Aun en el año en que la “crispación” de la oposición llevó a bombardear a la población civil al grito de “Cristo Vence”, el mayor antiperonista sostenía la importancia de la educación y la salud pública y el lugar del Estado en la conformación del bienestar general.
Le llevó al capital más de treinta años cambiar el imaginario cultural de la gente, flexionar hacia el otro lado, destruyendo la capacidad del Estado en dar respuestas a la población.
Es que la mayor fortaleza del viejo modelo era su mayor debilidad. Todo dependía de la cabeza. Por eso se lo degolló o lobotomizó, como quiera verse, el fin fue deconstruir toda relación, para que el interés privado determine el movimiento del cuerpo social. En este proceso las pústulas de la desocupación surgieron por toda su piel.
Una vez instalado el imaginario cultural del neoliberalismo, los peronistas, radicales, socialistas sostendrán el cuerpo de un Estado descoyuntado, fragmentado, donde cada parte reproduce el todo.
Pequeños cuerpecitos, en forma natural y sin ruborizarse, operan aisladamente en cada parte del Estado.
Su pequeñez les impide realizar cambios estructurales e intervenir en el mercado de forma efectiva. El objetivo primario es dar políticas de capacitación (somos país record en ellas) que se repiten y superponen en distintas reparticiones y provincias, esperando que los otros sean los que arreglen las cosas.
En un Estado bobo, las manos repiten las acciones de los pies y en cuatro patas intenta, como un simio, trepar un árbol para otear el horizonte, pero no puede hacerlo, por la sencilla razón de que cada miembro no sabe lo que está haciendo el otro.
Cambiar el Estado es tarea de políticos, pero no de cualquier clase. Están los surfistas que viajan sobre las olas de la moda y cuya única función es no caerse. Ellos pueden surcar las crestas del Estado de Bienestar como del neoliberalismo, adaptando su identidad a la época. Los surfistas son necesarios por una razón instrumental, pero no para cambiar al Estado. Esa es tarea de los que cambian mareas.
Tenemos una luna y nuestros vientos históricos que favorecen el cambio, para que nuevas olas nos lleven a pensar en otro Estado posible, ya no centralista pero tampoco descoyuntado.
Un Estado que utilice la inteligencia para amalgamar el amor que todos sentimos por nuestros semejantes.
Así, desde distintos ministerios comenzamos a pensar un Estado que coordine las distintas inteligencias que se han conformado, que permitan integrar desde la interacción, que favorezca la organización de los pequeños productores en interacción con mercados locales municipales y de éstos con mayores… que uniformice las administraciones provinciales para que puedan interactuar entre ellas fluidamente. Una nueva flexión nos levanta.
Crear un imaginario que no pueda ser degollado, donde la nación coordine el trabajo provincial y las provincias el municipal… Nada viene fácil ni de la nada, nuestros músculos precisan entrenarse. Pero eso si aprendemos a reconocer las flexiones culturales que nos hicieron posible.
Cada paso que dimos bueno o errado nos sirve para saber cómo y hacia dónde construir, saber lo malo de lo bueno y lo bueno de lo malo. Las flexiones aisladas toman otro sentido, pasan a ser el ejercicio de un pueblo que fortalece su músculo histórico en un nuevo paradigma que hace que nuestra mente tome contacto con todas las partes del cuerpo para volver a ponernos de pie. El horizonte está mucho más cercano de lo que parecía cuando estábamos de rodillas.
– Por Pablo R. Bonaparte – Antropólogo, director del Mercado Nacional de Artesanías Tradicionales (Matra). Página 12, 5 de julio