Hasta los años ochenta un dirigente sindical sí o sí veía en primer instancia por el trabajador. De esta manera se lograban conquistas hasta exageradas en beneficio del asalariado. A veces en detrimento de la misma empresa y en desfavor de la patronal capitalista.
Por ejemplo, la otrora YPF, solía tener hasta cementerio en alguna de sus delegaciones para sus obreros. Ni qué decir de los clubes sociales, cines, viajes, créditos a bajísimas tasas, proveedurías, casa en barrios propios, únicos, con servicios gratis, asfalto y cuánto confort! en tantos pueblos de nuestra extendida Patria. Sin ir más lejos, se puede hacer referencia en nuestro medio a lugares como el ex campamento Vespucio, las barriadas ypefeanas de Gral. Mosconi, Aguaray, etc…un nivel de vida increíble para el obrero, casi como un cuento de fantasía. Pero era real y con una tremenda carga de dignidad para el trabajador y por supuesto, su familia.
A esto se sumaba la tradición en la especialización y la transmisión del trabajo a la prole. Se aseguraban fuentes de trabajo y de hecho una cultura del trabajo que envolvía familias completas.
Así sucedía con trabajadores de Ferrocarriles, Gas del Estado, Correo y Telecomunicaciones. YPF y tantas empresas Estatales o sociedades mixtas. Pero estos beneficios se conseguían no sólo por el avance de la legislación laboral tan estimulada por Perón sino también, por las luchas de los sindicatos por los derechos de los trabajadores en la primera mitad del siglo pasado. Luchas venidas desde las concepciones doctrinales de izquierda y que realmente beneficiaron a la persona humana en su faz laboral, imprimiéndoles una dignidad mayor que de hecho le correspondía.
Hoy por hoy las organizaciones llamadas sindicales y que se suponen vienen de esta historia, se han convertido en empresas de lucro con la salud, el turismo, la vivienda y cosas por el estilo. Conforman al afiliado con baratijas como mochilas para la escuela, la bolsita navideña, alguna jornada para el día del niño y bobadeces por el estilo. Ni soñando son organizaciones de los trabajadores, sino una mezcla ecléctica donde las bases fundantes ya no existen dando como resultado una especie de ONG medio empresaria, medio política, medio social; en definitiva: ni chicha ni limonada. Pero eso sí, fundadas, fundamentadas y funcionando con el capital aportado por las masas de afiliados.
Todo tipo de explotación tiene como primer indicador la denigración de la persona humana. Y ver chicos encajonados en los call center, desbordados de funciones en los Dia’s, automatizados en las cajas de los súper, marquetineando a full con la mentira para vender fantasías e ilusiones a los consumidores, convertidos en especie de mutantes taciturnos tras los números de un banco o de un estudio contable, etc… da pena.
Ni hablar de los cargos jerárquicos en las empresas, donde el trabajador vive una verdadera consagración a esta, poniendo todos sus sentidos, todos sus conocimientos, todo su tiempo, toda su salud y hasta darlo todo al servicio de unos señores que ni si quiera se sabe quiénes son, ni qué hacen con tal cúmulo de fuerzas vitales a su disposición por una retribución que de hecho es vital, pero que no justifica tremendo reduccionismo de la persona, la cual no vive para trabajar sino que trabaja para vivir. La vida sin el trabajo no es vida, pero es mucho más que trabajar.
De esta manera se puede ver con claridad la inutilidad de muchas organizaciones que se denominan sindicales y que en realidad no lo son. Los trabajadores cuando toman conciencia de su explotación o denigración (se podría decir en estos días) van por otro lado por sus derechos. Ya sean movilizaciones espontáneas, manifestaciones callejeras, usando los medios de comunicación masivos y cosas por el estilo. No se sienten representados, no se sienten sindicalizados y muchos están a la deriva y en un atroz estado de indefensión ante el atropello a la dignidad de su persona.
– Por Hugo Luis Daher