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sábado, noviembre 23, 2024

Joaquín Giannuzzi: una poética del rechazo

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Hay en sus textos un discurso sobre el sinsentido de la vida y una furiosa condena del orden existente.

Desde su primer libro “Nuestros días mortales” del 58 hasta su último poemario publicado en el 2003 “¿Hay alguien ahí?”, Giannuzzi fue fiel a la estirpe leopardiana atravesada por la obsesión de la muerte y el fracaso. Sin embargo, como dice el retrato que le hiciera el poeta Madariaga “detrás del viento de humor negro que él maneja como podría manejar una cimitarra un guerrero ,se esconde un Joaquín muy suave y la cimitarra es el poema que brota de su corazón, como el agua de un manantial aparentemente negro “. Él se definía como un “pesimista jovial” pero esto hay que considerarlo como una humorada más de las que gustaba practicar. Leer su vasta obra es sumergirse en “el friso demencial del accidente humano”, en el horror de la historia, en el triunfo final de la ley de la entropía: “Estar en la tierra es caer”. En una entrevista Ivonne Bordelois le señala “Tu poesía nos remite centralmente, continuamente a la muerte”. Él asiente y agrega:” Lo que más me interesa como temática no es la muerte personal sino la muerte de un mundo, el estado de disgregación en que nos encontramos, el deterioro a causa del tiempo, el sentimiento de la pérdida”.

Hijo de Leopardi y de Baudelaire, lo es en mayor medida de ese Kafka que él amó hasta el delirio y del que siempre recordaba la anécdota citada por Brod. Kafka interrogado por un amigo si había esperanza le contesta: “Sí, hay muchísima esperanza pero no para nosotros”. La cosmovisión de Giannuzzi es antagónica a la del beato optimismo de Whitman o la del solar Cendrars. Lo dice expresamente en uno de sus poemas “Posible adiós a Walt Whitman”:

“El viento mueve una fresca guerra enorme / No hay evasión posible en la celebración/ y es bueno que este lenguaje dure/ pues de todo el ancho movimiento / nacerán nuevas cosas naturalmente amadas. /Hablo del viento de Walt Whitman/ ahora acurrucado como un perro detrás de la puerta/ herido por una bala perdida en el siglo veinte/ Gimiendo por aquella remota noción/ de que todo lo que sucede es adorable/ en el seno de una especie de redención»/

Nunca dejó de admirar al norteamericano aunque se demarca de su poética porque él es del palo de ese Nerval que se autorretrataba así “Yo soy el tenebroso, el viudo, el inconsolable, el príncipe de Aquitania de la torre abolida y en mi laúd constelado brilla el sol negro de la melancolía”.

En la obra de este “individuo seco, tabacoso y argentino” señalo la frecuencia de ciertas palabras: «catástrofe, derrumbe, accidente, desastre, disolución, fracaso, naufragio, pérdida”. Es coherente en tanto él se asume como un demoledor radical, ”un roedor apresurando el deterioro de la fiesta” ya que “el mundo como un alambre de púas lo había estado esperando”.

Es posible leer esta summa poética desde la lógica dialéctica y afirmar que Giannuzzi encarna desde la poesía el momento de la negatividad. Necesario momento este “pesimismo de la inteligencia” al que no continúa el “optimismo de la voluntad” del esperanzado Gramsci.

Como en el Beckett de ”Rumbo a peor”, en el Neruda de “Residencia en la tierra” o en en la lirica amarga de Almafuerte, hay en sus textos un discurso sobre el sinsentido de la vida y una furiosa condena del orden existente. De allí su náusea ante el mal cuyas figuras triunfantes son la tecnología, el dinero, los automóviles, el shopping, los mass-media, el consumismo. Por eso su desesperado llamado a Rimbaud para que regrese y ayude a los

