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viernes, diciembre 27, 2024

El porro destroza el cerebro adolescente: Lo que todos callan sobre la marihuana

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Se ha instalado -aún entre padres y docentes- que la marihuana no es tan mala como el tabaco y mucho menos que la cocaína y el paco. Le llaman «droga blanda», casi inocua. Y es o desinformación o ignorancia.

La investigación médica amenaza el estatus de droga blanda del que goza el cannabis y sus derivados, el hachís y la marihuana. Nuevos estudios están destapando su potencial tóxico particularmente entre un grupo de consumidores en ascenso: los adolescentes. La evidencia es cada vez más clara respecto a que fumar porros de forma habitual en esta etapa vital incrementa las probabilidades de desarrollar con los años un trastorno psicótico. A corto plazo, las consecuencias no son menos alarmantes. Se asocia a una alta tasa de fracaso escolar debido a problemas de memoria y de concentración y una mayor frecuencia de episodios depresivos y ansiedad. Las demandas de terapia por abuso de cannabis en menores se han disparado. A los centros acuden padres desesperados con un tipo de paciente desconocido hasta hace poco: niños de 13 años con problemas en el ‘cole’ y comportamientos agresivos.

Los expertos son claros. Si se quiere evitar en el futuro una epidemia de trastornos psiquiátricos hay que retrasar la actual edad de inicio en el consumo del cannabis, que se sitúa sobre los 14 años. Y las medidas deben adoptarse antes de que sea demasiado tarde. Si es que no lo es ya. La delegada nacional del Plan Nacional de Drogas de España, Carmen Moya, reconoce la «preocupación» de este departamento por el creciente consumo de la sustancia entre los adolescentes y jóvenes españoles. La inquietud ha llegado al Ministerio de Sanidad que esta semana presentará un informe sobre las consecuencias médicas del abuso de este estupefaciente. «Está mitificado, se ve su aspecto lúdico, pero se omiten los problemas de salud que puede desencadenar para los que se inician a edades tempranas. La investigación nos indica que el pronóstico es sombrío para los que lo hacen antes de los 15 o 16 años», agrega Moya.

Los escolares patrios figuran entre los europeos que más porros fuman. Sólo les adelantan sus colegas de la República Checa, Francia y Reino Unido. En los últimos 10 años, el consumo de esta sustancia se ha duplicado entre los 14 y 18 años. Entre un 36% y un 43% de los estudiantes españoles reconoce haber tenido contacto con ella alguna vez y un 25% en el último mes, según los datos de dos macro sondeos, la Encuesta sobre Drogas a Población Escolar y el ESTUDES, realizados en 2002 y 2004, respectivamente, sobre una muestra de más de dos millones de alumnos de Secundaria.

En la mayoría de los casos se trata de consumos experimentales y esporádicos, y se estima que sólo el 10% llegará a ser un consumidor habitual. Pero un 1% de los chavales interrogados en el ESTUDES admitía que fumaba entre dos y tres porros diarios, una cantidad que los expertos consideran de claro riesgo para un desarrollo cerebral saludable.

Cerebro vulnerable

Fernando Rodríguez de Fonseca, investigador que coordina la Red de Trastornos Adictivos, es rotundo al respecto: «No podemos garantizar que el cerebro de un adolescente que consuma cannabis de forma habitual no vaya a ser vulnerable a ciertas patologías psiquiátricas». En los últimos tres años se han ido acumulando evidencias científicas que contradicen la imagen amable de esta droga ilegal, considerada menos tóxica que otros estupefacientes.

«Lo es en un organismo adulto. Y, precisamente porque sus efectos se consideraban poco graves, ha habido poco interés en estudiarlos», precisa el experto en cannabinoides Javier Fernández Ruiz, profesor de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad Complutense de Madrid.

Los estudios recientes indican, no obstante, que las consecuencias pueden ser muy distintas para el cerebro de un adolescente, que se encuentra todavía en pleno desarrollo y maduración. «Hasta los 22 o 24 años no alcanza su máximo metabólico y funcional», indica Fernández.

La primera ‘luz roja’ se encendió a raíz de un estudio sueco que tras seguir a un grupo de 50.000 jóvenes durante 15 años comprobó que el riesgo de desarrollar esquizofrenia se multiplicaba por seis entre los que fumaban cannabis de forma regular a los 18 años.

Posteriormente, otros trabajos han confirmado la relación entre el uso habitual de la droga y un riesgo de dos a tres veces superior de sufrir esta grave dolencia psiquiátrica, así como otros trastornos psicóticos que se manifiestan con delirios, alucinaciones y alteraciones cognitivas y del comportamiento que interfieren con el desarrollo de una actividad normal.

