– Por J. M. Pasquini Durán (2-04-08)
La Plaza de Mayo fue ocupada por numerosos grupos organizados y también por personas de ambos sexos y edades variadas que acudieron por su cuenta y riesgo. Intendentes, sindicatos y organizaciones sociales se encargaron de la movilización más orgánica, pero no hubieran colmado la Plaza sin el concurso de los independientes.
No es un dato menor, puesto que el Gobierno acaba de cumplir los primeros cien días y ayer mostró que conserva la convocatoria que se puede esperar de quienes ocuparon, cómodos, el primer lugar en el escrutinio del 10 de diciembre.
Los veinte días de piquete rural tendrán costos políticos para el Gobierno, pero si los ruralistas persisten también ellos tendrán que dar cuenta por sus actos.
«No se puede representar al pueblo y enorgullecerse de desabastecerlo», afirmó con razón la presidenta Cristina, única oradora del mitin.
De todos los que se rasgaron las vestiduras por la presencia en la Plaza y en las tribunas oficiales de Luis D’Elía, son muy pocos los que han castigado con la misma saña la suprema violencia, arbitraria y arrogante, de los que impiden el paso de los camiones con alimentos, insumos industriales y mercaderías comerciales. Personajes de fama transitoria, como Alfredo De Angelis en Gualeguaychú y varios otros, aunque lo nieguen, son directos responsables del desabastecimiento y de la estampida inflacionaria en los precios del consumo masivo, cuya principal perjudicada es la clase media urbana, de la que se desprendieron los grupos menores que sonaron las cacerolas por una presunta solidaridad con «el campo», aunque al verlos y escucharlos la memoria evoca añejos prejuicios antiperonistas.
Al Gobierno se le pueden dirigir distintos reproches por la oportunidad y el modo de manejar las retenciones, y por no hacer antes las debidas tareas para lograr consensos y, sobre todo, para contrarrestar la sostenida campaña de la derecha económica y política que usa esos déficit oficiales para reclutar adhesiones con una intención única y última: cambiar la orientación de la política económica gubernamental y desalentar el modelo de desarrollo sin exclusión social.
A los dirigentes de las cuatro entidades rurales -incluida la Federación Agraria, que debería elegir mejor sus compañías- los devora la nostalgia por los años ’90 y hasta por los tiempos de Martínez de Hoz, hombre «del campo», aunque su entorno haya sido el terrorismo de Estado, arrojando prisioneros vivos desde los aviones al Río de la Plata y robando bebés nacidos en cautiverio. Son los que quieren que vuelva Videla y los que consideran a Cecilia Pando, defensora irrestricta de las violadores de derechos humanos, como «una argentina más de nuestro lado».
Los mismos que contribuyeron, con un lockout como el actual, a desangrar al desastroso gobierno de Isabel Perón y a despejar el camino para el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
En esta oportunidad, debilitar al Gobierno quieren y también ganarle la pulseada quieren, para que, de ahora en adelante, en lugar de los militares sea «el campo» la última línea de defensa del modo conservador de vida nacional.
Es lo que está en juego y todo lo demás son fuegos artificiales, aunque la mano de obra para el piquete crea que de verdad el Gobierno arregló el bolillero para que los más chicos no puedan ganar el Gordo de Navidad, o las izquierdas ausentes de la Plaza piensen que los desabastecedores son el ariete de la transformación revolucionaria en ciernes. ¿Ariete? Ni arete, siquiera.
De cualquier modo, todo eso quieren, pero hay que ver si pueden. Ayer la Plaza envió un mensaje a los desabastecedores inflacionarios. Hoy, los piqueteros tendrán que decidir si escuchan el rumor y abren aunque sea un paréntesis por uno o dos meses para ocuparse, de paso, de las cosechas y los animales. Los que se aficionaron a estar en la TV vagarán por los campos como almas en pena y algunos -quién sabe- se convertirán en luces malas o terminarán bailando por un sueño, como hizo alguna notoria piquetera urbana.
Los campesinos son, en verdad, una especie en extinción si los pronósticos de Naciones Unidas aciertan que antes de llegar a la mitad del siglo XXI el 80 por ciento de la población vivirá en las ciudades.
El proceso de concentración económica, por otro lado, es otra tendencia mundial y mientras más capitalista sea la economía nacional más concentrada estará. A los gobiernos les queda el recurso tributario para ejercer la tutela del Estado a fin de evitar que los tiburones se devoren a todas las sardinas.
Temprano o tarde, será inevitable la reforma impositiva para que los ricos paguen más que los pobres y, en esa batalla que ya comenzó, no hay lugar para neutralidades esterilizadas: o con los ricos o con los pobres y la opción cuenta lo mismo para la gestión de gobierno que para los opositores políticos. Sí, aparte de la Sociedad Rural y sus aliados hay opositores políticos, aunque no se noten demasiado debido a que en estos agitados días sus aportes a la concordia nacional fueron pocos y vanos.
Si a los piqueteros hoy los asalta el sentido común, a lo mejor doña Cristina llega a tiempo a París para almorzar con el marido de Carla Bruni, el presidente de Francia, ya que se perdió la cita en Londres. En su mensaje de la víspera dejó convocado el próximo mitin popular para el 25 de mayo en el mismo lugar y a la misma hora. Hizo bien, porque aún con la tregua abierta, terminó una batalla pero no la guerra.
Sería interesante, además, que el diálogo y la tolerancia no sean una exclusividad de cúspides, para que también intendentes y gobernadores ocupen un espacio político que necesitan y, en buena parte, merecen.
En los años ’70, cuando los Kirchner eran jóvenes militantes, el diálogo no estaba muy de moda, pero se descontaba que hacer política no era actividad de ámbitos recoletos ni propiedad exclusiva de la vida matrimonial. Era (es) una tarea colectiva, de y entre muchos. Fuente de fortaleza para la democracia.