Pensar que vamos a ejercer uno de los derechos más sagrados que tenemos como sociedad civil organizada jurídicamente, el derecho que otorga a cada ciudadano la facultad de elegir a las “autoridades” que van a custodiar y guardar los intereses de la sociedad en cuanto al bien común.
Y hablo de derecho sagrado porque en primera instancia nos tenemos que preguntar ¿de donde viene la autoridad de los que se encargan de la cosa pública?
Algunas sociedades entienden que viene de los mismos ciudadanos y que la delegan en los representantes según el criterio de doctrinas establecidas por los pensadores como por ejemplo de la otrora Revolución Francesa, es decir que la autoridad sería en este caso una cuestión acomodada por alguno que otro “ideólogo” europeo y la Democracia el instrumento para delegar la voluntad popular, el poder popular, como si la autoridad se depositara en las masas.
Para otros es un tema de fatalidad existencial, donde el poder oscuro siempre se adueña de la “administración” de las cuestiones comunes dejando caer las necesarias migajas para mantener a las fieras populares tranqui y ellos poder engrosar su ansia desmedida de poseerlo todo con disfrute pleno. Para estos, la Democracia no es más que una pantalla que encubre a los dueños del poder en los cuales estaría depositada la autoridad.
Pero no tendríamos que olvidarnos que la Democracia en nuestro país y en muchos otros tiene un alto precio, el de compatriotas que dieron la vida por ella: esto estampa un carácter sagrado al derecho de decidir en las elecciones. Pero estos que dieron su vida por un sistema de organización civil lo hicieron totalmente convencidos de que es lo mejor para el ordenamiento social, para el bien común y pensar y obrar consecuentemente nos refiere a valores superlativos, solo al alcance de la inspiración de unos pocos.
Ahora bien, ¿cual es el origen de esta inspiración? ¿Es meramente humana? ¿Por qué sólo alcanza a unos cuantos para hacerla extensiva a tantos? La repuesta inmediata y cuasi-impulsiva nos lleva a valorar estas actitudes como únicas y de personas favorecidas especialmente por el destino, entonces estamos a milímetros de endiosar a estos algunos que son del todo especiales pero que en realidad no son dioses, esto lo tenemos todos muy claro en los albores del siglo XXI.
Estamos rozando el misterio y de la mano de este viene el tema de la autoridad, la autoridad que deviene con la inspiración. El misterio está más allá del hombre y de aquí que podemos decir que la autoridad, sin ser un misterio está también más allá del hombre. Por esto mismo la autoridad que creemos poseer como individuos o como grupos selectos de poder, en realidad no nos corresponde, solo está como prestada y/o nosotros envueltos en esta.
¿A qué se debe tanta disquisición? Solamente a que da vergüenza ajena escuchar a no pocos políticos hablar con tanto engaño al pueblo, haciendo el permanente esfuerzo de alimentar ilusiones, diciéndole a las gentes lo que quieren escuchar y prometiéndoles lo que tanto desean. Y no bastándose con esto escandalizan a la opinión pública con las peleas de estos por el cargo en disputa, realmente desacralizan todo el significado de la Democracia. ¡Y pensar que entre estos tenemos que elegir! Desde el vamos estos que se gritan entre si y que se desacreditan con acusaciones bajas no son dignos de administrar la cosa pública y menos de legislar nuestra sociedad desde las Cámaras ¡realmente dan vergüenza!
El otro lado de la moneda somos los votantes, los ciudadanos comunes a los cuales nos compete el “esfuerzo de saber concientemente a quién le pongo el voto”. No votés una ideología, (es un instrumento), votá la persona que encarne verdaderamente valores que hoy por hoy la sociedad pide a gritos. ¿Qué acaso no estamos lo suficientemente castigados por los disvalores: deshonestidad, corrupción, delincuencia, inseguridad, droga, redes de prostitución infantil, trata de blancas, desocupación, exclusión social, estudio sin futuro, los roles de género y de familia destrozados o distorsionados, muerte de inocentes por robos, por embarazos. Suicidios prematuros, etc…
El voto es como una fuerza poderosa venida de la Divinidad y que es puesta en nuestras manos para ubicar a los mejores en los puestos de la administración de la cosa pública para que velen por el bien común, el bien de todos y de cada uno que es lo más sagrado en lo que se puede trabajar.
Por esto estimado lector, en estas elecciones no dejés de votar, pero votá a los mejores, votá a conciencia. El voto hoy por hoy nos hace socios del fracaso o de los aciertos como sociedad, como pueblo, como Nación.