Golpes y populismos en las causales del exilio latinoamericano. El caso del Radicalismo argentino a mediados del siglo XX (ponencia presentada en el encuentro “El Exilio Democrático”, organizado por el Espacio Cultural Universitario [ECU] y la Universidad Nacional de Rosario el viernes 3 de noviembre de 2017)
I.- Introducción. Etiología del exilio
Para poder entender el fenómeno del exilio que se padeció en la década del 70 y la incidencia que tiene en nuestro presente, debemos ponerlo en un contexto histórico, en su relación con la identidad, la memoria y los mitos del exilado, y en su vinculación con la geografía, el calendario y la lengua de la memoria. Asimismo, se deben analizar los factores que originaron los exilios, a la luz de media docena de elementos tales como orígenes, protagonistas, secuelas, extensión geográfica, prolongación en el tiempo, representaciones, y diversidad del campo semántico (destierro, expatriación, ostracismo, deportación). Y también el exilio tratado por diversos géneros artísticos y científicos, tales como memorias, poemas, óperas (Nabuco), testamentos religiosos (Libro del Éxodo), danzas, obras plásticas (Blanes) y fílmicas (Casablanca), y expresiones del periodismo y de la ciencia política.
El exilio, como fenómeno histórico, no es ajeno a otros fenómenos políticos, como las guerras, las invasiones, las revoluciones, los golpes de estado, las dictaduras, los populismos (movimientismos), las crisis sociales, raciales, o religiosas, o los extremos en los ciclos de euforia y depresión o de auge y decadencia. Por lo tanto, el exilio debe ser estudiado en combinación con esos otros fenómenos y no se los puede escindir.
El caso específico del exilio intelectual no gozó de la uniformidad utópica, que le solemos atribuir, pues contó con factores subjetivos y psicológicos, tales como altruismos (generosidades, lealtades, esperanzas, solidaridades), sufrimientos (soledades, desarraigos, nostalgias, melancolías), toda suerte de miserias (egoísmos, rencores, sectarismos, discriminaciones, oportunismos, ingratitudes), y secuelas del resentimiento político (cinismos, hipocresías, claudicaciones, capitulaciones, colaboracionismos, traiciones, parricidios, etc.); y también con privilegios y responsabilidades afines que los ayudaron a madurar sus experiencias individuales.
Por último, intentaremos operar la figura del exilio y sus variantes, como la fuga de cerebros, en función de la teoría de la válvula de escape, de las teorías cíclicas, o de una arqueología del desplazamiento. La presión por fugar de estados dictatoriales, bárbaros, esclavistas o populistas crecía a medida que aumentaba la peligrosidad del régimen combatido, y la posibilidad de migrar a estados o tierras prometidas donde imperara la libertad, o a retornar al país de origen una vez restaurados los derechos humanos, y merced a la ayuda de organismos internacionales (ACNUR).
Más aún, las motivaciones a las que obedeció el exiliado las debemos analizar mediante disciplinas diversas que por ser campos dinámicos fluctúan en su contenido y sus límites (Steinmetz, 2009): a) los estados de euforia y depresión con la psicología del exilio; b) el espacio geográfico y las vías de escape con la cartografía del exilio; c) el idioma del expatriado y del país anfitrión con la lingüística del exilio; d) el recuerdo presente o pasado (tiempo calendario) con la memoria del exilio; y e) el ciclo de auge o decadencia con la sociología y la demografía del exilio.
En ese sentido, nos hemos propuesto encarar en este trabajo media docena de módulos temáticos, llevando para ello una secuencia histórica y un tratamiento interdisciplinario del exilio (sociológico, antropológico, geográfico, psicológico, lingüístico, demográfico, etc.), que comenzando con la reincidencia acumulada de derrotas, golpes de estado y retornos democráticos (salidas electorales); se agravó con los populismos (movimientismos históricos) fundados en liderazgos carismáticos y míticos; y culminó con las deformaciones que provocaron una zona gris, la deshonra de las credenciales fraguadas, la corrupción científica, la obscenidad indemnizatoria y el juego sucio en las responsabilidades estratégicas y operativas. Para mayor ilustración, en diversas notas de pié incluimos algunas experiencias personales del exilio.
