Las pérdidas familiares, el sentimiento de orfandad no ya como tema sino como una espiritualidad que se instala, han construido el sello de agua de Irma Verolín, un tono inconfundible que ella vincula con el ritmo de la respiración corporal.
La disyuntiva en arte es siempre qué se mantiene y qué se innova y en esa línea delgada nos movemos, dice esta escritora que fue Premio Fondo Nacional de las Artes en los años ochenta y Premio Emecé en los primeros noventa y que después de años de silencio, vuelve a publicar con toda vitalidad.
Nació en Buenos Aires, en 1953, donde reside actualmente. Estudió Letras en la UBA, en talleres de escritura y de modo autodidacta, publicó tres libros de cuentos: Hay una nena que gira (Torres Agüero, 1988, Premio Fondo Nacional de las Artes), La escalera en el patio gris (Primer premio de escritores patagónicos. Ediciones Último Reino,1997), Una luz que encandila (Premio Ciudad de El Colorado, Formosa, 2010) y una novela: El puño del tiempo (Emecé, 1994) y para niños y jóvenes La gata sobre el teclado (Aguilar/ Alfaguara, 1997), La lluvia sobre el mundo (El Ateneo, 1998), La fantástica familia Fursatti ( Métodos 1989), El misterio del loro (Braga, 1993 ) y La casa del cedro azul (con Olga Monkman, Métodos, 1992), entre otros. Ha escrito también la novela El camino de las araucarias con la que obtuvo el Primer Premio Internacional de Novela Mercosur, que permanece inédita. Obtuvo, entre otras distinciones, Premio Fondo Nacional de las Artes/1987, Premio Emecé/1994 por El puño del tiempo, Primer Premio de Encuentro de Escritores patagónicos, Tercer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires/ bienio 1994-95, Primer Premio Municipal Eduardo Mallea, Primer Premio Internacional de Puerto Rico Fundación Luis Palés Matos, Primer Premio Internacional de Cuento Horacio Silvestre Quiroga, Beca a la Creación Artística del Fondo Nacional de las Artes y finalista Premio La Nación de Novela y Premio Planeta Argentina. Sus cuentos integran numerosas publicaciones virtuales y antologías, entre ellas la reciente Mi madre sobre todo (Marta Ortiz y Gloria Lenardón, Ediciones Librería Ross, 2010). Es Maestra de Reiki, autora de ensayos literarios y de trabajos sobre autoconocimiento, apertura de la conciencia y calidad de vida.
Se dijo de ella:
Irma Verolín ha escrito un contratexto que es el habla y la escritura de las mujeres. Exige borrar el discurso prestado, a esta escritura hay que reconocerla, hay que desmenuzarla e integrarla a las voces altisonantes de los que restallan en la superficie social y de los que ya son dueños de la palabra y bajan línea. Ella ha revisado su propia vida y se puso el espejo de las vidas de todas las mujeres de su historia personal. Y para hacer esto, naturalmente, se necesita audacia. Libertad Demitrópulos. Presentación de Hay una nena que gira, Liberarte. Buenos Aires, 1988.
La literatura de Irma Verolín camino por el filo preciso de un cuchillo que separa la realidad de la ficción. Por ese motivo, podemos afirmar que se trata de una literatura autorreferencial, con los procesos de ficcionalización necesarios para presentarnos sus creaciones como pequeñas confesiones dichas en voz baja. El uso de la primera persona –frecuente en su universo literario- convence al lector para pactar con la magia de la historia narrada, y lo instala en el centro de los acontecimientos. Enrique Solinas. http://elincendio.blogspot.com/
Ella dijo:
Me crié en un barrio, Floresta, en el que la cultura no era muy cotidiana. La cultura era el tango, la televisión no ocupaba el primer puesto en la casa. Pero yo tenía una actriz que apareció en medio de esa especie de suburbio y vino de no sé dónde y me llevó al teatro. Y yo de golpe como las mujeres del tango, aparecí en el centro de Buenos Aires entre los bastidores del teatro San Martín. Los primeros textos que percibí fueron textos que me llegaron oralmente, los grandes textos: Lorca, Chejov, Ibsen y mucho del grotesco criollo. Toda esa lírica del gran teatro yo la mezclaba con el barrio, la señora con ruleros. Entrevista con Canela. Centro Cultural Recoleta, 1 de octubre de 1994.