muchachos a la expulsión de los mercaderes del templo. “Pero qué ocurre/ con tu esqueleto sin intervenir:/ aquí está occidente cocinándose/ en su agonía sucia, pero indemne todavía/ a la espina iluminada/ que le clavaste en su costado./ Qué tal entonces una instantánea resurrección/ regresado a tus ojos azules/ y a tu pierna perdida/ y venirte a bailar un rock con los muchachos./ Sería bueno que trajeras algo/ del sol desesperado que devoraste en África/ y la cólera de tu chispa de oro/ para alumbrar la danza de la nueva vida/ Venite a darles respiración sublevada/ contra el viejo desierto,/ ayudalos a robar el fuego, a reventar el Super Shopping/ y expulsar del planeta a sus altos funcionarios/ con exactas escupidas / en la plena mentira de sus ojos»/ . Giannuzzi no alcanzó a conocer la poesía del coreano Choi Seung-Ho de quien hubiera dicho “es mi primo”, porque con él comparte una propuesta de ecologismo extremo y una acusación a las buenas conciencias, a las almas panglossianas confiadas en el progreso y en la ciencia.

Hay en Giannuzzi un neoluddita, un misoneísta que no ahorra sarcasmos y diatribas sangrientas contra los adoradores del presente histórico. Esta pasión por lo real, esta ferocidad para saber ver y nombrar las alimañas que se esconden en los azules y bellos lagos no solapa al personaje que evoca su amigo Madariaga: ”Cruza frente a mí una sombra fresca y áspera a la vez, secretamente tierna”.

Frente a la desesperación que nace de la conciencia de la finitud los seres humanos responden creando belleza. En Giannuzzi el arte es concebido como función soteriológica al igual que en Proust. “ El mundo que por él se salvará” afirma refiriéndose al artista. Y en otro texto leemos: “Un acorde de Schumann nos da conocimiento de que hay resurrección y tejido organizado/ y otra vez rosas blancas y contemplación”. Lo paradójico es la insignificancia social del sujeto que produce arte El poeta, “el apartado, el extranjero de rostro desviado” sólo representa “para una veintena de butacas”. En el mundo actual todo “mensaje frío” que requiera del receptor una participación activa, está descalificado. El poeta es aquel de quien “no hay verdugo que ofrezca recompensa alguna por su captura. Está allí: un desconocido”. Personalmente pienso que cuando Borges hizo el inventario de los seres extraños se olvidó de poner junto a la anfisbena y el catoblepas al poeta del siglo XX.

Su corazón sismógrafo supo medir en su real dimensión el dolor y la injusticia que reinan en el planeta donde no sólo habita el sollozo humano sino también el gemido de los seres ínfimos que comparten este Titanic a punto de naufragar. De allí esa compasión zen que lo habitaba y se trasluce en su bestiario. Cuando editamos en 1984 una plaqueta homenaje que reunía poemas de Giannuzzi dedicados a los animales prologué esa publicación con estas palabras : “Cuanta humana piedad/ en esta Arca de Noé donde por vos salvados/prosiguen con sus dulces tareas instantáneas/ las mínimas criaturas de este reino/donde nosotros, ciegos, sólo vimos/ una imbécil gallina, un banal sapo/ un cotidiano, irresponsable gato/, una atrevida chuña, extintos dinosaurios/ vos descubriste a nuestro semejante y hermano/ Tu órfico ojo cavando en la viva materia/ volvió claras, patéticas, visibles/ las figuras que nos eran opacas/ Joaquín, ya que tu lira de abundante belleza/ protegió del olvido y de la muerte/perros, tortugas, bisontes, caracoles / dinos ahora qué canta que redime en el abierto espacio/ tu boca nombradora./ Dame noticias de esa azul provincia/ de la que todavía ando exiliada/ y sea siempre en nosotros/ la gracia dse tu vida y tu poesía”.

El legado de Giannuzzi es ético-estético, lirismo y lúcida conciencia,denuncia de las lacras del mundo al que lo demaquilla hasta el hueso, perfección formal y el secreto anhelo “de la chispa de oro que alumbrará la danza de la nueva vida”. Hoy a diez años de su muerte su “realismo pensativo que progresa en implacable belleza” (Aduriz) continúa más vigente que nunca.

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