II.- Antecedentes históricos
Tratar de comprender el exilio reciente a la luz del pasado histórico requiere pulsar el calendario de ese pasado, si es que vamos a proyectarlo hasta un pretérito remoto previo a la modernidad, o si vamos a reducirnos exclusivamente a los entretelones de esta última, que comprenden las modernidades renacentista, ilustrada, republicana, democrática, nacionalista, desarrollista, y/o globalizante.
Ya en la América pre-colonial habían existido como fruto de enfrentamientos étnicos y culturales (lingüísticos, míticos), procesos de éxodos o desplazamientos ocasionados por sucesivas invasiones tribales que removían asentamientos indígenas previos, incluidos sus chamanes, como ocurrió con los guaraníes cuando fueron arrinconados por tribus nómades procedentes de las Antillas, internadas por los ríos Orinoco y Amazonas (arawacos). Y en la antigüedad medio-oriental, el origen del monoteísmo hebreo es narrado con la fuga de la esclavitud egipcia y con la promesa de un espacio donde luego de atravesar las penurias del desierto prive un discurso de paz y libertad (en Sudamérica el mito guaraní de una tierra sin mal y sin mancha).
Pero fue con la modernidad inaugurada en Europa y extendida al mundo colonial de entonces, cuando los fenómenos de exilio u ostracismo se generalizaron hasta alcanzar ribetes cada vez más trágicos. Con las guerras de religión y la represión consiguiente del papado y las monarquías afines (matanzas, condenas de la Inquisición) en los siglos XVI y XVII se estableció la Reforma Protestante, que dividió a Europa y al mundo colonial, generando múltiples exilios (exilio deísta francés en Holanda, exilio hugonote o calvinista en Sudáfrica, peregrinaje puritano en Norteamérica). Y cuando en el siglo XVIII tuvo origen el fenómeno de la Ilustración–que revolucionó a las elites metropolitanas—Voltaire se refirió con creces al destierro, y las monarquías absolutistas alimentadas por el Jansenismo expulsaron la Orden Jesuítica de todos sus dominios y enclaves, constituyéndose sus integrantes en los exiliados forzosos más longevos del mundo occidental moderno.
Más tarde, con la Revolución Francesa, y la difusión de una modernidad republicana, se diseminaron a escala global guerras de emancipación que provocaron destierros de toda índole (en Europa la Guerra de Independencia de Grecia, y en Sudamérica las Guerras de Independencia de Colombia, Perú y el Río de la Plata) y éxodos históricos (Éxodo Jujeño y Éxodo del Pueblo Oriental). También se provocaron guerras civiles (unitarios vs. federales y colorados vs. blancos en el Río de la Plata) y guerras de fronteras, que dieron lugar a lo largo del siglo XIX a exilios políticos, procesos de secularización y gestación de generaciones de intelectuales románticos (Generación de 1837 en Argentina y exilados italianos en el Río de la Plata como Garibaldi). Posteriormente, las guerras de hegemonías fronterizas (Guerras del Paraguay, del Pacífico y del Chaco) ocasionaron fenómenos demográficos y generacionales, de intelectuales positivistas, evolucionistas y surrealistas (Generación del 900 en Perú y Argentina, de 1915 en México, y de 1928 en Venezuela).
Otro siglo más tarde, los fenómenos democráticos masivos inaugurados por la prédica del laicismo (o neutralismo religioso), del anarquismo, y del democratismo (sufragio universal obligatorio y secreto), disparó la Revolución Mexicana, y el acceso al poder del Radicalismo en Argentina luego de atravesar un largo y vigorizante proceso de revoluciones armadas, de exilios “sacrificiales” y “dorados” (el de Alvear en París), de la reforma universitaria en la UBA en 1904 y 1905 (pasaje de poder de los académicos ausentistas a los docentes), y de abstenciones electorales.
La pérdida de memoria ocasionada por la concepción lineal de la historia (judeo-cristiana) y por los radicalizados procesos secularizadores (individualistas, evolucionistas y ácratas) había generado un inmenso vacío espiritual, que antes y después de estallar la primera guerra mundial fue llenado: a) en México con una revolución campesina; b) en Rusia con una revolución socialista; y c) en Alemania con una revolución conservadora. Esta última revolución consistió en una concepción espiralada del tiempo histórico, y en un creciente recurso a prejuicios ancestrales (racismos y antisemitismos) y a una modernización tecnológica heredada de la II revolución industrial.