Sin embargo, el peligro no es el mismo para todos. Los efectos neurotóxicos del cannabis son más acusados cuanto más precoz es el inicio en el consumo y cuanto mayor sea la cantidad que se fuma. «No hay una edad segura para empezar, aunque es cierto que el riesgo disminuye a medida que se cumplen años y es mayor si se fuma antes de los 16», advierte Marta Torrens, jefe de la Unidad de Toxicomanías del Instituto de Atención Psiquiátrica, Salud Mental y Toxicomanías del Hospital del Mar de Barcelona.

Edad y cantidad

Torrens ha participado, junto con otros expertos, en el informe del Plan Nacional de Drogas, y en el que se avisa que el nivel de empleo de la sustancia también es clave. «Hay quien llega a los 20 porros al día y también tenemos chavales de 13 años que ya fuman uno a diario», señala José Luis Sancho, coordinador del Área de Menores del programa terapéutico-educativo de la Asociación Proyecto Hombre en Madrid.

«El consumo semanal ya puede resultar problemático», sentencia la especialista catalana. Y cuanto más se prolongue en el tiempo, aún peor. La mayoría de los jóvenes dejará de consumir a medida que se acerque a los 30 y empiecen a tener obligaciones laborales y familiares. Pero un 10% continuará haciéndolo de forma abusiva y los que empiezan más jóvenes y consumen diariamente tienen otra vez más papeletas para figurar en este grupo.

Los estudios que han seguido la evolución de los jóvenes habituales al cannabis han identificado ciertos rasgos que predisponen a sufrir trastornos mentales. Estos son más frecuentes en los que han manifestado de antemano síntomas psicóticos, asociados o no a los porros, y en aquellos con antecedentes psiquiátricos familiares.

Otro dato apoya la teoría de que existe una susceptibilidad individual que puede verse precipitada por el uso del estupefaciente. Se ha comprobado que los fumadores que portan una variante genética específica del gen COMT, que regula las concentraciones de un neurotransmisor implicado en el desarrollo de la esquizofrenia, tienen un riesgo 10 veces superior de sufrir la dolencia respecto a otros consumidores que no presentan esa alteración.

El hecho de que no todos los fumadores exhiban la misma fragilidad mental explicaría, por ejemplo, por qué la incidencia de esquizofrenia no ha crecido en la misma medida que el consumo de cannabis. Ahora bien, los especialistas recomiendan no infravalorar estos datos. Aunque los potenciales afectados sean una minoría, para Marta Torrens constituye un grave problema de salud pública. «De un riesgo de 0,7 casos de esquizofrenia por cada mil se pasa a 1,4 por mil si se fuma cannabis. Puede parecer poco, pero se trata de un trastorno muy serio. Se impone el principio de prudencia».

¿Por qué el cannabis resulta más dañino para el cerebro adolescente? «Las bases para explicar su mecanismo lesivo no están del todo claras, aunque la investigación en este campo es cada día más intensa», reconoce Javier Fernández Ruiz.

Los consumidores buscan los efectos psicoactivos que provoca la sustancia (relajación, desinhibición, hilaridad…), que son debidos a la acción de su principal componente activo, el tetrahidrocannabinol (THC), sobre unos receptores específicos (receptores cannabinoides) emplazados en la superficie de las neuronas, las células del cerebro.

El primero de estos receptores (se conocen tres) fue identificado en 1990. Regulan la actividad de diversos neurotransmisores responsables de controlar la comunicación entre las neuronas y diversas funciones neurológicas. El cannabis puede interferir sobre este sistema de conexión celular al modificar el funcionamiento de ciertos neurotransmisores, como la dopamina y el glutamato, directamente implicados en el desarrollo de la esquizofrenia..

Así, se sabe que el THC puede incrementar la producción de dopamina y que la hiperactividad de este neurotransmisor se relaciona con el trastorno psiquiátrico. Por otro lado, se ha sugerido que los niveles de glutamato son más bajos en los afectados por la dolencia mental y la droga inhibe la producción de esta proteína. La acción del cannabis sobre un tercer neurotransmisor, la serotonina, también se ha vinculado con un mayor riesgo de trastornos depresivos y de ansiedad.

Al psiquiatra José Carlos Pérez de los Cobos, presidente de la Sociedad Española de Toxicomanías, le inquietan otros efectos menos severos pero cada día más frecuentes entre los consumidores más jóvenes. «Detrás de muchos fracasos escolares está el cannabis y eso nos debería poner en guardia y hacernos reaccionar», opina. Los propios estudiantes españoles reconocían en la encuesta de 2002 las consecuencias negativas de los ‘canutos’: problemas de memoria, tristeza, apatía o depresión, dificultades para estudiar o trabajar, absentismo escolar, trastornos físicos y conflictos con sus padres y hermanos.

