La muestra, en la Biblioteca nacional de Francia, reúne material del escritor. ‘La cantante calva’ suma, desde su estreno en 1950, 17.000 representacíones.
Cuesta trabajo creer que hayan transcurrido 100 años desde el nacimiento de Eugène Ionesco. No sólo porque la fecha de la muerte �marzo de 1994� aún se antoja cercana. También porque la vigencia y la actualidad de la obra explican su ubicuidad en la cartelera parisina, al margen de cualquier fiebre coyuntural, conmemorativa.
Basta con echar un vistazo a la guía del ocio local (Pariscope). Hay teatros que representan ‘La lección’ (1951) y ‘El rinoceronte'(1959). Otros que se decantan por ‘Delirio a dos’ (1962) y ‘La sed y el hambre’ (1964), aunque el templo que custodia la memoria del autor franco-rumano se halla en el número 33 de la rue de la Huchette.
Es allí donde se ha representado casi 17.000 veces ‘La cantante calva’. Un hito de la cartelera mundial que se explica en términos inmediatos porque la primera obra teatral de Ionesco (1950) no ha dejado de interpretarse ningún día desde 1957.
Todavía hoy perdura el vestuario y la dramaturgia originales. Ha muerto el protagonista que la estrenó, monsieur Nicolas Bataille, pero otras generaciones han sucedido a la ‘troupe’ fundacional y han observado la devoción a Ionesco.
El fenómeno taquillero, cultural y teatral tiene mayor interés considerando que el estreno absoluto de ‘La cantante calva’ fue un fracaso igualmente absoluto. Sucedió en el Teatro de los Noctámbulos, cuando Eugène Ionesco (1909-1994), empleado como corrector en una editorial, se propuso a su antojo «airear la escena parisina». Naturalmente, desde la subversión y los conceptos del antiteatro.
Definió ‘La cantante calva’ como una «antiobra», así es que la crítica francesa recogió el guante de la provocación y le trató en las linotipias con escarnio y desvergüenza. Tiene gracia leer hoy las gacetillas que se publicaron entonces. ‘Le Figaro’ invitaba a la deserción de los espectadores. Paris-Match objetaba a sus lectores que Ionesco había concebido un trabajo «horripilante», mientras que ‘Tiempos modernos’, admitiendo la novedad del lenguaje y advirtiendo «la extrañeza del texto», auguraba a renglón seguido un fracaso estrepitoso del opúsculo en la taquilla.
El pronóstico agorero se cumplió circunstancialmente. Es decir, hasta que el Teatro de la Huchette repescó ‘La cantante calva’ en 1953 e hizo el esfuerzo de reprogramarla en 1957. Hubo un relevo generacional en la crítica parisina. También se produjo un acompasamiento entre la profecía teatral de Ionesco y su verificación en la sensibilidad de sus contemporáneos.
Pionero y visionario
Ambos adjetivos vertebran la exposición que ha organizado la Biblioteca Nacional de Francia a partir de materiales inéditos y desconocidos. Muchos de ellos los ha puesto en juego la hija del genio, Marie-France Ionesco. Incluido el álbum de fotos familiar, los intercambios epistolares de Ionesco, su faceta de pintor, los documentos que prueban la convulsión que supuso el teatro del absurdo y las reflexiones existenciales más allá del teatro.
De ahí que representar sus obras constituya un desafío para los colosos de la escena francófonas. Jean-Luc Lagarce se atreve ahora con su propia dramaturgia de ‘La cantante calva’, Emmanuel Demarcy-Mota planta cara a ‘El Rinoceronte’, mientras Luc Bondy estrena o reestrena ‘Las sillas’ en Nanterre.
El Teatro de la Huchette, en cambio, se atiene a la disciplina que ha caracterizado medio siglo de lealtad para un aforo de apenas 100 espectadores. Quiere decirse que el 13 de noviembre, día del centenario, según acredita la Academia Francesa, volverán a subir a escena el álter ego de Mary, los señores Smith, los señores Martin y el inefable bombero, a quien Ionesco atribuyó el episodio que titula la obra: «¿A propósito, y la cantante calva?», pregunta el apagafuegos. «Se peina siempre de la misma manera», responden los señores Smith.
• Rubén Amón | El Mundo | 2009-11-11