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lunes, noviembre 25, 2024

El reino de los espías

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El jefe de Gobierno porteño sigue acumulando especialistas desechados en sus lugares de origen. Como antes con el comisario Palacios en la Policía Metropolitana, ahora prueba suerte con Alejandro Colombo dentro del área de Relaciones Internacionales de la ciudad.

Qué difícil saber si Dios los cría. Y qué fácil comprobar con cuánto entusiasmo Mauricio Macri los amontona. El jefe de Gobierno porteño agregó un personaje más a su colección de espías reciclados. Se trata de Alejandro Colombo, un ex delegado de la Secretaría de Inteligencia del Estado en Madrid y Roma que hoy opera en el área de Relaciones Internacionales del Gobierno de la Ciudad.

En diálogo con este diario, Colombo confirmó el lunes último que revista como asesor en el gobierno de Macri y dijo que eran ciertos los destinos y las funciones que cumplió en las embajadas argentinas ante los Estados de Italia y España.

Colombo pasó nueve años destinado por la SIDE en Roma. A tono con una ciudad que se concibe a sí misma como eterna, el especialista trabó vínculos políticos para toda la vida. Uno de ellos fue el presbítero Jorge Mejía. Mejía era conocido en la Argentina porque dirigió la revista católica Criterio. Nacido en 1923 y sacerdote desde 1945, estudió con Karol Wojtyla en Roma cuando ambos eran jóvenes curas. A comienzos de los años ’60, Mejía colaboró con el Concilio Vaticano II impulsado por Juan XXIII y completado por Pablo VI para modernizar el enfoque pastoral de la Iglesia Católica. En 1977 Mejía dejó Criterio. Del Vaticano lo convocaron para asumir la Comisión de Diálogo con el judaísmo. Luego, cuando Wojtila fue elegido Papa como Juan Pablo II, lo nombró secretario de la Congregación para los Obispos. En el Vaticano estar a cargo de una congregación equivale a un ministerio.

Poco a poco aquel sacerdote del Vaticano II viró hacia posiciones más conservadoras. Cuando a los 75 debió dejar la Congregación para los Obispos, el Papa lo nombró director de los Secretos Archivos Vaticanos y de la Biblioteca Apostólica Vaticana, un cargo de doble responsabilidad que puede ser ejercido incluso habiendo pasado el tope laboral de los 75 años. No es una simple institución burocrática para una institución milenaria que sigue participando no sólo del espíritu sino de la materia del mundo. Si se colocaran las carpetas del archivo una al lado de la otra, ocuparían 90 kilómetros. Solamente la Secretaría de Estado, equivalente de la oficina de un primer ministro sumada a la de un canciller, cuenta con cuatro millones de fichas. Juan Pablo II también ungió cardenal a Mejía, pero en 2005 el argentino no pudo votar en el cónclave que eligió a Joseph Ratzinger como Benedicto XVI: ya había cumplido los 80.

Colombo fue testigo de algunos de esos movimientos y actuó desde su base en Roma para el gobierno de Carlos Menem. En parte de ese período, Menem reforzó la representación en el área por medio de la designación ante el Vaticano de su ex subsecretario general de Presidencia Esteban Caselli. Cuando Carlos Ruckauf ganó la gobernación bonaerense en 1999 nombró secretario general a Caselli. Y cuando Eduardo Duhalde fue presidente, en 2002, Caselli recaló en la Secretaría de Culto del canciller Ruckauf. Colombo conservaba sus viejas relaciones. Entre otros cargos, Ruckauf fue embajador de Menem en Roma. Tantos contactos sirvieron para que el secretario de Inteligencia Miguel Ángel Toma enviase a Colombo como su delegado a Madrid.

Caselli es la misma persona que hoy representa a la Orden de Malta en Perú, mientras su hijo tiene derecho a la valija diplomática con el mismo cargo en la Argentina. El ex secretario de Estado y embajador de Menem también es senador por los italianos en el exterior e integra el Partido del Pueblo de la Libertad del primer ministro Silvio Berlusconi.

Toma y Caselli alimentan buenos lazos con dos sectores internos del macrismo. Uno es el más afín a la franja conservadora de la Iglesia Católica. El otro es el de raíz menemista. La figura más saliente del segundo grupo es Cristian Ritondo, el legislador porteño que impulsó la Policía Metropolitana, un hombre afín al tema desde que fue jefe de gabinete del secretario de Seguridad de Menem. Parece una calesita de nombres y roles: el secretario era Miguel Ángel Toma.

En rigor, suena natural la presencia de Colombo en una administración que sueña con disponer de su propio servicio de inteligencia y, además, cada vez que puede lo convierte en un aparato de espionaje. Macri empleó antes a Jorge “Fino” Palacios y Ciro James, ambos procesados. Y Palacios fue nada menos que jefe de la Metropolitana aunque había sido obligado a retirarse de la Policía Federal por sus contactos con propietarios de desarmaderos.

Sin embargo, en su momento Colombo quiso quedarse en Madrid. A comienzos del gobierno de Néstor Kirchner incluso recurrió a sus mejores contactos para conseguirlo. El cardenal Mejía llegó a escribirle una carta al primer ministro de Justicia de Kirchner, Gustavo Beliz. El secretario de Inteligencia era, todavía, Sergio Acevedo.

Escribió Mejía: “Gustavo, lo primero es desearte todo bien, con tu familia, en tu nuevo importante cargo. Desde que lo supe, te encomiendo. No sigo muy de cerca la Argentina, pero sé lo suficiente como para darme cuenta de que las necesidades y, por consiguiente, las responsabilidades de los que gobiernan son tremendas”. Y después, al punto: “Abusando ahora de tu atención y paciencia te someto este caso, que no parece tan difícil, aunque no tiene mucho que ver con la Justicia, pero me dicen que por medio tuyo se podría hacer algo. Se trata de un muchacho amigo mío: Alejandro Colombo, a quien la SIDE (donde trabaja hace años, de los cuales un buen período en Roma, donde lo conocí, me ocupé de él y su mujer y bauticé a su segunda hija) mandó hace menos de seis meses a Madrid. Es él quien me pide que me dirija a vos (está convencido de que por vos se podría hacer algo) para que lo dejen en Madrid al menos un tiempo más”. Y agregaba Mejía: “Después se hace lo que se puede y el resto se confía al Señor”.

La carta es de febrero de 2004. Y Colombo consiguió quedarse un tiempo más en Madrid. Luego, en ese mismo año, Beliz fue removido del Ministerio de Justicia porque avaló la posición del jefe de la Policía Federal de entonces, Eduardo Prados, cuando éste convirtió en una cuestión de principios su idea de que los policías debían llevar armas en los conflictos sociales callejeros o ante simples manifestaciones. Kirchner opinó lo contrario, Beliz repuso que desarmarse supondría una humillación y el ministro terminó fuera del gobierno.

Beliz, hoy funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo, es una de las claves en la esperanza porteña de abrir canales de financiación para la Metropolitana a cargo de Eugenio Burzaco.

Como diría el cardenal, se hace lo que se puede y el resto se confía al Señor.

– Por Martín Granovsky – Página 12 – 12.05.10

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