Fracaso escolar

El mal rendimiento en el instituto fue precisamente lo que destapó la peligrosa relación de Pablo con los porros, un adolescente catalán que acaba de cumplir 18 años y lleva tres meses en un programa terapéutico en el centro de menores de Proyecto Hombre en Barcelona. Su familia cree que empezó a consumir con 15 o 16 años. Últimamente fumaba a diario, incluso lo hacía en casa.

«Le notábamos cambiado desde hacia tres años. No era el niño cariñoso de siempre, estaba nervioso, contestón, desobediente, no respetaba los horarios…», relata Paqui, de 48 años, su madre. La familia lo atribuyó al difícil tránsito de la adolescencia, un hecho que complica la detección del problema. «Primero le pillamos fumando tabaco y después su padre le descubrió una ‘china’ de ‘chocolate’, pero dijo que era de un amigo. El detonante fue una llamada de sus profesores avisando de que no iba a clase y que cuando lo hacía estaba ‘fumado’. Se nos cayó el mundo encima», reconoce.

Lo más difícil fue convencer a Pablo de que lo que hacía podía perjudicarle. «Ellos lo fuman con toda tranquilidad porque no son conscientes de que suponga un riesgo, les divierte y piensan que no es malo para nada. Poco a poco se ha ido dando cuenta de la realidad», agrega.

La falta de percepción de peligro es una de las razones que esgrimen los expertos para explicar el alto nivel de consumo de la droga entre los más jóvenes y también uno de los principales motivos de alarma. Las encuestas escolares revelan que una cuarta parte de los alumnos considera que fumar de forma regular no produce problemas y muchos piensan que el riesgo es similar o inferior al del tabaco. Los expertos urgen para que se transmitan a los adolescentes los nuevos conocimientos científicos sobre el cannabis, pero se preguntan cómo hacerlo de forma suficientemente persuasiva.

Las demandas de terapia también aumentan

Problemas escolares y de conducta, comportamiento violento (verbal y en ocasiones físico), deterioro de la autoestima, patología psiquiátrica, como depresión o brotes psicóticos, trastorno del control de los impulsos… Estos son los síntomas más comunes con los que llegan a los centros de deshabituación o desintoxicación los consumidores más jóvenes de cannabis. La mayoría lo hace empujada por su familia, ya que no tiene conciencia de que su hábito cause problemas. Socialmente se ha menospreciado el riesgo de dependencia del cannabis, pero existe. Como también existe el síndrome de abstinencia, que se manifiesta de forma más leve y tolerable que el de otras drogas porque el organismo elimina el THC lentamente. Irritabilidad, ansiedad, disminución del apetito, cansancio, insomnio, dificultad para concentrarse son los signos habituales.

La creciente demanda de tratamiento por abuso de esta sustancia da idea de la dureza de la droga ‘blanda’: se ha triplicado entre 1996 y 2001. En 2002 fue el motivo del 60% de las terapias por drogas notificadas en menores de 18 años. Al igual que en otras adicciones, abandonar el consumo no es sencillo. Tras entre seis (como mínimo) y 18 meses de psicoterapia, un 40% logra mantener la abstinencia pasados dos años. El problema es quela red asistencial para atender a los adolescentes dependientes es aún escasa.

¿Por qué ha crecido tanto el consumo?

Se citan varios motivos. Además, de la escasa percepción de sus riesgos para la salud, mencionan la accesibilidad de los adolescentes a la sustancia. Más del 71% de los chavales piensa que podría conseguirla fácilmente si quisiera. La proximidad de España a Marruecos, el principal productor de cannabis, favorece igualmente su amplia circulación. Para los jóvenes es fácil disponer de dinero y los porros les resultan muy asequibles, uno cuesta aproximadamente un euro. «Cambian el bollo de la merienda por el ‘canuto’», dice la madre de un joven consumidor.

Fumarse unos ‘petas’ forma parte de la cultura de ocio y consumismo que impera en la sociedad en general. «Siempre dan premio, con ellos se lo pasan bomba. ¿Qué les ofrecemos para competir con eso?», se pregunta José.

Luis Sancho, psicólogo de Proyecto Hombre, asociación que cumple este año su vigésimo aniversario. Curiosidad, experimentar nuevas sensaciones y divertirse son las razones que esgrimen los escolares que han decidido probar el hachís o la ‘maría’. Forman parte de un estilo de vida en el que prima pasarlo bien. «Nuestro objetivo es romper esta percepción, que reciban la información precisa y conozcan sus riesgos», apostilla Carmen Moya.

– Por Isabel Perancho

juntosbien.org

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