La palabra tradicionalmente está peleada con el camino espiritual porque la experiencia espiritual no se puede traducir mediante el lenguaje, es como afirmaban los místicos medievales, intransferible….He ido y venido desde la palabra al silencio y viceversa montones de veces. .. El camino espiritual, además de modificar mi visión del mundo, me replantea constantemente el valor de la palabra en una sociedad donde la palabra se malgasta y se vende muy barata, como se ve en la publicidad y la política que son dos actividades -emblema del poder mundano. En la literatura, lo sabemos, la palabra tiene otro lugar, está más cercana al silencio, allí debe ser cuidada y elegida, en este sentido lo espiritual me ayuda a no desbordarme, a encontrar la vibración más cierta, el tono más cercano a lo que quiero expresar. Diciembre 2010. Teleconferencia con Dr. Rebeca Ulland /University in Marquette, Michigan, U.S.A
La Noche Inmensa
La luz de la tarde se había ido achicando hacia atrás y hacia abajo, como si algo muy desde el fondo se la hubiese tragado. Poco a poco y, al parecer, medio mordida por el fondo, se había aferrado a un azul, a un lila, hasta convertirse en noche.
Ahora, por fin, yo estaba en mi pieza, cerca de la ventana con las cortinas descorridas, mirando detenidamente la noche que, sin lugar a dudas, era inmensa. Nadie pero nadie me hubiera podido quitar la idea de que la noche era más grande que no sé qué. Estaba totalmente segura de que, más allá de cada uno de los cuatro lados de la ventana, la noche, con su tamaño descomunal, continuaba. Tenía la certeza de que nunca podría terminarse en los costados de aquel rectángulo porque, además, había aprendido que las cosas oscuras tienen la costumbre de confundirse con su sombra, razón por la cual la sombra acaba finalmente confundiéndose con ellas. También sabía que la sombra de la sombra se confunde con la sombra. Y así hasta el cansancio.
De modo que, aunque pobremente reducida a un rectángulo, la noche se presentaba frente a mí y, allá adelante, al mirarla, me encontraba: en el vidrio oscurecido aparecía el reflejo de mi cara, redonda, alegre, con sus grandes ojos. De pronto, en el comedor, sonó el teléfono. Giré la cabeza. Entonces me quedé mirando el picaporte de la puerta con mucha atención. Brillaba. Era de bronce y brillaba con lujo y alarde. Yo seguía mirándolo cuando fue presionado y entró la abuela. Ella tenía los ojos enrojecidos; estuvo apoyada contra el marco de la puerta durante un rato. Luego espiró el rectángulo de la ventana y, ahí mismo, en ese preciso instante, me pareció que los ojos se le caían de la cara. Quizá se le cayeron porque bajó de repente la cabeza y ya no pude vérselos.
En seguida dijo: Tu mamá se fue al cielo.
Sin levantar la cabeza, la abuela salió. La puerta, al cerrarse, produjo un ruido seco, feo. Volví a mirar la ventana. Contemplé la sombra de la sombra de la sombra de la noche mientras la chica de cara redonda y ojos grandes me miraba a mí. No era fácil entender qué había querido decirme la abuela. Y, a lo mejor, entre otras cosas, para averiguar si aún estaban los ojos en su cara, le pedí con voz bien fuerte para que me escuchara:
Abuela, abuela, traéme un vaso de agua. Tengo sed.
Como la abuela no vino yo pensé que se la había tragado el fondo que había convertido la tarde en noche. O que andaría por allí, entre el desparramo de sombras, preocupadísima, buscando sus ojos.
– http://narradorasargentinas.blogspot.com/2011/07/hay-una-nena-que-gira-irma-verolin.html