Hugo Chávez ha muerto.
Estaba intentando escribir algo al respecto, pero no sabía muy bien por dónde empezar. Lo primero que tengo que decir es que estoy conmovido, más allá del desenlace previsible y temido, y de las críticas que pueda hacerle desde mi postura ideológica. Es que con el Comandante bolivariano no cabían medias tintas: podemos decir sin temor a equivocarnos que la realidad política de América Latina desde 1998 lo tiene como ineludible referencia, y aún la del mundo entero.
El desdén hacia el marxismo y el leninismo, la instalación a nivel mundial de esa rara acepción «del siglo 21» al socialismo, pero sobre todo casos como el del compañero Julián Conrado y la intromisión en la lucha de clases de nuestro país a favor del proyecto kirchnerista que claramente nada tiene que ver con el socialismo sino todo lo contrario, hacía que todo marxista con coherencia ideológica se incomodara ante esas posturas de Chavez.
Pero hay que saber leer los procesos. También hay que tomar en cuenta el tremendo huracán de sentimiento antiimperialista que desató y encausó la irrupción del líder venezolano, aún en los tiempos en que el neoliberalismo se pavoneaba soberbiamente en nuestro continente. Chávez fue el emergente del enorme descontento popular después de décadas de sufrimiento por la aplicación a rajatabla de las políticas del Consenso de Washington en los países de la región. Y lo hizo desde un discurso que asumía nada menos que a la Cuba Revolucionaria como guía continental para esa lucha, tal vez más en el plano de lo simbólico que en el ideológico, pero suponía un tremendo golpe a la comodidad de los “señores” que se creen los dueños de la Tierra. Hay que rescatarle la capacidad para construir poder y ponerse a la vanguardia de los sectores más humildes, para colocarse en el centro de la discusión política mundial desde un país subdesarrollado, para ubicarse a la cabeza de la resistencia latinoamericana al neoliberalismo, y para ganar todas las elecciones en las que se presentó, a pesar de lo cual la burguesía internacional lo tildó temerariamente de “dictador”.
Chavez marcó una huella indeleble en la historia de Nuestramérica. Hay un antes y un después de su figura. Sin él, las corrientes antiimperialistas que hoy se desarrollan en estas tierras sureñas marginadas de los placeres del Norte poderoso, no hubiesen sido posibles. Habrá que cuidar estos procesos de soberanía de los pueblos y radicalizarlos, porque cualquier paso atrás sería catastrófico para los que soñamos con un mundo diferente al desigual que hoy vivimos.
Sin temor a avergonzarme, puedo decir que, después de la desazón por la caída de la Unión Soviética, hubo dos hechos que yo sentí como aire fresco cuando parecía que todo estaba perdido: uno, la irrupción en la Selva Lacandona del Ejército Zapatista. La otra, en 2005 en Mar del Plata, cuando en medio de la lucha contra el ALCA, rodeado de mandatarios que se oponían al acuerdo continental propuesto por Bush desde identidades no definidas y pacatas, hubo alguien que desde las tribunas del estadio mundialista se atrevió a gritar una palabra que el establishment quiso borrar de la consciencia mundial: “Socialismo”, dijo Hugo Chávez.
Nunca me voy a olvidar de aquél momento histórico. Como tampoco de los discursos memorables en las Naciones Unidas, denunciando el “olor a azufre” que había dejado Bush a su paso. Aire fresco. Y eso merece el máximo de los respetos, al menos de mi parte
Hugo Chavez estaba ubicado claramente del lado de la lucha de los pueblos por su liberación. Era un compañero con el cual podía no compartirse sus políticas y hasta discutir su postura ideológica, pero los que hoy festejan su muerte están en las metrópolis imperiales y los que lloran son los más humildes de estas tierras
Compañero Chávez, Hasta la Victoria Siempre
– Gustavo Robles