momento para plantear estas preguntas, mucho menos para resolverlas. El consultor Carlos Fara dice que «una de las claves de este 2019 será quién sintonice mejor con el estado de ánimo profundo. Identificar el descontento de la gran mayoría con la política económica no es ningún misterio. El punto es: ¿eso es bronca? ¿angustia? ¿resignación mezclada con comprensión?. En muchos de los que votaron a Cambiemos reina la decepción. Sin embargo, cuando concluyen los focus group y se les pide que voten en forma secreta, muchos de estos decepcionados terminan eligiendo a ….. Macri.»
¿Y si Macri reelige, qué hará? ¿Seguirá solo? ¿Repetirá lo mismo?
– Por Silvia Mercado – Infobae