«Nos colocaban en línea desnudas cada mañana, se acercaban a nosotras, nos olían… Entonces elegían a la que más les gustaba para ese día. Después, era el turno de los guardas, eran horribles… Me pegaban y violaban incluso dos a la vez. Al final me alegré de ser comprada por Al Russiyah (‘el Ruso’, un combatiente checheno) en lugar de que me siguieran pegando. Aunque fue como elegir entre morir o morir…».
Este es el estremecedor relato de Suzan, una joven yazidí de 17 años que fue vendida como esclava sexual a combatientes de ISIS. Primero la secuestraron junto al resto de su familia y, después, estuvo recluida en uno de los bazares de mujeres del Califato. Tras meses en cautiverio, ahora Suzan espera el hijo que concibió durante los repetidos abusos. El testimonio de la menor se ha hecho público a través de una trabajadora humanitaria sueca, Delal Sindy, que investiga su caso.
Los detalles de la confesión describen mercados de mujeres, violaciones sádicas y pruebas de virginidad. Frase a frase, Suzan cuenta el horror que vivió dentro del hotel Galaxy de Mosul, un edificio «lleno de niñas y mujeres semidesnudas, algunas completamente desnudas, donde nos tenían atadas», explica. «El día en el que yo y mi hermana pequeña de diez años fuimos vendidas fue la última vez que vi a mi madre. Nunca olvidaré el momento en el que nos llevaron, cuando mi madre empezó a llorar y a chillar mientras ellos le tiraban de los pelos», revela.
Una vez separadas de su familia, las dos hermanas yazidíes fueron trasladadas hasta Raqqa, la capital del auto proclamado «Estado Islámico». Allí, una mujer completamente cubierta por un niqab (manto que cubre el cuerpo y el rostro), «que ni siquiera mostraba sus ojos», entró en la habitación para hacer la selección pertinente. Las jóvenes fueron íntegramente vestidas con el atuendo propio del Califato, un niqab de color negro «y nos hicieron pruebas de virginidad», cuenta. Aquellas que eran vírgenes eran trasladadas a la habitación de las «subastas», donde les esperaban los futuros compradores, unos cuarenta hombres que pujaban por ellas.
«Pensé que sería afortunada porque no era tan bella como el resto», recuerda. Dice que ella «era la más barata» debido a su delgadez, en cambio «mi hermana pequeña fue regalada como obsequio a un reputado combatiente». Suzan terminó bajo el dominio de un miliciano del Estado Islámico llegado desde Chechenia, quien también se llevó a otras dos jóvenes más.
Según el testimonio que relata Suzan, los días con el checheno forman el capítulo más cruel del secuestro. «Sus guardas me violaban al menos cinco veces cada día, me obligaban a pronunciar versos del Corán mientras lo hacían. Si no les obedecía, me pegaban», revela. «Una vez me quemaron los muslos con agua hirviendo porque me negué a decir los rezos. Nunca más me atreví a llevarles la contraria».
Sin embargo, los combates contra el Ejército kurdo peshmerga en la zona de Sinjar, donde se encontraba Suzan, ofrecieron una oportunidad para escapar. Tanto su raptor como los guardas que le acompañaban murieron en los enfrentamientos y el grupo de niñas yazidíes aprovechó para huir. El intenso fuego obligó a algunas de ellas a deshacer el camino, pero Suzan no echó la vista atrás. «Estuve caminando durante tres días hasta que llegué a las montañas –cuenta–, donde me encontré con unos soldados kurdos que me ayudaron».
Embarazada de sus raptores
Pronto Suzan recibió la protección de las organizaciones humanitarias en uno de los campos de desplazados de Duhok, en el norte del Kurdistán. La joven yazidí sufre ahora la pérdida de toda su familia, así como el trauma de haber sido víctima de abusos salvajes. «Mi padre murió y no tengo ni idea de dónde están mi hermana y mi madre. ¿Por qué debo vivir?», se pregunta. «Intento olvidar lo que me ha ocurrido pero incluso cuando cierro los ojos les veo delante de mí. Sólo quiero quitarme la vida».
Suzan tiene que hacer frente a un embarazo que le ha costado el honor dentro de lo que queda de su familia. Los yazidíes de Irak no permiten que sus hijas establezcan relación con quienes no pertenecen a su comunidad. Es por esto que su tío, según cuenta ella, le amenazó de muerte si comprobaba que los de Daesh (acrónimo árabe de ISIS) habían tenido sexo con ella. «Fue ahí cuando volví a escapar… Estoy aquí escondida… En mi tercer mes de embarazo y no sé qué hacer… Lo más fácil sería morir», confiesa.
Yazidíes, víctimas de la violencia sexual
Las autoridades kurdas en Duhok afirman que todavía 4.500 yazidíes están en manos de los milicianos de ISIS. Esta población es una de las más afectadas por la irrupción del Estado Islámico en Irak, cerca de 200.000 tuvieron que huir de las montañas de Sinjar el pasado mes de agosto. Daesh ha sido especialmente cruel con esta minoría religiosa, a los que considera apóstatas por que adoran a un ángel «desviado».
Amnistía Internacional denunció el pasado año «las torturas, violaciones y otras formas de violencia sexual» que han sufrido las mujeres y niñas yazidíes secuestradas por el grupo armado. En las 42 entrevistas que realizaron, los familiares hablaban incluso del suicidio al que recurrieron algunas niñas antes de ser compradas y violadas por los yihadistas. Otras decidieron quitarse la vida después del cautiverio por temor a ser repudiadas dentro de su comunidad.
«Los daños físicos y psicológicos de la atroz violencia sexual que estas mujeres han sufrido son catastróficos. Muchas han sido torturadas y tratadas como mercancía. Incluso las que han conseguido huir sufren un profundo trauma», declaró Donatella Rovera, asesora general de Respuesta de Crisis de AI. “Gran parte de las que son retenidas como esclavas sexuales son niñas: de 14 o 15 años, e incluso menos. Los combatientes del EI utilizan la violación como arma, en unos ataques que constituyen crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad”.
– Por Pilar Cebrián. Erbil – El Confidencial