Inmediatamente, la crisis de la primera posguerra provocó el fascismo en Italia (1922), y la crisis financiera de 1929 desató los golpes de estado en la periferia mundial, que acabaron en Perú con el Oncenio de Leguía (1930), en Argentina con el Yrigoyenismo (1930), en Uruguay con el Batllismo clásico (1933), y que en Brasil desató una insurrección militar y su correspondiente exilio en Bolivia y Argentina, conocida como Tenentismo y una rebelión castrense que culminó con la llamada Columna Prestes.
La crisis de entre-guerra engendró el nazismo en Alemania, y con la derrota e invasión de Francia (1940) se produjeron como secuela los más mortíferos fenómenos de exilios intelectuales y raciales registrados en la historia universal, los que se expandieron a una escala nunca vista (Palestina, Turquía, América), y tuvieron una repercusión académica sin precedentes (Escuela de Frankfurt en USA, debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo, y sobre la diáspora judía). En la cartografía del exilio, los puertos de América, sajona y latina, se convirtieron en las principales metas de la diáspora europea, siendo Buenos Aires una de las aspiraciones mayores de cualquier refugiado, luego de Nueva York.
III.- Golpes de estado, exilio intelectual y re-exilios (1930-76)
En principio, los exilios intelectuales de fines del siglo XX, ocurrido antes y después de inaugurarse la Guerra Fría (1946-89), estuvieron enmarcados en Argentina dentro de un ciclo de decadencia y fueron ocasionado por revoluciones y golpes de estado o putschs, que entre otras secuelas prohibieron los partidos políticos, intervinieron las universidades nacionales, y expulsaron a millares de docentes universitarios a distintos lugares del mundo occidental (putschs o golpes de estado de 1930, 1943, 1962, 1966, 1976).
El paradigma del exilio en América Latina se centralizó en la década del sesenta en el caso de Cuba, originado ya no en un golpe de estado, sino en una insurrección anti-dictatorial que culminó en una revolución socialista. Este pasaje a una versión stalinista del bolcheviquismo expulsó a casi un millón de cubanos, en diferentes olas de emigrados, dirigidos principalmente a los EEUU, cada una de ellas muy diferentes entre sí, y que tuvieron lugar a lo largo de cuatro largas décadas.
El caso argentino en 1955 no fue un putsch y se encuadró dentro de la categoría de insurrección cívico-militar, que si bien restauró la autonomía universitaria y fomentó la ciencia (creó el CONICET y el INTA), ilegalizó al partido justicialista y generó el exilio de numerosos funcionarios, legisladores y sindicalistas, amén del propio Perón. El golpe de Pinochet (1973), que interrumpió el exilio argentino en Chile iniciado en 1967, dio lugar a su vez a nuevos procesos de re-exilio y de compromisos políticos que resultaron funestos (pasajes a la clandestinidad y a la lucha armada). Y el re-exilio, como duplicación de un fenómeno histórico ya lo habían experimentado los intelectuales paraguayos refugiados en Argentina desde la masacre de 1947; y los intelectuales colombianos desde el Bogotazo en 1948.
En este apartado nos habremos de abocar a los tres últimos golpes de estado de ese ciclo de decadencia argentina al que aluden Leis y Viola (2010), es decir a los golpes contra Frondizi (1962), contra Illia (1966), y contra Isabel Martínez de Perón (1976).
III-a.- Golpe contra Frondizi (1962)
En el particular caso del golpe contra Frondizi (1962), se sucedió un trío de eventos: una intervención de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) que instaló en el poder al vicepresidente José M. Guido (1962-63); un cruento enfrentamiento militar en el seno de las Fuerzas Armadas entre dos facciones tituladas azules y colorados, y un documento liminar que respaldando a la facción azul, fomentaba la salida electoral con el Comunicado 150 (redactado por Mariano Grondona).
En medio de esa crisis político-militar, quien fue luego el Premio Nobel de Química César Milstein tuvo que expatriarse a raíz de la intervención del Instituto Malbrán (a cargo entonces de Ignacio Piroski y sustituido por Tiburcio Padilla) y de la propagación de una intensa ola antisemita, que no se había dado cuando el golpe de 1930, pero sí con el golpe de 1943. La ola racista de 1963 era resultante de las concesiones al poder clerical expresado en el embate de la enseñanza “libre” (religiosa) contra la educación laica (neutral) y gratuita (1959).
Dedicado a la memoria del Juez Juan Carlos Gardella
– por Eduardo R. Saguier—http://www.er-saguier.org